Muchos fanáticos del
intervencionismo creen que el Estado es necesario e imprescindible solo porque
viven de él. Si fuera pequeño y austero, no podrían saquearlo, ni tampoco usar
sus recursos para arrogarse la generosidad del sistema, repartiendo lo de todos
como propio.
Pero otros, tal vez los más,
entienden que el Estado debe ser importante, porque es la única herramienta
posible para resolver los problemas de la sociedad. En realidad esa idea tiene
varias aristas que merecen ser analizadas con mayor detenimiento.
Por un lado, están los que no pueden
salirse de ese paradigma, no conocen otra forma de lograr objetivos que no sea
con un Estado que recauda por la vía de la coacción, de los impuestos y que una vez reunido el dinero
lo pone al servicio de solucionar una cuestión. Algunos incluso, en esta misma
línea argumental creen que es el Estado el único en condiciones de articular
estructuras, procedimientos y esfuerzos para lograr metas.
Pero otro sector, en realidad, lo
hace solo por comodidad. La alternativa, implica demasiado esfuerzo y prefiere
delegar en terceros, en este caso en el Estado, esas soluciones. Prefiere pagar
impuestos para que “otro” resuelva el tema antes que ocuparse de modo personal
en ello.
Por eso, hay que entender que muchas
de las justificaciones para el agrandamiento del Estado, pasan por esas
múltiples variantes, desde las ideologizadas, a las que se derivan de la
imposibilidad de visualizar con claridad alternativas, hasta las que tienen que
ver con la comodidad.
El Estado NO debe ocuparse de un
montón de cuestiones que la gente pretende que haga. No lo debe hacer por
muchos motivos. El primero de ellos, el central, tiene que ver con que no fue
creado con ese fin, sino con la intención de ocuparse de los asuntos que
precisan de cierta neutralidad para garantizar el ejercicio de sus derechos
individuales, como la seguridad y la justicia.
Cuando se ocupa de otras cosas, como
ocurre en la vida personal, lo hace a expensas de descuidar lo principal, y
abundan ejemplos de cómo impacta ello en la falta de seguridad y justicia en
estos tiempos. Ni siquiera amerita explayarse en eso.
Complementariamente a estas razones,
ya conocemos también de la gran ineficiencia estatal a la hora de manejar
recursos económicos. Gasta mucho más de lo que necesario, dilapida importantes
montos en cuestiones burocráticas y administrativas y, además, queda a expensas
de la manipulación política y las garras siempre presentes de la corrupción.
En fin, es la más ineficiente y
onerosas de las posibilidades, pero fundamentalmente, distrae al Estado de lo
que debe hacer bien, la seguridad y la justicia, y claramente hace poco, lento
y mal.
Los ciudadanos de modo individual, y
de forma organizada, deben buscar otras variantes, deben animarse a
constituirse de modo espontáneo y coordinar acciones para cumplir sus fines.
Abundan las experiencias exitosas de instituciones privadas, de organizaciones
sociales, que resuelven problemas de modo muy eficiente, sin esquilmar a nadie,
consiguiendo dinero con el aporte de gente que “voluntariamente” cree en esas
causas, en sus interlocutores y las apoya genuinamente con el fruto de su
esfuerzo, sin que nadie los obligue de forma alguna.
Muchas organizaciones de ese tipo
logran éxito en ese recorrido, y es cierto que otras también fracasan, o solo
tropiezan, pero de eso se trata, es cuestión de proponérselo, aprender de la
experiencia y buscar variantes para conseguirlo.
Muchos dirán que es difícil. Sí,
claro que es difícil. Lo dicen como si algo resultara simple en este mundo.
Pero no menos cierto es que lo que parece fácil, delegar en el Estado no solo
no resuelve el tema de fondo, sino que genera muchos más problemas que los que
intentaba solucionar.
Más allá de la carga ideológica con
la que pretendemos juzgar estas cuestiones, tal vez debamos pensarlo de un modo
más personal, recordando esos momentos en los que decidimos aportar dinero
propio a alguna causa. Lo hacemos con criterio, porque queremos que ese recurso
que nos costó mucho esfuerzo conseguir, que significo trabajo duro, sea ocupado
en algo que vale la pena, y que no se desvíe terminando en manos de corruptos o circunstanciales
manipuladores de la política, que además luego serán el próximo verdugo de
nuestro sacrificio, creando nuevos y más creativos impuestos para esquilmarnos
una y otra vez.
Cuando la sociedad pretende que el
Estado, por medio de los gobiernos, se ocupe de los desposeídos, de la
desnutrición o la mortalidad infantil, que luche contra la pobreza, construya
viviendas, conduzca empresas bajo el argumento de la soberanía nacional, o
cuando pretende que fomente los buenos hábitos alimentarios la cultura, la
educación o el deporte, está generando, tal vez sin querer, las bases de un
Estado obeso, caro e ineficiente que no solo no resuelve problemas, sino que
concentra poder y se convierte en el principal enemigo de quienes con su
esfuerzo cotidiano construyen con mucho merito una sociedad mejor.
Debemos intentar romper los
paradigmas que nos impiden ver otras posibilidades. Cuando tengamos la decisión
de ayudar a resolver un problema de la comunidad, pensemos en nuevas variantes.
Seamos creativos, como lo somos en la vida diaria para dar la batalla que nos
permite alimentar a nuestros hijos y vivir con dignidad. No caigamos en la
fácil, en la cómoda, en esa de delegar el asunto en el Estado. No es el aliado
adecuado. Lo estaremos distrayendo de sus obligaciones centrales, otorgándoles
excusas para justificarse, y además motivos para seguir saqueando a la sociedad
con más impuestos que no se asignarán al destino esperado. Intentemos lo que
parece más complejo, pero nos garantiza resultados, eficiencia y sobre todo la
posibilidad de demostrar que el Estado NO es la única alternativa.
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