La
especialización profesional una vía de fragmentación de la persona
Desde el siglo XVIII con la irrupción del
capitalismo industrial los cambios y las transformaciones sociales se suceden a
un ritmo cada vez más vertiginoso, al menos en el llamado mundo occidental y
cristiano. Los cambios estructurales económicos inevitablemente han ido de la
mano de nuevas formas de vida, moldeando así un nuevo ser humano, coherente y
en sintonía con las nuevas relaciones sociales de producción de la vida.
La
nueva clase social, la de los trabajadores proletarios, producto de esa etapa del desarrollo del
capitalismo industrial, lleva en sí una relación fragmentaria y repetitiva que
se acentuó de forma extraordinaria con el modelo de producción en cadena.
Retratado ejemplarmente en la película Tiempos Modernos de Chaplin, decimos que
es fragmentaria porque el productor apenas se relaciona en el proceso de
producción con una parte de la mercancía, y repetitiva porque la actividad,
simplificada al máximo, se reproduce de
manera rutinaria y constante, con el
propósito definitivo de lograr mayor eficacia y eficiencia a ojo del capital,
dando origen así a la denominada especialización del trabajo.
En
el mundo contemporáneo, esa fragmentación del proceso productivo y la
correspondiente especialización del trabajo, se acentúan y aceleran exponencialmente
como producto de las nuevas tecnologías y la complejidad de los propios
procesos productivos. Esta particular forma de entender el progreso modifica la
persona del trabajador y de la sociedad en su conjunto.
Un
ejemplo de ese complejo fenómeno es el cambio en la estructura productiva de
departamentos como Rivera con la forestación. Hace veinte años atrás se
alimentó la esperanza de que los miles de trabajadores de la madera desocupados
(con el cierre de carpinterías y aserraderos) iban a tener una ocupación plena
y nuevas oportunidades. Hoy la producción de madera, no sólo creó nuevos
puestos de trabajo, sino que exigió el surgimiento de nuevas especialidades y
nuevas relaciones sociales de producción. Y las nuevas exigencias son tan
perentorias que dejaron atrás antiguos oficios. El proletario forestal hoy debe
especializarse en algunos nuevos oficios como motosierrista, podador,
especialista en control de plagas; conductor de máquinas computarizadas que
cortan, pelan y empacan; especialista en manejo de otras nuevas máquinas que
realizan el secado, corte y fabricación de chapas de madera; y si se continúa
el proceso de industrialización de la madera, nuevos oficios y especialidades
terminan modificando sustancialmente la personalidad del tradicional
trabajador.
Y
esa fragmentación y especialización se sucede aún en otras ramas del quehacer
social, como la medicina, la ingeniería, etc. Es que la enorme complejidad del
mundo moderno implica la existencia de una realidad inabarcable en su totalidad
para el ser humano en términos individuales;por lo que bajo la lógica burguesa
de la eficacia el ser humano se ha lanzado al acceso también fragmentario del
mundo en todos los ámbitos de la realidad.
Hoy
acceder al conocimiento, el saber y el pensar no se puede realizar con la
tradicional mentalidad enciclopedista. El “siete oficios”, manual e
intelectual, es cada vez más una pieza de museo viviente. La realidad exige,
para pensar el mundo, la vida y el ser humano, situarse en un campo restringido y especializado,
donde la especialización es inevitablemente fragmentadora. Y el individuo empujado a vivir en un mundo
que lo sustrae de las múltiples esferas de su realidad social y personal, se
hunde en el páramo del individualismo y la enajenación.
Y a
no hacerse vanas ilusiones, no es una tendencia aislada sino que forma parte de
un proceso generalizado que abarca todos los ámbitos del mundo contemporáneo, desde nuestra modesta “aldea”
fronteriza hasta los más sofisticado lugares de EE.UU y Europa. Y el asunto no
se reduce solamente a los típicos trabajadores, sino que se extiende a ramas
como las tradicionales ciencias humanas.
Incluso
se ha llegado al colmo de transformar la tan proclamada “solidaridad”, de un valor humano esencial, en una nueva
profesión con sus correspondientes espacios de ejercicio de la misma, como
es toda la constelación de instituciones
de la sociedad civil, ONG´s ; hasta los
profesionales en el gobierno de los demás ciudadanos como son los políticos. El
ejemplo más notorio lo constituye la profesión de psicólogo, especializado en
todo aquello que se supone forma lo esencial del interior humano, desde el amor
por sí mismo o autoestima hasta las relaciones de pareja.
Se
puede reprochar la simplificación del tema, pero no es dable encontrar otra
forma de llamar la atención de los ciudadanos.
Las consecuencias que puede acarrear
esta profesionalización de la vida en una sociedad hipertecnológica y bajo el imperio
del dios capital es en el mejor de los casos imprevisible. Esa fragmentación de la persona, lleva a
perder, en primer lugar, la visión de que somos seres humanos integrales. En segundo lugar, hace de las personas
incapaces de construirse asi mismos como tales.
La
prolongación de la adolescencia, la inmadurez invertebrada, la dependencia en
asuntos vitales, la incapacidad manifiesta de asumir compromisos elementales
con hijos, vecinos, amigos, compañeros y conciudadanos, son ejemplos prácticos
de la vida cotidiana, muestras evidentes de ese ser humano fragmentado en su
esencia.
El
propio impulso hacia una civilización hondamente humanitaria, está llevando,
por ejemplo en el campo de la medicina, a priorizar el médico de familia, la
medicina familiar y comunitaria, en síntesis, la atención primaria de salud,
como el mejor instrumento, no sólo de prevenir la enfermedad, sino de recomponer la quebrada relación médico
paciente.
No
es progreso verdadero, para la comunidad y los seres humanos, si se tiene que
pagar el alto precio de la despersonalización y pérdida de la integridad del
ser y la vida. El verdadero desarrollo humano y calidad de vida pasa necesariamente por potenciar la integridad y
dignidad del Ser, tanto en lo individual como en lo colectivo.
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