¿Todos somos responsables?
Recientemente, desde la Presidencia de la República se
convocó a la sociedad a la reflexión frente a la proliferación de conductas
delictivas asociadas a lo que se entiende falta de valores éticos en
adolescentes, niños y jóvenes que atentan directamente contra la vida,
sosteniendo que “todos somos responsables”, pretendiendo poner sobre las
cansinas espaldas ciudadanas, la violencia y el delito que ocurre diariamente
en los distintos ámbitos de la comunidad.
Generalización de responsabilidades carente de asidero
y profundidad. Para el ciudadano común, hay diferencias y grados que queman los
ojos. Desde que existe la división de la sociedad en clases y el ser humano se
habituó a pensar, el asunto de la responsabilidad social e individual es un
tema en permanente debate, entre otras razones, porque plantea la necesidad de definiciones, entre otros, del tipo de
sociedad en la que se gustaría vivir. Es obvio a su vez, que se trata de uno de
los temas que suelen presentarse tan problemáticos a la hora de alcanzar un
consenso, sobre todo en micro espacios sociales donde cada cual tiene una
visión del mismo.
Y cuando se habla de falta de valores, también se está
haciendo una generalización conceptual e inconducente. Por ignorancia o
conveniencia se evita definir, por lo menos en grandes trazos, de qué valores
se está hablando. Es habitual escuchar decir: "ese no es mi problema"
o "que lo resuelva quien le
corresponde", atrincherándose así
en ver las cosas pasar desde lo individual. Supeditamos de hecho, lo colectivo,
lo que ocurre a los demás, lo común, al individuo, a lo particular demostrando,
ahí sí, el abandono por devaluación de un valor que es piedra angular de la
vida humana: el amor, la solidaridad.
El individualismo es hoy la concepción dominante.
Concibe su desarrollo, el ascenso social, su consolidación o fortaleza en la
acumulación de cosas, riquezas y bienes materiales. El paradigma es “tener”
todo lo necesario para ser rico, poderoso y famoso. El “ser” persona, buena,
digna y sabia, es concebido solo como un adorno de segundo nivel, dispuesto a
dejarle a un lado si ello se interpone en la carrera para alcanzar el paradigma
legitimado por los poderes fáticos de la sociedad contemporánea.
Y en actitudes individualistas como las señaladas
reside una de las causas que frenan el desarrollo y la armonía de la sociedad que
construimos. En la medida en que somos indiferentes ante los problemas, nos
convertimos en cómplices de todo lo que atenta contra ella. Es equivocado
suponer o afirmar que el gobierno, el
Estado, los políticos, los dirigentes y las autoridades, tienen la
responsabilidad de dar respuestas a todas y cada una de las situaciones que se
viven, cuando en cambio, muchas son provocadas por la manera inconsecuente de actuar de cada uno
de los ciudadanos.
Más aun, quien puede dudar que esa concepción
materialista e individualista, llevada a sus extremos trágicos, está detrás de
los asesinatos ocurridos en el balneario El Pinar, o de la abuela de 70 años
del barrio Palermo de la capital que con sus hijos comercializaban,
semanalmente, más de dos mil dosis de pasta base. No se puede dar vuelta la
cara y decir que aquellos espantosos atentados contra la vida, son obra de
enfermos mentales. Son crímenes de lesa humanidad tanto como aquellos mayores
que hacen regalos ostentosos a sus adolescentes de quince años, solamente para
“aparecer”, endeudándose, o cuando se trata de un vehículo, haciendo entrega
anticipada de un ataúd, como es el caso de motos. El individualismo como
concepción de vida y el egoísmo como ética, son anti naturales y esencialmente
inhumanos.
Está bien que sepamos defender los derechos y
reclamemos cuando los mismos no son
respetados. Está bien exigir a autoridades y empresas estatales en su conjunto,
pero se debería comenzar por ser responsables nosotros mismos y exigirnos como
ciudadanos la cuota parte de la que somos responsables en el bienestar y dolor
de los demás, de la comunidad.
Evidentemente no todos somos responsables de todo. En
este mundo de liberalismo a ultranza no se puede tomar como verdadero aquel
discurso maniqueo que hace responsables a todos de los males y legitima la
apropiación particular de lo bueno a los individuos. Por naturaleza y por
razones legales, cada persona desde la primera infancia, debe asumir aquellas
responsabilidades que le correspondan, ya sea por su edad, por lo que hace o
deja de hacer, en definitiva, por sus
funciones en la producción y reproducción de la vida.
Se viven momentos en que se ha convocado a llamar las
cosas por su nombre. Valores y Responsabilidades abstractas y genéricas son
falacias. Como todos los seres vivos, la ley de conservación de la vida y
reproducción de la especie es inmutable y de expresión concreta, siendo, sin
embargo, una de las características de
los seres humanos, esencialmente comunitarios, la de poder asumir y ejercer, en forma concreta
cada uno de aquellos valores y responsabilidades que hacen a la construcción de
esos dos ejes de la vida. Desde la más alta autoridad pública hasta el más
humilde y pequeño de nuestros conciudadanos, tienen sus responsabilidades
concretas y con nombres precisos. Y por ser cuestiones esenciales, importa
dejar las generalizaciones abstractas y volcar todo el esfuerzo en definir en
términos concretos y prácticas, qué valores se deben restaurar y cuáles son las
responsabilidad como persona, como familia, sociales y políticas que cada uno
debe asumir.
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