Sobre oportunidades perdidas




Recientemente se publicó un estudio del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República que realiza un esfuerzo metodológico para comparar los procesos de crecimiento económico de nuestro país desde la segunda mitad del Siglo XIX hasta nuestros días.
El estudio pertenece a Nicolás Bonino, Carolina Román y Henry Willebald y se denomina "PBI y estructura productiva en Uruguay (1870-2011) Revisión de series históricas y discusión metodológica".
El trabajo realiza un esfuerzo metodológico para permitir comparar el crecimiento económico de nuestro país desde el último cuarto del siglo XIX hasta nuestros días. La construcción comparativa es impactante porque demuestra que, comparando la evolución del PBI a precios constantes, nuestro crecimiento actual se encuentra en niveles prácticamente similares a los registrados en los clásicos períodos de bonanza de nuestra economía, 1913-1930 y 1931-1957. Pero, además, muestra que si se toma como indicador el PBI per cápita a precios constantes, el actual período que estamos viviendo (1991-2011) es el de mayor crecimiento per cápita de toda nuestra historia.
A su vez, un análisis que distinga entre los diferentes sub-períodos de los últimos veinte años, indica que el mayor crecimiento se produce desde 2004 a 2011.
Esta constatación es realmente impactante. Implica que, más allá de nuestra nostálgica memoria sobre nuestro pasado próspero, estamos viviendo el mejor momento económico de toda nuestra historia.
Las tasas de crecimiento relacionadas con el número de habitantes de nuestro país son mejores que las que se vivieron, por ejemplo durante el gran desarrollo de nuestra ganadería nacional de fines del siglo XIX cuando se produjo el alambramiento de los campos, la estructuración de reglas de juego a través de la aprobación de los Códigos, la expansión de la educación básica y la primera modernización social de nuestro país.
También son superiores a los "gloriosos" tiempos del primer batllismo, caracterizados por una gran prosperidad que permitió las grandes obras del "centenario". Y, finalmente, también nuestros resultados actuales son mejores que las épocas de Maracaná, del dólar a la par, cuando éramos acreedores de varias de las economías centrales.
Corresponde reconocer estos resultados y valorar adecuadamente las circunstancias que nos toca vivir. Ciertamente esta es una época excepcional de nuestra economía que, ojalá, se extienda por el mayor tiempo posible.
Sin embargo, como todo en la vida, la particular bonanza que atravesamos nos debe llevar, inexorablemente, a evaluar los resultados que se están obteniendo en los otros campos de nuestra vida en sociedad.
Justamente, aquí es donde la satisfacción se convierte en decepción.
La crisis de la seguridad pública, la catástrofe educativa, el notorio deterioro de nuestro sistema de salud y la evidente crisis de la integración social son rasgos que contrastan con la prosperidad existente.
Es inaceptable que nuestro país crezca como nunca y, sin embargo, las políticas públicas gubernamentales no tengan la capacidad de producir resultados acordes. No es un problema de la magnitud del gasto público, puesto que el Estado nunca ha invertido tanto en educación, salud, pobreza o seguridad; es notoriamente un gravísimo problema de error en el diseño de las políticas, un enorme déficit de eficacia en la ejecución de las políticas públicas y una enorme incapacidad para enfrentar los obstáculos y las resistencias políticas y culturales que impiden la concreción de las transformaciones estructurales ineludibles.
Por otra parte, la moratoria en la puesta al día de la infraestructura y la logística de nuestro país es también de una gravedad inusitada. El propio Presidente ha hablado de un "apagón logístico" en breve plazo, lo lamentable es que lo dice quien es el responsable último de que ello no ocurra. De hecho, también en este plano la incapacidad de ejecución y la lentitud para lograr resultados es exasperante e injustificable.
En definitiva, parece ser que estamos asistiendo nuevamente a una "década perdida", ahora no por razones económicas, que justamente es lo que está disponible, sino por una profunda incapacidad de convertir la bonanza en "capital humano" y sustento de infraestructura suficiente para acompañar el proceso de crecimiento.
Sabemos que es difícil que la ciudadanía cuestione lo que no se hace. Es mucho más fácil cuestionar lo que se hace mal. Pero en este caso el desperdicio de las oportunidades, la omisión en la resolución de estos asuntos fundamentales supone una muy grave responsabilidad política que, si no es ahora, la historia lo señalará con contundencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario