Un amplio espectro de personas y posiciones
confluyen en el apoyo a Andrés Manuel López Obrador pero se pueden identificar
corrientes. Una está claramente compuesta por personalidades, como la mayoría
de su "gabinete", con verdaderas credenciales democráticas; otra es
la nomenclatura del Partido de la Revolución Democrática
(PRD), del gobierno de la
Ciudad de México, del Congreso y de los estados donde ese
partido tiene cierta presencia; y como es evidente, hay una tercera corriente,
militante y activista, probablemente menos viciada que la segunda, pero menos
democrática que la primera y sí más visible y vigorosa que ambas.
Los democráticos en su gran mayoría son personas
que buscan un ideal: una izquierda moderna, democrática, globalizada para
gobernar a México, al tiempo que muchos de ellos provienen o suscriben los
cánones del nacionalismo revolucionario sin su parte autoritaria. El problema
que enfrentan es que aunque su deseo pueda ser compartido por muchos, la
materialización de ese anhelo en la persona de López Obrador es simplemente
insostenible si se remite las acciones y declaraciones del candidato de
entonces y ahora. Pero no hay duda de que son lo mejor del lopezobradorismo.
La segunda es mucho más complicada. Son los cuadros
que vienen del Partido Comunista, del viejo "Ferrocarril", de la Asociación Cívica
Nacional Revolucionaria (ACNR) y sobre todo del Partido Revolucionario
Institucional (PRI) que se fueron incorporando poco a poco al aparato
perredista desde 1989, y de algún modo volviéndose los dueños de las finanzas,
los puestos, los medios y los contactos internacionales del partido. No han
sido especialmente competentes ni en hacerlo crecer ni en conducirse como leal
oposición ni como oposición radical. Como leal oposición fueron desplazados por
el Partido Acción Nacional (PAN), y como oposición radical primero por los
zapatistas y después por otros grupos. Tienen fama, en parte bien ganada, de
corruptos, mediocres y de arcaicos por su estatismo, su nacionalismo
revolucionario autoritario y su castrofilia. Son lo peor del apoyo a López
Obrador.
La tercera corriente es más heterogénea que las
otras dos, sobre todo a partir del #YoSoy132. Para empezar abarca los medios de
comunicación y comentócratas afines a López Obrador desde 2005, o antes: La Jornada , parte de Proceso,
editorialistas de medios como Reforma, Milenio, El Universal, etcétera. Y de
noticieros de radio de gran audiencia. Obviamente unas voces de esa
"subcorriente" son más estridentes que otras; unas son más abiertas o
tolerantes que otras; y algunas lindan en la demencia y el delirio antisemita
como Jalife.
Parte de esta corriente son los trolls en Twitter.
Como es sabido, algunos tuiteros profesionales retuitean hasta 21 mil veces la
línea que viene de blogs o periódicos. Estos también se encargan de golpear a
adversarios políticos, a comentócratas en redes sociales, o donde sea. Tienden
a tener, como escribí, una indigencia política impresionante y son de una
majadería e intolerancia notable. Son detestables y a veces tienen resultados
contraproducentes.
Por último están los jóvenes, que son obviamente
variopintos. Sin duda hay participantes de las manifestaciones estudiantiles de
las últimas semanas que no votarán por AMLO, aunque aventuraría que si entre
ellos se levantara una encuesta de esas que ellos mismos detestan,
probablemente arrojaría que, efectivamente, son abrumadoramente votantes de
AMLO. Desde luego, muchos de ellos que están en el seno del movimiento no
comparten, por ejemplo, el "regreso de Aburto" o el "si hay
imposición habrá revolución". Pero muchos sí y éste es el problema para
los demás estudiantes y las demás corrientes. ¿Quién hace la amalgama de
twiteros, manifestantes, comentócratas, burócratas y demócratas nacionalistas
revolucionarios?, pues el mismo movimiento y ese es el quid. Se podría pensar
en una simbiosis Cantinflas-Peña Nieto para resolverlo: el detalle está en el
deslinde. Uno esperaría que dentro de este río revuelto que es el movimiento,
los demócratas modernos y globalizados se deslinden de los dementes u orates.
No sé por qué, pero dudo que suceda.
Distribuido por The New York Times Syndicate
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