Rentabilidad del delito




Cuando en la sociedad de nuestros días y con relación a adolescentes, se llega a sostener que resulta más beneficioso delinquir, que obtener ingresos provenientes del salario al que pueden acceder, es que nos encontramos -sin ser alarmistas-  ante una verdadera situación de fractura social. Fractura que, advertimos, será muy difícil recomponer y que tiene una profunda vinculación con la pérdida de valores que otrora, fueron pilares de un entramado social en el que las instituciones funcionaban y donde la familia, educando desde el ejemplo para una vida digna, ejercía una contención filial, que hoy, resulta cada vez más inconsistente. Y con pesar, se nos aparecen como proféticas las letras de Discepolo,  escritas para un siglo XX que hace doce años quedó atrás y que se presentaba a ese autor como “problemático y febril, en el que, el que no llora, no mama y el que no afana, es un gil…todo es igual, nada es mejor…” Por eso, las conclusiones a las que arriba la investigación realizada por CERES (Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social) y que tomaran estado público luego de la conferencia que tuvo lugar en el Hotel Sheraton, no debieran pasar desapercibidas para las autoridades que, a sus distintos niveles de responsabilidad les compete esta materia, ni menos aún para al resto de quienes integramos esta sociedad, la sufrimos y somos contemporáneos de la realidad que se denuncia.
Pero la comprobación, que surge del estudio realizado y de este nuevo diagnóstico (que desnuda una problemática que sin lugar a dudas compromete a la sociedad de la que formamos parte y afecta la calidad de vida de sus miembros) no será de utilidad, si no se adoptan medidas de urgente aplicación en todas y cada una de las instituciones y organismos que tienen directa competencia en estas cuestiones y que debieran responsabilizarse en el cumplimiento de las metas para las que fueron establecidas.
Tan sencillo como eso y a la vez tan tremendamente complejo. ¿Por donde empezar? ¿Cómo volver a conformar la necesaria contención que brindaba la familia y el sistema educativo? ¿Cómo profesionalizar a los funcionarios públicos directamente implicados, para que actúen conforme a Derecho y se comprometan con los planes que tracen las autoridades responsables?
¿Qué se espera para constituir finalmente un verdadero centro de recuperación de menores infractores? ¿Cómo hacer en definitiva, para que las consecuencias de delinquir sean tales, que frenen esa opción como deseable? ¿Cómo integrar a estos jóvenes a la sociedad y devolverles el sentido de pertenencia?
El panorama se nos presenta como desolador en tanto y en cuanto, pese a los diagnósticos y a los dineros públicos que se han destinado a la educación, la misma no logra contener a los jóvenes dentro del sistema, y lo que es peor aún, los que permanecen -por el bajo  nivel de exigencia- no resultan siquiera aptos para aspirar luego, a puestos de trabajo dignamente retribuidos.
La investigación llevada a cabo demuestra que, de cada cien jóvenes que delinquen, sólo seis son atrapados y solo cuatro de ellos, que cometen delitos graves son internados; por su parte, también se comprueba que los beneficios obtenidos por las actividades delictivas, son superiores a las retribuciones que obtendrían desempeñando un trabajo en legal forma. Por esto, lamentablemente, la ecuación resulta dramáticamente, favorable a quienes deciden hacer de la comisión de delitos su modo de vida. ¿Cómo revertir este inmoral cálculo de rentabilidad?  

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