José Martí advertía que hay hombres
que “crecen bajo la yerba”.Tras la partida definitiva, se multiplica su
influencia. Le sucedió al propio Martí. En 1895, cuando lo matan en combate,
era prácticamente desconocido por los cubanos dentro de la Isla. Casi toda su
vida adulta había transcurrido en el exilio. Tras su muerte, se convirtió en un
gigante.
Parece que ése será el caso del
líder democristiano Oswaldo Payá. Su figura y su mensaje se intensifican cada
día que pasa. Al menos, es lo que se deduce de lo que está ocurriendo en torno
a su muerte violenta, acaecida en un oscuro accidente de tránsito sucedido a
800 kilómetros de La Habana en el que también perdió la vida Harold Cepero, un
miembro importante del Movimiento Cristiano de Liberación que fundara Payá.
Junto a ellos, en el mismo auto, viajaban dos dirigentes juveniles europeos de
la misma familia ideológica, Ángel Carromero, español, y Jeans Aron Modig,
sueco. Afortunadamente, sólo sufrieron heridas leves.
El papa le envió a la familia de
Payá un sentido telegrama de pésame. También lo hicieron otros gobernantes
latinoamericanos. El presidente Obama, además de ofrecer condolencias, se
comprometió a continuar presionando a la dictadura cubana en defensa de los
Derechos Humanos. El ex embajador norteamericano Hans Hertel, muy conmovido,
reunió a sus amigos para explicar quién era Oswaldo Payá, cómo lo había
conocido y por qué, deslumbrado por su decencia y honorabilidad, había
congregado en su embajada en Santo Domingo a medio gobierno y al cuerpo
diplomático para que escucharan a aquel cubano excepcional.
El candidato Mitt Romney y el
senador Marco Rubio pidieron una investigación transparente. ¿Por qué la
dictadura no permite que los supervivientes se reúnan a solas con Ofelia
Acevedo, la viuda de Payá, para que le cuenten exactamente lo ocurrido? ¿Era
cierto que los seguía y acosaba un vehículo de la Seguridad del Estado
semejante al que en junio pasado había provocado que se volcara la camioneta en
la que viajaban Payá y su esposa? Hay múltiples razones para sospechar de un
Estado que oculta sus crímenes, como sucedió con el hundimiento ex profeso del
remolcador “13 de marzo”, donde murieron decenas de exiliados, y entre ellos
numerosos niños.
Es posible que los Castro, corazón
adentro, celebren la muerte de Payá, el demócrata de más peso, originalidad y
tesón de la oposición cubana, pero se equivocan. Al margen de la lluvia de
condenas que ha caído sobre el régimen, ya se ha producido un primer fenómeno
muy importante: como explicó un notable líder laico, Dagoberto Valdés, la
Iglesia Católica ha cerrado filas en torno a la figura de Payá, cristiano
fervoroso, y hasta el cardenal Jaime Ortega, conocido por su frigidez política,
y empeñado en mantener a la Iglesia al margen de la lucha por la libertad
–tarea en la que no coincide con otros obispos, sacerdotes y numerosos laicos–,
basándosedo en unas palabras de Benedicto XVI le ha pedido a la sociedad civil
que salga a defender los ideales democráticos.
Pero hay otra zona de la sociedad
cubana donde el mensaje de Payá y lo que fue el leitmotiv de su vida –buscar
pacíficamente el fin de la dictadura mediante consultas electorales– calarán
más hondo todavía: entre los “revolucionarios” inconformes y desengañados con
las falsas reformas de Raúl Castro y el curso de los acontecimientos en la
Isla.
Muchos de esos ex simpatizantes del
castrismo, todavía formalmente adscritos al ámbito gubernamental, hoy admiten
que fue un error no haber aceptado en 1998 el novedoso planteamiento del
“Proyecto Varela”, cuando Payá, el escritor Regis Iglesia y otros de los
dirigentes del Movimiento Cristiano de Liberación, presentaron ante el
parlamento cubano once mil firmas para convocar a un referéndum en el que la
sociedad, libremente, decidiera si quería seguir por la senda del colectivismo
y la tiranía del partido único o si preferían otra forma más razonable de
gobierno.
Fidel, que es un estalinista
incorregible, reaccionó modificando y colocándole “candados” a la Constitución
para que jamás nadie pudiera corregir pacíficamente el rumbo equivocado que él
y un puñado de los suyos había elegido para los cubanos.
Hace pocas horas se lo dijo uno de
estos criptorreformistas a un abogado extranjero entonces de visita en La
Habana (y hoy en Madrid): “si le hubiéramos hecho caso a Payá, en lugar de
perseguirlo y encarcelar a sus partidarios, habríamos liquidado este disparate
sin violencia, los cubanos se hubiesen reconciliado, tendríamos buenas
relaciones con Estados Unidos y con el mundo entero, el país trabajaría
ilusionado por un futuro distinto y habría cesado el éxodo. Incluso, tal vez
hoy Eusebio Leal sería presidente”.
Esto último no lo sé, pero no me
cabe duda de que Payá está más vivo que nunca. Crece bajo la hierba.
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