Cuando lo público y la burocracia son los malos de la
película
Desde hace por lo menos 30 años, en Uruguay, como en
el resto del universo, se ha instalado el discurso de atribuir al Estado, lo
público y la burocracia el origen de
casi todos los males que se padecen. Tal el poder de la estructura gubernamental,
que llega constituir un cuarto gran partido, a veces opositor, otras apologistas de la gestión
oficial. A juicio de sus críticos, no solo pone palos en la rueda de la gestión
oficial, sino que lo hace con métodos antidemocráticos, poniendo en tela de
juicio el propio régimen democrático republicano y representativo.
El sector privado, nacional e internacional cuestiona
al Estado de competencia ilegal y de no
respetar la mecánica del mercado al ejercer el monopolio en áreas claves de la
economía, como el agua, las comunicaciones, energía, salud, educación,
etc. Más aún, lo hace responsable del
atraso, la falta de desarrollo y de la incompetencia de la economía. Y el
imperativo se hace tan fuerte que obliga a los titulares de turno del poder
público a sacar de la galera fórmulas como las empresas públicas de derecho
privado, o las tercerizaciones, eufemismo, en definitiva, de privatizaciones.
Ni hablar de los empleados públicos, cara visible del
Estado, sobre los cuales se descarga el mal humor ciudadano. Se los hace
responsables de constituirse en un segundo e ilegítimo poder estatal; de la
falta o nula celeridad en la ejecución de los programas y acciones políticas;
de la corrupción; del despilfarro de los dineros de todos los ciudadanos; de
ganar altos sueldos por no hacer nada; de pretender poner de rodillas a
los ciudadanos comunes, mientras le pasan la mano a los poderosos; en definitiva, de constituirse en
parásitos del Estado.
Sin embargo, hay que mirar las cosas con cuidado.
Detrás del desprestigio del empleado público y del Estado, se esconde algo más
peligroso que el mal que se le atribuye. Con mas o menores defectos, se está
denigrando a los servicios públicos propios de un Estado democrático,
representativo, constitucional, plural y libre. No se puede olvidar que el
primer rostro que vio nuestro hijo al nacer fue el del médico, habitualmente un
empleado público formado por un sistema educativo público, laico y gratuito.
Los propios enfermeros y auxiliares, que nos cuidan en los hospitales públicos,
son empleados públicos. Y si revisamos todo el extenso abanico de actividades,
encontraremos empleados públicos, pagos por toda la comunidad y al servicio de
todos. Hay que reconocer que nada es perfecto, y que por mirar el árbol se
pierda de vista el bosque. La Salud, la Educación, la Seguridad, la Vivienda,
el Trabajo son algunos de los Derechos Humanos Sociales Esenciales, y el Estado
y los Empleados Públicos están para
gestionarlos y perfeccionarlos con justicia y libertad, porque así lo
demanda la comunidad. Y es falso que los empleados sean un gran gasto para el
Estado. Estudios sociales y políticos demuestran que cuanto más avanzado es un
país, más desarrollado tiene su Estado del Bienestar, más Derechos tiene su población, y mayor es
el número de empleados públicos.
Decíamos que hay que estar alerta, porque detrás de
esas políticas de desprestigio de lo público y de la burocracia pública, hay
“gato encerrado”, agazapado esperando la oportunidad de tomar por asalto el
Estado de Bienestar, Democrático, Plural y Libre en permanente construcción por
toda la ciudadanía. Y para muestra basta un botón.
En agosto de 1971, Estado Unidos de Norteamérica,
presidido por el tristemente célebre Richard Nixon privatizó la salud,
transformando un derecho humano esencial en mercancía. John Ehrlichman, asesor
del presidente, le promete a Nixon:"Todos los incentivos estarán dirigidos
al menor cuidado médico posible", secundado por el empresario Edgar Kaiser
quien dirigiéndose a los magnates y directivos de la industria de la salud afirmó:
"Cuantos menos cuidados proporcionen, más dinero ganarán".
A 41 años de la implementación inaugural de las políticas privatizadoras,
el “gato encerrado” llamado ahora
neoliberalismo, salió de la gatera y se extendió por el mundo mercantilizando
la vida de los seres humanos y la naturaleza. Su estrategia: desprestigiar la
función pública, “comprar” voluntades políticas e imponer, a fuego y sangre, el
dios mercado, la competencia despiadada e inhumana, desmoronando así, paso a
paso, el Estado Democrático, Solidario, Plural, Libre y de Bienestar
Social.
En el caso nuestro, basta mirar alrededor, y observar
cómo decaen sistemáticamente servicios públicos como los de las salud,
seguridad, educación, y simultáneamente crecen y prosperan las instituciones
privadas y los nuevos ricos, empresarios de última generación. Hay que
reconocer asimismo que hay sombras que el sistema político ha servido en
bandeja a la voracidad privatizadora. El clientelismo electoral, corrupto y
arbitrario, aún persiste, pretendiendo legitimidad concediendo al que gobierne
el derecho de “colocar a los suyos” aún cuando los mismos sean ineptos en el
mejor de los casos. Legitimidad se
refuerza con caudillos de barrio que reclaman a voz en cuello, diciendo “yo no
quiero que me pongan donde dean, siempre que sea donde haiga".
Es imprescindible no engañarnos. Con todas las sombras
y defectos, no se puede perder de vista que los empleados públicos
(municipales, docentes, médicos, enfermeros, policías, soldados, abogados,
jueces, técnicos, auxiliares, barrenderos, etc.), con las excepciones que
correspondan, son los que garantizan los Derechos Humanos Sociales en un Estado
de Bienestar, Democrático y Plural, aún cuando es conocido en su origen como
“Uruguay Batllista”.
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