Desarrollo, medioambiente y pobreza



Combatir la pobreza con desarrollo y medio ambiente sustentable



Recientemente, un veterano economista argentino manifestó que el error más común cometido en todas las sociedades ha sido no prever las crisis en los tiempos de bonanzas. Entusiasmados con el buen tiempo, dan rienda suelta a la imaginación y sueñan con que ya no volverán los tiempos de las vacas flacas y que las cosas rodarán sobre ruedas para siempre.
El departamento de Rivera,  - para no ir muy lejos y citar un ejemplo a la vista de todos -, está viviendo uno de los tiempos de mayor bonanza económica en toda su historia. Un progreso quizás solo comparable al sucedido en las dos últimas décadas del siglo XIX y primeros diez año del siglo XX, con la creación del departamento y la instalación en la frontera desértica de las principales instituciones públicas representativa de la república.
La bonanza actual no solo es producto de la coyuntura nacional y regional, sino que hunde sus raíces quizás treinta años atrás cuando se lanzaron las bases de los cambios en la estructura productiva, económica y mercantil. Rivera turística gana un nuevo vuelo con el sistema de free shop; el campo gana productividad con la forestación y el subsuelo con la explotación minera; la producción granjera, en especial la vitivinícola se consolida; el desarrollo urbanístico rompe los antiguos límites de la ciudad llevando el progreso al cinturón suburbano, reino del minifundio.
El entusiasmo actual no debería enceguecer, especialmente a quienes conducen desde el gobierno departamental y nacional  los destinos de la comunidad del departamento. El último censo indica que la pobreza y  debilidades  crónicas persisten sin que se observen sobre el horizonte primario ningún cambio. Los problemas de vivienda, salud, educación y calidad de vida siguen planteados pese al fuerte impacto inversionista, tanto privado como público.
Estar sobre uno de las cuatro áreas de recarga y afloramiento del acuífero Guaraní, ha vuelto a poner en la agenda pública los temas ecológicos y medioambientalista, sin que se reconozca en los hechos que el mayor problema ecológico y medioambientalistas, es la desnutrición y la pobreza de los seres humanos. Somos parte de la naturaleza, por lo tanto, la degradación de la vida humana, es siempre la degradación de la naturaleza y el medioambiente. Es una ecuación histórica persistentemente deformada y complejizada por el juego mezquino de los intereses ajenos a la vida y las personas.
Centenares de personas, trabajadores humildes e informales,  sobreviven en los alrededores de la ciudad produciendo, por ejemplo, los seis mil litros de leche cruda que se vende, diariamente, entre los propios pobres; o produciendo miles de metros cúbicos de leña con lo que sobra en los aserraderos o depredando el monte autóctono; o simplemente percibiendo las migajas del Mides complementadas con changas, sustrayendo así mano de obra imprescindibles en los emprendimientos pequeños pero formales, como es el caso de horticultores que han tenido que dejar de plantar porque sus trabajadores ganan más recibiendo las asignaciones familiares, las tarjetas del Mides, juntando papeles, embases  y haciendo changas.
Recientemente, el presidente Correa de Ecuador, requerido por una emisora norteamericana, sostuvo que el mercado “es un excelente siervo, pero un pésimo patrón”, refiriéndose a una economía que toma como centro el mercado. La expresión ilustra con precisión el gran mal que padecen economías pequeñas como la nuestra. El mercado es bueno, imprescindible y necesario, pero siempre que se lo dirija y reglamente adecuadamente. El libre juego de las leyes del mercado no garantiza la equidad, la justicia esencial, el desarrollo integral y sustentable de la sociedad.
 Por lo contrario, el mercado genera injusticia, pobreza y degradación de la vida. Y ahí está a la vista de todos: pequeños productores y trabajadores humildes sobreviviendo haciendo lo que pueden porque aquello que pueden producir formalmente no tiene mercado ya que el existente está dominado por las grandes empresas, muchas de ellas multinacionales.  Hoy es frecuente encontrar las más increíbles mercancías, como prendas de vestir (hasta la bandera nacional ofrecida en la calle) fabricadas en China, mientras uno de cada cien riverenses, por ejemplo, incrementan su riqueza con las importaciones y ventas de esos productos. Y en la contracara,  miles los trabajadores de la madera, textiles, orfebres, etc. etc. en su propia tierra hay perdido su lugar en este mundo trasformado en sofisticada sala de casino neoliberal, y lo que es peor, han perdido la esperanza de poder disfrutar  de una vida  digna bajo este mismo  sol cálido y generoso.
No hay dudas que "invertir en el combate al hambre deja un extraordinario retorno", según lo afirmó recientemente el brasileño Graziano da Silva, director de la FAO. El experto no solo viene de una experiencia exitoso,  Fome Cero, sino que recoge una herencia de trascendencia universal. Recordamos que en 1952, poco después de la fundación de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) en 1945, fue elegido presidente de su Consejo el médico  brasileño Josué de Castro, un luchador social, autor de la tesis de la geografía del hambre y que murió en el exilio durante la dictadura militar.
Pese a los logros del programa Fome Cero, se entiende que el mismo, como todos los de ese tipo son apenas medidas de emergencia para superar la desnutrición de casi 1.000 millones de personas en el mundo. Es por eso que la ejecución de esos programas debe seguir políticas precisas que lleven a un desarrollo integral y a un medioambiente amigable para la vida, para sustentar una soberanía alimentaria mínima, donde cada comunidad  produzca los alimentos básicos necesarios para el pueblo. Soberanía alimentaria que permita romper esa crónica dependencia de papas y manzanas de Argentina, ajo de China, y para no ir más lejos no depender de los precios internacionales para poder alimentarnos con proteínas esenciales, como los de la carne. Hoy los alimentos son considerados commodity (mercancía) cuyos precios lo fijan personajes anónimos en Chicago, EE.UU., y no un derecho humano sustancial como debe ser.
En definitiva, pese a que vivimos un mundo al revés, se debe persistir en implantar políticas locales que apunten al desarrollo integral del departamento, el municipio, la localidad y el país. Ellas deben dar, a los individuos y la sociedad, las libertades concretas que a 200 años de la independencia, aún nos faltan.


No hay comentarios:

Publicar un comentario