“Los uruguayos ya no somos grises”, dice un aviso publicitario muy
difundido por estos días. Yo creo que
esa frase, breve y sencilla, contiene dos verdades acerca de las cuales es útil
detenerse a reflexionar.
En primer lugar: quien diga que “ya no somos grises” está
admitiendo que antes lo éramos. Y esto es cierto; ¿o acaso no nos quejábamos
del país gris, normal hasta el aburrimiento, monótono y previsible, oficinesco
y burocrático? La medianía empieza por nuestra geografía, como ha sido
reiteradamente señalado; el paisaje uruguayo típico no exhibe grandes planicies
ni picachos nevados, sino apenas una
penillanura suave y ondulada, como nos enseñaban en la escuela. Hasta el Río de
la Plata evita los extremos y para no ser propiamente río, ni mar tampoco, se
instala en la categoría intermedia de “estuario”, que a nadie puede molestar.
Los habitantes de esta tierra de clima templado somos por lo general discretos
y sobrios hasta la chatura; no nos gusta llamar la atención, preferimos el
perfil bajo, y el horror que dicen que la naturaleza siente por el vacío,
nosotros lo sentimos por el ridículo. Somos capaces de sobrellevar la
mediocridad sin remordimientos, y quizás hasta con algo parecido a “la
satisfacción del deber cumplido”.
Nada expresa con más
claridad la vocación nacional por la normalidad que nuestras
instituciones. Cambiamos de gobierno
cada cinco años, votando solamente, sin que a nadie se le mueva un pelo. Los
domingos de elecciones las radios repiten desde temprano que “se vota con
normalidad en todo el territorio nacional”, y lo más excitante que puede
suceder es que a la diez de la mañana no se haya instalado una mesa receptora
de votos en alguna escuela rural. Tradicionalmentelos presidentes eran hombres
maduros, serios, que se vestían y hablaban correctamente y demostraban tener,
por encima de sus diferencias políticas, una común vocación de aguafiestas que
los llevaba a tratar de demostrar, en cualquier caso y circunstancia, que todo
en el país transcurría con normalidad. Los ministros de estos presidentes
solían ser aún más aburridos que los presidentes –lo que es mucho decir- e iban
al Parlamento demostrando un soporífero conocimiento de los asuntos acerca de
los que tenían que informar. Este era, efectivamente, un país gris; un
verdadero bodrio.
Ahora todo es distinto. El presidente es “el Pepe”, personaje
colorido si los hay. El único dogma que profesa es el que manda no ponerse
corbata jamás; lo demás, vale todo. Dice “puédamos” y “váyamos”, como para que
los gurises que hablan así no se sientan mal si la maestra los rezonga por eso.
Si algún periodista se olvida de que está hablando con “el Pepe”, él no tiene
empacho en decirle “no sea nabo”. Casi provoca un soponcio generalizado en este
país de leguleyos cuando dijo que la política está por encima de la ley. A la
muchachada eso no le importa, así que para producir un impacto en ese público
anunció que va a legalizar la marihuana. Mientras la gente digería la noticia
él se ponía de acuerdo con Dilma y con Cristina para echar a Paraguay y hacer
entrar a Venezuela al Mercosur, por razones que parece que no le contó a
Almagro (no sea cosa que se tome en serio que es el canciller) ni a Astori (un
aburrido de los de antes).
Los ministros del Pepe son un tema aparte. A los que andan bien,
como Lescano, los echa. A Almagro lo deja en blanco cada quince días, más o
menos, pero lo mantiene en el cargo. Aguerre se enteró del impuesto a la
concentración de inmuebles rurales leyendo el diario. Pintado no lee el diario,
parece, por lo que recién tomó conocimiento de que Pluna venía cayendo en
picada después de que se estrelló y dejó el pozo. Muslera supo que tendría que
dejar el cargo cuando Beltrame le confirmó que se lo habían ofrecido a él.
Mientras tanto, y quizás
por aquello de que “el show debe seguir”, el presidente no se detiene. No había
terminado de anunciar el puerto de aguas profundas en Rocha cuando ya estaba en
viaje a Melo para avisarles que allí se instalará una segunda planta de
celulosa de UPM (la propia UPM todavía no anunció nada, pero eso es porque los
finlandeses son tipos grises y aburridos). Entre un anuncio y otro nadie
escuchó cuando el flamante presidente de AFE puso el grito en el cielo porque
la rendición de cuentas lo dejó en la vía; el hombre, que es nuevo en el
gobierno, habrá creído que la llegada
del “tren de los pueblos libres”, con la mismísima Cristina a bordo, anunciaba
una nueva era para el ferrocarril… Larrañaga roncó más fuerte para denunciar
que el acuerdo educativo, aquel que hizo tanto ruido a fines de enero, no se
está cumpliendo; pero tampoco él fue escuchado, porque en esos días salió Trobo
a decir que vuelve a haber teléfonos pinchados en el Uruguay, el secretario de
la presidencia comentó lo que había sentido al fumar marihuana y se supo que
200 oficiales del ejército chavista habían montado un acto político en el IMES.
Así vamos; cada día es una sorpresa y todo el año es carnaval.
Los uruguayos ya no somos grises: es un hecho.
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