Males gananciales




La pareja presidencial es la gran usina generadora de inquietudes, incertidumbres y conflictos en la vida política uruguaya. Cuando no son las declaraciones de Mujica, son las de Topolansky, pero por un lado o por el otro, todos los días recibimos el impacto de afirmaciones que luego son reinterpretadas, contextualizadas, relativizadas, desmentidas o ratificadas por sus propios autores (en general, Topolansky ratifica y Mujica hace todo lo otro). Después vienen los comentarios de los analistas (los “todólogos”, como suele llamárseles despectivamente) y las contestaciones de los dirigentes políticos de la oposición e incluso del costadoastorista del propio Frente Amplio. El resultado es una gran polvareda mediática que nunca termina de asentarse y de la que nunca logramos salir.
En las últimas semanas nos enteramos de que la primera senadora del gobierno y segunda ciudadana en la línea de la sucesión presidencial, quiere que un tercio de la oficialidad y la mitad de la tropa del Ejército, por lo menos, apoyen el proyecto político del Frente Amplio; también supimos desu admiración por el kirchnerismo y por “la Cámpora”, poco antes de enterarnos de que, según la senadora, en la interna del Frente votó poca gente por culpa de la escasa cobertura que los medios de comunicación de Montevideo le dieron a ese  proceso electoral. Para coronar esa acumulación de disparates, Topolansky dijo que si la oposición no está conforme con el gobierno lo que tiene que hacer es irse de los entes autónomos (como si la oposición ocupara esos cargos para aplaudir al gobierno y no para controlarlo), pero mientras la senadora decía eso, el presidente echaba del directorio de UTE a Gerardo Rey, de intachable disciplina oficialista. Al final, pareciera que lo que la pareja gobernante quiere es “que se vayan todos”. Tanto admiran a la Argentina, que se contagiaron…
Pero no es cuestión de encandilarse con las declaraciones de Lucía y olvidarse de las del presidente. Amenazó con denunciar penalmente a un diputado porque dijo que habían querido coimear a un delegado uruguayo ante la CARP, y poco después su amigo del alma, su “hermano” Julio Baráibar dijo lo mismo y no sólo no lo denunció sino que tampoco le aceptó la renuncia a su cargo de embajador. Un lunes le dijo a La República que no se proponía hacer cambios en el gabinete y al día siguiente echó a Lescano. Una mañana fue a una escuela de Colonia y dijo que para “urbanizar” el campo los habitantes de Pocitos y Carrasco iban a tener que pagar más, y esa tarde tuvo que salir a aclarar que no estaba pensando en poner más impuestos….              
Algunos, como el senador Tabaré Viera, piensan que todo esto se hace adrede y para distraer la atención pública de los problemas reales del país. Otros observadores, más cautelosos, se limitan a señalar que la verborragia incontenible de la pareja presidencial todos los días les crea problemas políticos al gobierno y al Frente Amplio. Los optimistas incurables, esos que se empeñan en ver siempre el vaso medio lleno, se alegran de que la perrita Manuela no haga declaraciones… 
Las instituciones no deben confundirse con las personas que circunstancialmente las conducen, pero lo cierto es que es por medio de esas personas que las instituciones se expresan y actúan. Los uruguayos queremos creer que nuestras instituciones son serias y que se puede confiar en ellas, por encima de coincidencias o discrepancias políticas con el gobierno de turno. Socava esa creencia la propensión de los gobernantes a hablar demás, a hacerlo sin rigor ni fundamento, a desmentir sus dichos con sus hechos de un día para el otro.
Así se degrada la calidad institucional del país. 
            

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