Los temas de las violaciones a los
derechos humanos durante la dictadura sigue dando que hablar y,
desgraciadamente, se sigue prestando para toda clase de excesos, injusticias y
aberraciones jurídicas. Sin ir más lejos, la ley de 27 de octubre de 2011, que
anuló los efectos de la ley de caducidad luego de dos ratificaciones por la
ciudadanía, sigue siendo un “golpe de Estado técnico”, como en su tiempo lo
dijo el Senador Saravia, entonces frentista. O, como lo dijo el hoy Ministro de
Defensa Nacional, cuando sostuvo que desconocer dos pronunciamientos populares
es algo tan grave que ni la dictadura se atrevió a hacer cuando fue derrotada
en el plebiscito de 1980.
Una causa justa, entonces, se ha
degradado de mil y un modos. La actitud de todos los partidos, dispuestos a
reparar lo reparable, desde 1985, se ha venido usando —con abuso— para imponer
una historia falsa. Y a partir de allí, imponer visiones arbitrarias que
terminan en dinero, mucho dinero, que el Estado ya ha gastado y que no baja de
100 millones de dólares.
Estos debates transcurren en un
clima de terrorismo verbal de tal magnitud, que quien intente recordar las
violaciones a los derechos humanos cometidas por nuestros
guerrilleros-terroristas de inmediato será descalificado como partidario de la
dictadura. Aunque haya luchado contra ella sin las claudicaciones que, en
cambio, tuvo todo el Frente Amplio en febrero de 1973, cuando intentó asociarse
al militarismo en ciernes.
En el terreno de las reparaciones
por actos de la dictadura, la sociedad uruguaya ha sido amplia y generosa desde
el primer día. Y desde el primer día también el Estado asumió sus
responsabilidades en la cuestión, incluso para liberar a los guerrilleros
condenados por homicidios voluntarios. L a ley de reposición de destituidos,
también de 1985, abarcó a 10.000 funcionarios, a quienes se les jubiló
computando el tiempo de la dictadura o directamente se les repuso en sus
cargos. Todo esto se hizo —y se hizo bien— en nombre de la necesidad de
pacificar el país y reparar a quienes efectivamente fueron dañados por la
dictadura. A partir de allí se invocaron toda clase de circunstancias que
ameritaban una reparación y a ese título se dictaron 15 leyes más. 15,
repetimos, lo que hace un total de 17. La última fue en setiembre de 2009 y
llegó al exceso de incluir no sólo al período de la dictadura sino al del
gobierno de Pacheco.
Casi todas esas leyes se votaron por
unanimidad, salvo la última, en que felizmente hubo legisladores que no votaron
el alcance de la reparación hasta junio de 1968, establecido de un modo
realmente abusivo y reñido con la realidad. El artículo 2 de esa ley reitera la
responsabilidad del Estado, extendiéndola a ese lapso “por la aplicación
sistemática de las Medidas Prontas de Seguridad e inspirado en el marco
ideológico de la doctrina de la Seguridad Nacional”.
Todo esto es una atrocidad. La
doctrina de la Seguridad Nacional no la sostuvo el gobierno de Pacheco sino la
dictadura. Pacheco se mantuvo siempre adentro de la ley y el propio General
Seregni, líder y fundador del Frente Amplio, lo dijo expresamente: “Aprendió
rápido. Aprendió lo que era el poder y lo usó. Y hay que reconocer su
inteligencia. Es cierto, contó con la complacencia del poder político, pero
nunca transgredió la Constitución y la ley”.
Invocar las medidas de seguridad es
otra aberración, porque ellas quedaron en manos del Poder Legislativo, quien
fue siempre su “dueño” y pudo levantarlas. Que alguna vez se reiteraron es
verdad, pero siempre dentro del marco jurídico. Tanto marco jurídico que, en
noviembre de 1971, hubo elecciones en que participó por primera vez el Frente
Amplio y las ganó el Partido Colorado, donde era mayoría justamente la
agrupación afín al Presidente Pacheco Areco (por eso mismo fue electo
Presidente de la República el Sr. Bordaberry, que desgraciadamente en 1973 se
sumó al golpe militar).
Lo entristecedor es que detrás de
este afán desmedido de procurar reparaciones lo que hay es un interés
económico. No los juzgamos, porque desde 1985 afirmamos que lo que se pueda
reparar con dinero, bienvenido sea en nombre de la paz social. Sin embargo, no
dejamos de hacer el señalamiento, a riesgo de que el coro de los abusadores nos
descalifiquen, como suelen hacer.
Todo esto se hace, además, en nombre
de la sentencia de la Corte Interamericana que solo el Uruguay acata
puntualmente, porque Brasil no le hace caso y Venezuela y Ecuador acaban de
impugnar todo el sistema en la reciente reunión de OEA.
Que se reparen daños se ha hecho y aun
con abusos es explicable. Pero que a ese título se tergiverse la historia y por
ley y decreto se tache de dictadura a un gobierno democráticamente electo y que
nunca se apartó del Estado de Derecho, pese a que tuvo que enfrentar un estado
de guerra interno así declarado por el propio Parlamento, resulta inadmisible.
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