Que los individuos podemos ser
contradictorios e inconsistentes no es precisamente una novedad. Después de
todo, somos seres humanos y por tanto portadores de una imperfección que forma
parte de nuestra esencia.
Pero esta posibilidad de
reconocernos, esto de poder vernos como seres que a veces pensamos cosas que no
son consistentes entre sí, no nos impide intentar racionalizarlo para tratar de
alinear nuestras visiones, y hacerlas coherentes.
En materia política y de nuestra
vida ciudadana, se lleva los laureles de la incongruencia, esta visión
claramente contradictoria que hace que muchos ciudadanos despotriquen contra
las instituciones del Gobierno, pero al mismo tiempo intenten asignarle tareas
a diario.
En casi todo el planeta, algunas
instituciones estatales lideran los rankings de mala imagen, y América Latina
no es la excepción a la regla.
Cuando se le pregunta a los
ciudadanos su opinión sobre algunas instituciones, inevitablemente aparecen
entre las que lideran esa temible nómina de desprestigio, los cuerpos
colegiados legislativos, la justicia o el gobierno en términos genéricos, o
bien la policía, la educación estatal o el sistema de hospitales cuando se
afinan las muestras.
Y no es que no figuren en la grilla
otras instituciones de la sociedad civil en esta patética lista, como pueden
ser los casos de los partidos políticos ( y sus miembros, los políticos ), los
sindicatos o los bancos.
Las razones que explican buena parte
del descrédito de muchas instituciones estatales, tienen que ver casi siempre
con la corrupción, la ineficiencia, el despilfarro y la discrecionalidad.
Es probable que una importante
cantidad de ciudadanos nos identifiquemos con esa visión. De hecho, lo
repetimos a diario, en la conversación cotidiana con amigos, en el trabajo o en
la mesa familiar.
Sin embargo, y en evidente
contradicción, los mismos individuos que sostienen esa mirada, y que son
tremendamente críticos con esas instituciones y con las personas que tienen la
responsabilidad de conducirlas, cuando se plantea cualquier problema de orden
económico o social, dicen que las soluciones deben venir de la mano del Estado.
Es difícil entender como ciudadanos
que se creen gobernados por corruptos, gente que toma decisiones arbitrarias,
sobre las que recae una sospecha generalizada de que favorecen a grupos afines
o a intereses económicos sectoriales, cuando no a familiares y amigos, pueden
pretender que esas mismas personas, asuman más responsabilidades y resuelvan
problemas complejos.
Resulta muy engorroso comprender
como los individuos pueden suponer que una institución que no puede resolver
cuestiones domésticas menores, podrá ocuparse con eficacia, de solucionar
aspectos que conllevan mucha especialización, extrema profesionalidad y cuyo
abordaje implica una gran complejidad.
En la misma línea, cuando una
sociedad intenta asignarle a esas instituciones la tarea de administrar
recursos económicos con eficiencia y austeridad, va a contramano de lo que
afirma muchas veces cuando dice que esas instituciones despilfarran el dinero,
no son transparentes en su uso y utilizan esa potestad para desviar fondos para
provecho propio, su sector político o amigos circunstanciales.
Esa compulsión de muchos por
controlarlo todo, los lleva a investigar en forma desesperada para encontrar
una referencia y lograr que ese vicio se pueda concretar. Y en esa búsqueda,
caen en la trampa de ser recurrentes, hurgando en los espacios estatales y
profundizando el paradigma de siempre, para dar con aquella institución que los
represente y custodie sus intereses ciudadanos.
La pasión controladora lo puede
todo, y la sociedad se equivoca y mucho cuando le asigna al Estado un atributo
de neutralidad, objetividad y honestidad, que ya ha demostrado que no puede
exhibir con solvencia.
El Estado no es esa utopía que
siguen “vendiéndonos” desde la política tradicional, sus administradores
circunstanciales, que son los mismos que se ven favorecidos por su crecimiento,
por los recursos económicos que administran sin tener que mostrar nada.
Tampoco es lo que parece, y mucho
menos lo que pretenden convencernos que es, quienes tienen especial interés en
hacernos creer lo que les resulta funcional a título personal para favorecer
sus ambiciones, sus proyectos políticos, cuando no su futuro económico.
Pero está en nosotros, en los
ciudadanos libres, en cada individuo de a pie, permitirnos la posibilidad de
revisar nuestras ideas para alinearlas e intentar tener alguna cuota de
coherencia en este tema que tan sensible para nuestras vidas cotidianas.
Es que el Estado nos impacta todos
los días en nuestro quehacer, y está allí porque nosotros mismos, como
sociedad, hemos creído en él, generamos sus cimientos, y hoy, tantos años
después, los mas lo siguen alimentando y engordando, cuando piden MAS ESTADO
frente a cada problema que logramos identificar.
Estamos a tiempo de ordenar las
ideas que decimos defender, de organizar aunque sea parcialmente esa mezcla
repleta de absurdas afirmaciones que van unas contra otras, superponiéndose entre
sí.
Con un poco de humildad, de
integridad, y sobre todo de honestidad intelectual con nosotros mismos,
podremos destrabar esta serie de idas y vueltas, para avanzar en esto de
desarmar esta “colosal incoherencia”.
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