AUTORITARISMO, MIEDO Y LIBERTAD



El autoritarismo orada las bases de la libertad y la democracia
  
Las prácticas autoritarias no están reducidas a las múltiples formas de violencia física y psicológica, sino que se han impuesto en la sociedad contemporánea, la más de las veces con excusas o razones vanas y legitimadas desde el poder, sea cual sea las características de éste.
El autoritarismo, de acuerdo al diccionario de la Real Academia, es un “Sistema fundado primariamente en el principio de autoridad” y “actitud de quien ejerce con exceso su autoridad”. La misma fuente define el tal principio de autoridad  como “Prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”. Salvo en lo militar, se trata de prácticas éticas, impuestas y legitimadas por el derecho positivo. Sin embargo, no se percibe, que más allá de esas definiciones, son  conductas que orada y dañan las propias bases de las libertades individuales y colectivas, y al  mismo sistema democrático y republicano. Y ello, aún tanto o más que las abiertas dictaduras cívico militares.
Es que el autoritarismo se impone e impregna las relaciones humanas en todos los niveles y estructuras sociales. La realidad y los hechos son testimonios claros y elocuentes. Quién no se ha indignado al ver esos pequeños tiranos que fungen de cuidadores de autos disfrazando la mendicidad y la vagancia. O frente al caso de empresarios que ejercen todo tipo de presiones sobre sus empleados en aras de que le produzcan más y mejores ganancias al capital del que son titulares. O esas niñas y niños, que desde que son sujetos de derechos, retan a padres y educadores, amenazándolos agresivamente, con “denunciarlos”.
Hay autoritarismo cuando desde los medios de comunicación, invocando la libertad de expresión,  se amenaza con “pegar” a quienes les niegan publicidad, erigiéndose en cuarto poder, cuando en realidad no sólo son poder de cuarta, sino míseros ovinos del dios dinero. O el caso de algunos políticos que atribuyen despectivamente a la indolencia, falta de respeto e indisciplina cívica, la participación indignada de los ciudadanos, haciendo caso omiso de aquel principio artiguista de “mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra voluntad soberana”.
Después de casi un siglo de vigencia, los uruguayos siguen, lamentablemente,  siendo el pueblo de la “cola de paja”. Se legitima de mil formas las prácticas autoritarias que van desde “correr con la vaina” a competidores, conciudadanos o adversarios en el poder político, familiar, laboral, económico o social;  hasta un largo rosario de pequeña corrupción  disfrazadas de amiguismo, gauchaditas y similares, tejiendo así cadenas opresivas en forma de colas de paja, de tal manera de tenerlos a mano, amenazados con la incineración pública, el escarnio y el desamparo social y público.
Desde un espacio de poder conquistado la más de las veces en base a la micro corrupción, el autoritario compra y vende influencia; a los codazos corrompe;  trepa y aplasta a los más débiles, mientras de rodillas  lame el calzado de su superior; generando miedo hacia al costado y abajo, sirviendo de soporte al poderoso.
 En la sociedad contemporánea el miedo en todas sus variantes se ha instalado y amenaza el futuro de la propia vida. El miedo desde tiempos remotos, es uno de los más fieles aliados del poder, sea cual sea la índole del mismo. Arma de dominación política y control social el miedo es una emoción casi instintiva  que genera inseguridad, rompe los muros psicológicos, crea depresiones y apaga las rebeldías reduciendo a la impotencia; paralizando y obligando a las personas a la monocorde respuesta del “no se puede…”; “tengo miedo…”;  “no me animo” ante las múltiples interrogantes y desafíos de la cotidiana lucha por la vida.
Asimismo, desde el poder público se ha impuesto como algo habitual, cuando hay dificultades o problemas, argumentos que "no hay otra salida" y que no hubieran deseado hacer lo que hacen,  “pero las circunstancias mandaban” , sosteniendo de esa manera, muy sueltos de cuerpo que  “estamos en el buen camino", mirando para otro lado aunque todo se derrumbe alrededor. Y aún con guantes de seda, eso es también autoritarismo, y en este caso, desarmando el espíritu y la esperanza. Recreación en síntesis, de los escenarios del miedo, que con ayuda invalorable de algunos de los medios de comunicación, siempre dependientes de la economía de los poderosos, abriendo los caminos para la opresión y la pérdida de libertades y derechos.
En definitiva, no son inocentes ni inocuas esas prácticas autoritarias instaladas en la médula de todas las relaciones humanas. Carcomen como un cáncer las estructuras esenciales de la convivencia fraterna, democrática, republicana y libre.

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