Al regresar de
vacaciones, recorrí los periódicos: el escándalo de
los pagos ilícitos mensuales (''o mensalão’')del
gobierno y los Juegos Olímpicos. No es para menos, pero es poco.
Me consoló haber
leído un artículo de David Brooks, columnista del periódico The New York Times,
sobre la campaña electoral de su país. Basta leer el título, La campaña más
tediosa, para que el lector se dé cuenta de los ánimos tan
bajos que envolvieron al comentarista al seguir los debates entre el
presidente Barack Obama y Mitt Romney, el candidato presidencial
del Partido Republicano. Eso a pesar de que los estadounidenses todavía están
sofocados por la crisis económica y tienen mucho qué debatir sobre la forma de
salir de ella y sobre el papel de Estados Unidos en un mundo lleno de
incertidumbres. Pero lo cotidiano no se alimenta de decisiones históricas...
Qué bueno sería
que pudiéramos deleitarnos con la sensibilidad y la inteligencia de la crónica
de Roberto
DaMatta sobre los vínculos humanos que aparecen en la
novela Avenida
Brasil, no muy diferentes de los que relacionan al antropólogo
brasileño con sus objetos de estudio. Ella nos da un baño de vida.
Por desgracia, esta
semana no da para hablar solamente de las estrellas. La dura realidad es que en
ella empieza un juicio histórico sobre el cual no faltarán palabras sensatas.
Unos, como el
periodista, poeta y escritor brasileño José Nêumanne, han
mostrado las Falacias y engaños acerca del escándalo de las mensualidades (el
título del artículo reciente de Nêumanne en el periódico O Estado de S.
Paulo) de manera cruda y directa.
Otros, como la
columnista de O Estado, Dora Kramer, han revelado la Falsa dicotomía (título
del reciente artículo de Kramer) entre juicio técnico y juicio político. Otros
más, como el periodista de Folha de São Paulo, Elio Gaspari, sin negar
que sentir simpatías es parte del alma humana, insisten en que lo importante es
que los magistrados juzguen de manera comprensible para el pueblo. Que no nos
confundan con su jerga de togados.
Y están los que
abren el juego, muestran sus apuestas, como el escritor brasileño, Zuenir Ventura,
para luego decir que todo es mero presentimiento, pues no se puede saber lo que
sucede en la cabeza de los jugadores.
Por más que se
desee ser objetivo, estoy tentado, y por más prudente que se deba ser en la
antevíspera del juicio (en momentos en que escribo estas líneas) es innegable
la sensación de que tal vez estemos en el comienzo de una nueva fase de consolidación de las
instituciones democráticas.
Existe también el
temor de que ésta se pierda. Es eso lo que produce ansiedad y hace que los
comentaristas más perspicaces (considerando entre ellos al comentarista
de O
Globo, Merval Pereira), al hablar sobre el tema, acaben por
dejar traslucir lo que a ellos les gustaría que sucediera. Por mi parte, yo
echo porras para que no haya impunidad. Guardo silencio sobre quién debe
de ser castigado y en qué medida, pero no se debe ocultar lo esencial: hubo un delito.
Sin embargo, y
aunque esté engrosando el número de obcecados con el escándalo de las
mensualidades, no puedo ocultar cierta perplejidad ante la despreocupación con
la que recibimos las noticias sobre la crisis internacional, como si de hecho
la teoría de la pequeñez hubiera substituido al buen sentido en la economía.
No hay que pasar
por alto que con toda la inundación de dólares a bajo costo hecha por la Reserva
Federal de Estados Unidos, la economía de ese país no
reacciona.
En Europa,
por más que el Banco Central Europeo se diga dispuesto a cubrir
cualquier jugada de los especuladores, no están a la vista los mecanismos para
hacer efectivas las declaraciones. Resultado: malestar social y desempleo
creciente.
La misma China,
bastión de la grandeza capitalista mundial, parece hundirse en índices de
crecimiento decrecientes que, aunque nos hagan agua la boca (de 6 a 7 por ciento), son
insuficientes para atender las necesidades de los chinos y menos aun para
resistir la marea de precios elevados de materias primas, especialmente los
minerales.
Todo indica, no
obstante, que los efectos de la crisis mundial, sumados a la inercia de las
transformaciones de fondo de la economía que caracterizó al gobierno del presidente Luiz Inacio Lula da Silva, acabaron por
poner anuestra
economía si no contra las cuerdas, sí al borde del
cuadrilátero.
El gobierno
actual, no queriendo besar la cruz pero sí arrodillado ante la realidad,
desplegó una serie depaliativos de todos conocidos: reducción sectorial
de impuestos, créditos blandos para algunos sectores beneficiados, expansión
del gasto público corriente e incluso devaluación de la moneda y reducción de
las tasas de interés.
En situaciones
''normales’' de crisis, el recetario funcionaría. Un poco de apoyo
a la demanda, echándole al hombro del economista John Maynard
Keynes la responsabilidad por la ligereza de ciertas
medidas, animaría el consumo y les daría a los empresarios el apetito de
invertir. Sin embargo, ante la duración y la profundidad de la crisis actual,
eso es poco. Serían necesarias medidas verdaderamente keynesianas con relación
a la sustentabilidad de las inversiones – públicas y privadas – y al incremento
de la productividad. Éste es un hueso duro de roer que no se puede sacar
adelante únicamente con recursos públicos y en manos de una burocracia
politizada.
Este es el desafío
que tiene enfrente el gobierno de Dilma Rousseff. Quién sabe si, apremiado por las
circunstancias, finalmente reconozca en la práctica lo que la política de Lula
y su Partido de los Trabajadores siempre negaron: que las reformas
iniciadas por mi gobierno necesitan ser apoyadas y retomadas con mayor vigor.
Ni las carreteras,
ni los aeropuertos y mucho menos las fuentes de energía darán el salto
necesario sin alguna forma de privatización o de concesión. Éstas tendrán
que llegar si de hecho queremos crecer más aceleradamente. Sólo con estabilidad
jurídica, aceleración de inversiones en infraestructura y educación y un mejor
equilibrio energético será posible despertar no sólo el ''espíritu animal’' de
los empresarios, como está de moda decir, sino la fe de todos nosotros en el
futuro de Brasil.
Por contribuir a
la consolidación de la justicia como valor, parte esencial de la modernización
de Brasil, el juicio de las mensualidades podría ser un marco histórico.
Basta que sea sereno y justo para inyectar más ánimos en nuestra política y
para que vuelva a mirar al país con la claridad de que somos un pueblo capaz de
andar con nuestras propias piernas, gracias a nuestra seriedad y a los
conocimientos que desarrollamos.
Sólo así dejaremos
de fluctuar al ritmo de las olas favorables a las economías
primario-exportadoras para poderle dar rumbo propio a nuestro futuro.
© 2012 Agencia O
Globo
(Distribuido por
The New York Times Syndicate)
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