De abril a la fecha he viajado bastante,
saliendo y regresando a Brasil. Fui a los Emiratos Arabes Unidos, a México, a
Japón, a China y, la semana pasada, también fui a Argentina, siempre
participando en seminarios o dando conferencias.
Naturalmente leí los periódicos locales que
tienen edición en inglés. Por todas partes, el tema dominante es la crisis
económica. En algunos países, incluso con regímenes políticos muy diferentes,
como China y Brasil o Argentina, hay preocupación por la corrupción. Dentro de
esa monotonía leí con placer en Buenos Aires, en el periódico La Nación, un
artículo del escritor argentino Marcos Aguinis, Elogio de la clase media,
reproducido al día siguiente en el periódico brasileño O Globo.
Aguinis desacredita la visión, que dominaba
en los círculos de izquierda, de que la clase media - la pequeña burguesía,
como era llamada - era el paria de la historia. Fascinados por el papel
revolucionario y liberador de la revolución proletaria y, más tarde, por el
ímpetu de las masas ascendentes, los ideólogos de izquierda, y no sólo ellos
pues la moda cundió, no veían más que atraso y mezquindad en la clase media,
las "desviaciones" pequeño-burguesas y la tibieza que le robaban la
fuerza para transformar la sociedad.
Probablemente, en ciertas coyunturas
históricas, en especial en la vieja Europa, así era como actuaban las clases
medias. Basta leer las novelas de Honoré de Balzac como Eugenia Grandet
(Eugénie Grandet, 1833) y Papá Goriot (Le Père Goriot, 1835) para sentir que
esas capas se empequeñecían y eran mezquinas ante la burguesía victoriosa o la
nobleza decadente aliada a la misma. No obstante, ¿habrá sido esa la posición
de las clases medias en América y en los países de inmigración?
Le cedo la palabra a Aguinis: en Argentina,
tanto en el campo como en las ciudades, las clases medias se expandieron y
empezaron a forjar valores que dieron soporte a tres culturas, "la cultura
del trabajo, la cultura del esfuerzo y la cultura de la honestidad". Lo
mismo, agrego yo, habría ocurrido en Australia y en Canadá y, de otra manera,
en Estados Unidos.
En el caso de Brasil, ¿habrá sido distinto?
Aplastadas entre la esclavitud y el señorío
rural, agraciadas aquí y allá con algún título hereditario durante el Imperio,
las clases medias urbanas, compuestas por profesionales liberales, funcionarios
públicos, militares, profesores y unas cuantas categorías urbanas más, ¿en qué
habrían de apoyarse para mantener las distinciones y realizar algo en la vida?
Básicamente en la escuela y en los valores familiares que llevaron al trabajo.
Todo con mucho esfuerzo.
Con la llegada de los inmigrantes, a medida
que éstos "hacían la América" motivados por la necesidad de trabajar,
del mismo modo se incorporaron en las clases medias, recorriendo los caminos
del estudio y tratando de apegarse a la "buena moral". En la
trayectoria de esa capa de inmigrantes se vio la formación de algo que podría
acercarse a una "burguesía pequeña" o pequeña burguesía. Su base
económica, en mayor número que en el caso de la población brasileña más
antigua, provenía de los pequeños negocios. Aun así, su inserción en la
sociedad y su graduación social estaban dadas por las mismas virtudes de las
antiguas clases medias, el valor del trabajo, el estudio "para ascender en
la vida", la honestidad.
La misma base obrera brasileña, la capa de
trabajadores, usando otros métodos de ascenso social como los sindicatos, y
manteniendo el ideal de trabajar por cuenta propia, no escapó a este patrón:
escuela-trabajo-decencia. Obviamente, cuando la sociedad se masifica, cuando
los medios de comunicación, especialmente la televisión y ahora Internet,
marcan los compases de la danza, la imagen es menos nítida.
Ya no se ve con claridad que sean los valores
lo que guía a las llamadas clases emergentes. Quizá haya exageración en la
insistencia con la que se repite que millones y millones de brasileños están
ingresando en las ''nuevas clases medias'', pues en tanto se trata de nuevas
categorías de ingreso más que de lo que propiamente es una nueva ''clase
social'', la transformación del ingreso en clase es cuestión de tiempo. Esta se
va formando. Sus miembros poco a poco empezarán a asistir a escuelas
razonables, a crear una red de relaciones con acceso a los mismos clubes y a
gozar de las mismas instalaciones de recreación, a vestirse más o menos igual
(lo que ya está ocurriendo), a desarrollar una cultura del trabajo calificado
y, de nuevo, a comportarse valorando la decencia y la honestidad.
¿Cómo se comportarán estas clases emergentes
en la política cuando se transformen en una categoría social con
características, aspiraciones y valores propios?
Es probable que se junten en las formas de
comportamiento y en los valores con las clases medias anteriores. Estas, por el
momento, se sienten desconectadas de la institución que, sin ser la única, las
abrigó y les dio influencia: el gobierno, el Estado. Justamente porque la
política se percibe cada vez más como un juego en el que todo se vale, donde la
moral cuenta menos que el resultado.
Por eso mismo, es tiempo de reforzar y no de
menospreciar los valores fundamentales llamados de la clase media, el estudio,
el trabajo, la honestidad. Los valores culturales no se imponen por ley, sino
que son modelos de conducta a los que se agregan sentimientos positivos. Sólo
la ejemplaridad y la repetición enaltecida de ellos (en la escuela, en la
familia, en los medios y en la vida pública) van inculcando poco a poco en la
mentalidad general las formas que definen lo que es bueno y lo que es malvado.
Mi apuesta es acreditar, como cree Aguinis,
que la buena y vieja clase media, que ya contribuyó en la formación de la
Nación, todavía puede tener un papel relevante y será capaz de contagiar sus
valores a las capas emergentes, pues éstas ya están predispuestas: mejorarán
sus ingresos con esfuerzo y trabajo.
Es verdad que el menosprecio en nuestra vida
pública por los valores básicos de las clases medias ha disminuido las
posibilidades de que éstos vayan a prevalecer. Hay oportunidades, no obstante,
de reforzarlos. El juicio por el "escándalo de las mensualidades" es
una de esas oportunidades. Sea cual fuera el resultado, si la Corte Suprema de
Brasil se comporta institucionalmente, sin miedo de condenar o de absolver,
explicando el porqué y siendo transparente, podrá ayudar a desmarcar los límites
de lo inaceptable.
No sólo de pan vive el hombre. La decencia y
la honestidad son partes de la vida. Conviene reforzar las conductas que se
inspiran en ellas.
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