Política de clases y clases de política






La política bien hecha toma las demandas y los conflictos que existen en la sociedad y los soluciona, o por lo menos los hace llevaderos; es algo así como una usina potabilizadora que depura las aguas turbias de la convivencia.
La política mal hecha funciona al revés: genera conflictos en la sociedad,  exacerba los que ya existen o, peor aún, vuelca sobre la sociedad sus propios problemas no resueltos;  no actúa como una usina potabilizadora, sino como un caño de desagüe que vuelca sus efluentes contaminados sobre el cuerpo social.
El presidente de la república viene de cometer un error político importante: destrató a la oposición, queriendo deslegitimarla ante la opinión pública al mostrarla como dispuesta a soportarlo todo con tal de permanecer en los cargos políticos otorgados por el oficialismo. Calculó mal, y se topó con el horcón del medio: el sector mayoritario del Partido Colorado decidió retirarse de las posiciones que ocupa en Entes Autónomos y otros organismos públicos. El hecho, sin precedentes en la historia política del país, sería relevante en cualquier circunstancia, pero lo es especialmente en la situación actual.
El gobierno de Mujica gestiona mal la cosa pública: habla mucho, gasta mucho y hace poco. Al final del mandato no habrá muchas cintas inaugurales que cortar, pese a la bonanza económica, el desahogo financiero y la mayoría parlamentaria oficialista. Ante esta perspectiva, la participación de la oposición en la administración autónoma lucía como uno de los pocos logros a exhibir por el presidente.  Ahora, hasta ese activo se ha desvalorizado.
Mujica, sorprendido y a la defensiva, no admite sus errores políticos; lejos de ello, pretende reinterpretar lo ocurrido como una expresión de “desprecio de clases”. Dijo en su audición radial que quienes critican al gobierno lo hacen porque “ven peyorativamente todo lo que no pertenece a su círculo, a su esfera”, y se quejó de “la absoluta falta de respeto que se está practicando en el Uruguay”.
El país entero es testigo de que el campeón de la falta de respeto es el presidente de la república, que ha hecho del “no sea nabo” una frase que lo identifica. Este no es un problema de clases sociales, porque la vida enseña que el trato respetuoso, así como la grosería y la referencia desdeñosa al otro, se encuentran en todas ellas; es cuestión de calidad humana, no de nivel de ingresos.
Presentar el cortocircuito entre el gobierno y la oposición como una manifestación de la lucha de clases, es  agravar el error político cometido; es hacer que el sistema  político funcione como caño de desagüe que vierte sus rencillas sobre la sociedad, y no como usina potabilizadora de los problemas de ésta, que es lo que tiene que ser.
            

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