Entes, Gobierno y Arrogancia






Todo empezó en la Senadora Topolansky. El 19 de julio, para ser más precisos, la Senadora apareció en los medios, airadamente, agraviando a la oposición a raíz de sus críticas a la ley relativa al cierre de Pluna. Reiterando su conocida intolerancia a cualquier opinión cuestionadora, afirmó que si colorados y blancos estaban en desacuerdo con el gobierno debían “retirarse” de los cargos en los entes públicos. Añadió, en una segunda intervención, que lo debían hacer por dignidad.
Se trataba, evidentemente, del afloramiento de la vocación autoritaria que aún anida en muchos de quienes un día tomaron las armas para derribar la democracia o fueron religiosos del totalitarismo soviético y aún añoran aquellos lejanos días de partido único.
No terminan de entender que la integración de los directorios de los Entes es objeto de un acuerdo que no incluye, en los partidos no oficialistas, el acatamiento ciego a las directivas del gobierno. Siempre ha sido así. En el primer gobierno democrático después de la dictadura, el gobierno tuvo mayoría en los Directorios pero integró a ellos, también, un conjunto de ciudadanos blancos y frentistas, estos últimos propuestos por el General Seregni. O sea que no es cierta la afirmación de que “es la primera vez” que se le ofrece un cargo a la oposición.
Los dos gobiernos colorados posteriores, que no poseían mayoría absoluta, procuraron también acuerdos con toda la oposición. Lo lograron con el Partido Nacional y no con el Frente, que no aceptó comprometerse en ningún programa, por genérico que fuera. De ese modo, el Partido Colorado integró a directores blancos en representación de un partido que osciló, según los momentos, entre el gobierno y la oposición. A nadie se le ocurrió pedir los cargos cuando el Partido Nacional, en nombre de su libertad, cuestionó aspectos de la conducción del país, incluso abandonando el gabinete de ministros.
O sea que no es verdad que nunca se le dio espacio a la oposición. Se le ofreció siempre y efectivamente ocurrió. Los frentistas no parecen entender que la presencia de blancos en un gobierno colorado o la inversa, es justamente eso: respetar a un partido de oposición. Del mismo modo que ignoran cuando el Frente Amplio rechazó integrar gabinetes y entes, en uso de su libertad también.
Es más, en el período anterior (Presidencia del Dr. Vázquez) el Frente Amplio ofreció algunos cargos al Partido Colorado y no se les aceptó por su intransigente negativa a incorporar a la oposición en la dirección de los organismos de educación, que era la prioridad de nuestra colectividad.
La ocurrencia de la Senadora fue luego refrendada por el Presidente Mujica, aunque éste en su clásico estilo socarrón, quien dijo que no pensaba “condenarlos a la desocupación”, añadiendo, irónicamente: “que van a dejar los cargos...”.
Toda la oposición, como es natural, respondió con severidad al destrato. Un grupo colorado, “Vamos Uruguay”, fue más allá y retiró sus directores en los Entes Autónomos y algunas comisiones especiales. Es una actitud respetable, que responde a la compadrada con un gesto de desprendimiento. Los otros sectores colorados, en actitud también muy respetable, consideraron —al igual que el Partido Nacional— que los cargos no eran una gracia del gobierno sino el resultado de un entendimiento político, en que el oficialismo manifestó su voluntad de no ejercer el poder con exclusividad. Por supuesto, nadie consideró que aquel acuerdo enajenaba la libertad de opinión de la oposición y, si medió algún incumplimiento a reclamar, fue del gobierno, que se comprometió en materia de educación y política exterior a tomar rumbos que ha violado permanentemente con su improvisación y voracidad clientelística.
Los cargos en los Directorios son una fuente de información, de transparencia y de contralor que la oposición podía —y debe— ejercer. Por supuesto, el gobierno es mayoría en todos esos órganos y posee por lo tanto la capacidad de imprimirle a la gestión su sesgo y orientación. En nada lo pueden trabar quienes representan a la oposición. Pero ellos son un imprescindible control democrático, como el que desde Montesquieu se le pide a los gobiernos, para no incurrir en el exclusivismo y la intolerancia. Piénsese que un gobierno con mayoría parlamentaria absoluta, como posee hoy el Frente Amplio, podría parafrasear a Luis XIV de Francia y decir: “yo gobierno, yo legislo, yo administro y yo me controlo...”.
Más allá de estas actitudes, lo que deja como saldo el episodio es la reiteración de un ánimo político prepotente, la expresión de un modo poco democrático de concebir la labor de gobierno y la reiteración de un estilo político que no reconoce la opinión ajena. Las dos respuestas de la oposición son igualmente respetables. Lo que no lo es, es esa actitud de un oficialismo que cada día se enreda más en sus contradicciones e improvisaciones y que, en su malhumor, se desliza hacia el agravio a quienes piensan distinto.

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