Marxistas esteparios




Con motivo de una reciente visita a Noruega, recordé esos comentarios, tan extendidos en todos los ámbitos, que aseguran que en los países nórdicos se vivirá bien pero que la tasa de suicidios es la mayor. Y recordé a Durkheim con sus cuatro clases de suicidas, y su opinión de que los ateos o protestantes se quitaban más la vida que los católicos o judíos. Al grupo de los suicidas altruistas pertenecerían los fanáticos militaristas, los hoy coránicos o los hasta ayer mismo seguidores de Bush. Y a los egoístas los carentes de fe en lo sobrenatural, en lo divino.
El tema ha resultado siempre de mi interés porque acaso durante un tiempo más prolongado del que me gustaría admitir aunque menos de lo que me temo, me encontré formando parte del coro de este colectivo, pero a la manera que describiera Hermann Hesse en El lobo estepario, diciendo algo así como: “Más que el que comete el acto de acabar con su vida, el suicida es quien vive constantemente con la navaja en las inmediaciones de su muñeca”.
No me imaginaba otra razón para situar a los habitantes escandinavos entre los menos amantes de la vida que el hecho de que, al tener resueltas tantas necesidades vitales, la angustia se quedase muy desprotegida de los artilugios y barnices en que suele estar entretenida en la mayoría de los casos. Como una zona llena de burgueses de buena vida que sin embargo caminan constantemente sobre el enorme riesgo de tener el “Yo” completamente expuesto, el sentido de la existencia permanentemente evaluado. Me hacía más adepto a esta percepción comprobando que, por el contrario, los Estados con menor número de suicidios per cápita ostentaban el común denominador de la pobreza extrema.
Y entonces encontré esta estadística de la cual anexo el enlace, que aún sin dar del todo las espaldas a aquellas que dicen conocer casi todos los interlocutores de cualquier latitud cuando se habla de Escandinavia ya que coloca a Finlandia en el puesto nº 13, arroja sin embargo un resultado más sorprendente aún para mí. De los 10 primeros países con mayor tasa de suicidios, 8 fueron dictaduras del proletariado socialistas o aún lo son.
La primera es Rusia, la gran madre patria en la praxis del comunismo científico y en la perversión del socialismo utópico francés. Los dos países no ex socialistas que aparecen entre los diez primeros en esta estadística, son Corea y Japón, de políticas inconfundiblemente capitalistas, pero de una tradición en disciplina colectiva y de estricto acatamiento de las leyes y normas, que los sitúan, en lo referente a la conducta social, más emparentados con las sociedades regidas por dictados que los que disfrutan de la diversidad de opciones.
En los años en que viví en Cuba, la más profunda muestra de insumisión a los dictámenes verticales que tuve oportunidad de presenciar, incluso más integral que la rebeldía, era el cese del entusiasmo por la vida, expresado bien con un agudo alcoholismo que confluía en muerte o delirium tremens, en la depresión más absoluta, en la locura, o directamente en el suicidio. Claro, no existían estadisticas de absolutamente nada que no tuviese relación directa con los pretendidos logros del gobierno, de manera que si la realidad se atuviese a los resultados de los censos, en Cuba no habría prostitución, ni descontento social, no habría censura, presos políticos, abusos policiales, no habría drogadicción, ni enfermedades de transmisión sexual, no habría pobreza, ni siquiera alcoholismo y, por supuesto, no existiría el suicidio, la mayor afrenta al sistema más anhelado por el hombre, la sociedad de la vida. Motivo que convertía en imputable penalmente a todo aquel que incurriese en un intento fallido. El suicidio estaba prohibido, perseguido y penalizado por la ley.
Aún así la gente se quitaba la vida de todas las formas imaginables, siendo las más folclóricas el ahorcarse de una guásima o arbusto similar, arrojarse de un edificio, abrirse las venas, incluso indirectamente cayendo preso o adentrándose al Atlántico caribeño en un emparchadísimo neumático de tractor ruso, para cubrir la distancia que separa la isla con la Florida, pero había una manera de suicidarse en Cuba, que de por sí debería reservarle un sitio de honor en esa lista por su calidad, ya que no por la cantidad: el bañarse en kerosene o luz brillante y arrojarse uno mismo una cerilla encendida con los propios dedos, se rumoreaba que la mayoría de personas que usaban este drástico pasaje a las dimensiones próximas siguientes, eran mujeres y lo hacían por desengaños amorosos, lo primero era fácilmente comprobable, lo segundo sólo a través de un medium.
El mundo al que la isla está por despertar de su largo sueño pesado es menos asfixiante y opresivo pero está lejos de ser halagüeño y sobre todo de recibir a nadie con los brazos abiertos. Sólo espero que, en el futuro, cuando se permita la publicación de las incidencias sociales, Cuba no mejore ese puesto en tal perturbador escalafón y que los desengaños amorosos hayan encontrado un tipo alternativo de alivio.
Ocho poblaciones ex conejillos de Indias de un fracasado experimento igualitario están entre las diez que menos valoran la vida. Interesante dato con que el finado de Durkheim no pudo contar a causa de la cronología, y con el cual de seguro habría confeccionado un jugosísimo quinto grupo de tomadores de decisiones terminantes.
Personas que se privan de la vida a fin de evitar los interminables estertores de una sofocante existencia.
Un grupo más expeditivo que apático.

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