-Mira para eso, no lo dejan
tranquilo ni en su celda -dijo un hombre que estaba a mi lado en la parada de
la guagua sosteniendo un periódico y repentinamente se produjo una división
espontánea entre los transeúntes bulliciosos que se mostraban contrarios al
improvisado comentarista y los que se alejaban en silencio como única
manifestación de desaprobación.
El hombre, que debió abandonar su
puesto en la cola del ómnibus dado el creciente furor popular en su contra,
comentaba un hecho que fue el que terminó de aclararme de hasta qué punto puede
llegar la obnubilación de la gente cuando se la instrumentaliza y manipula, y
hasta donde las truculentas excusas y estratagemas de un gobierno para defender
lo indefendible.
Corría el año 1982 y había saltado
unos días atrás a la opinión pública el caso del poeta y preso político Armando
Valladares, sorprendentemente, ya que no era habitual que esos temas se
aireasen, a raíz de que Francia le otorgase el Premio Libertad que solo se les
concede a escritores presos, una vez que se hizo famoso gracias al trabajo que
Amnistía Internacional hizo para difundir el abuso cometido sobre el escritor
de "Desde mi silla de ruedas".
Las autoridades en aquellos días
inundaban los periódicos y programas de televisión intentando demostrar que la
pretendida invalidez para caminar del poeta era un embuste, una estratagema
para lograr escabullirse del justo castigo que ya se aproximaba al cuarto de
siglo en un proceso sumario en que no había concurrido hecho de sangre alguno.
Resultaba soez.
Ningún otro hecho me hizo entender
tan certeramente, la justa dimensión del convencimiento que tenían los
ejecutores de la represión de estar haciendo lo correcto, ellos que no
escondían ni sentían vergüenza por el hecho del abuso sobre los prisioneros,
hasta se vanagloriaban de mantener en aquellas condiciones a una persona que no
estaba de acuerdo con el proceso que todo el pueblo-decían- había decidido
protagonizar, allí donde habrían debido decir: secundar.
Ni las autoridades, ni el común de
las personas eran capaces de ver siquiera un exceso, en aquella impresentable
cantidad de años de reclusión de un disidente político, sin embargo veían como
una conducta impropia de un hombre cabal, el hecho de que presumiblemente
simulase un impedimento que lo obligaba a estar postrado y a moverse mediante
una silla de ruedas. Mientras tanto yo sólo podía admirar a quien había tenido
la sangre fría, el valor y hasta el sentido del humor de simular durante cinco
años dicha invalidez. Que alguien tuviese que recurrir a tamaño ejercicio de
precisión en la simulación me permitía acercarme mediante la imaginación al
padecimiento de aquel ser privado de libertad, cosa que por otra parte yo tenía
muy a flor de piel ya que mi padre cumplía prisión política también, por la
intolerancia de otro Gobierno*, pero de signo ideológico opuesto, de otro color
de barniz pero de la misma madera. Paradójicamente a causa de la represión
brutal que había en mi país de nacimiento, estábamos exiliados en aquella
segunda patria que no debía conocer aquellos procederes.
Lo más perverso es que la prueba con
que se contaba en su contra era un vídeo que le habían grabado a lo largo de
los cinco años que Valladares dijo padecer esa dolencia, en el cual se podía
apreciar a un hombre levantarse en medio de la madrugada para hacer una serie
de ejercicios para no perder el tono muscular y quedar ciertamente inválido,
según la versión de la televisión y de todos los órganos de prensa.
Más allá de cuál sea la verdad
objetiva en el contencioso de acusaciones de falsedades mutuas, que se
espetaron en su momento el ex preso político Armando Valladares Pérez y el
departamento de Seguridad del Estado en Cuba, acerca de si éste era policía
secreto de Batista** y estaba involucrado en acciones de terrorismo en La
Habana en el año 1959, o si fue preso por negarse a colocar consignas
comunistas en su oficina de trabajo -según asegura el poeta-, lo cierto es que
por una o por la otra razón, pasó la friolera de 22 años en las prisiones
cubanas.
Tuvo el valor de oponerse a vestir
como un preso común y pasó varias semanas desnudo y en celdas de castigo por su
actitud altiva. Sin embargo oficialmente se presentaba al poeta como un
farsante, un simulador que pagó con dos décadas de su vida en las mazmorras el
precio de la libertad de opinión, del manifiesto del disenso.
Hoy, a treinta años de aquellos
días, el país continúa a cargo de los mismos gobernantes, y a merced de sus
decisiones sobre el destino de la gente, sobre lo que se permite pensar, decir
o ser.
Al margen de cualquier divergencia o
concordancia con las ideas políticas de Armando Valladares, de mi padre o de
tantos presos y exiliados que perdieron los mejores años de sus vidas por
políticas crueles , caprichosas y despiadadas, no me sentiría pleno si no uso
mi voz para condenar a quienes el poder ha logrado obnubilar y consideran que
todo les pertenece, incluso la vida de las personas, sean cuales fueren sus
barnices ideológicos siendo idéntica la voracidad de sus apetitos de
libertades.
Aún así a la plenitud todavía le
falta mucho por llegar.
* Juan Martín Guevara de la Serna,
padre de Martín, estuvo detenido en Argentina entre 1975 y 1983 por ser
militante del Frente Antiimperialista por el Socialismo.
** Fulgencio Batista, presidente
derrocado por la revolución de Fidel Castro en 1959.
Martín Guevara es argentino, pero se
crió en Cuba, donde su familia se refugió huyendo de la dictadura (1976-1983).
Desilusionado por el castrismo, que dejó un país arrasado, hoy vive en España.
Tiene un blog y está escribiendo un libro sobre la situación en la isla y sobre
su célebre tío, Ernesto Guevara
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