Al
parecer, ya estaría terminado por la Dirección Nacional de Telecomunicaciones,
el proyecto de ley que pretende –antes de ingresar al año electoral- regular el
uso de los medios de comunicación. Este proyecto, que hace un par de años según
manifestara el propio Presidente Mujica, al diario “La Nación” de la República
Argentina, tendría como destino “la papelera” (ya que según el Primer
mandatario, en esta materia “el mejor proyecto es el que no existe”) ha logrado
sin embargo, resurgir con bríos y va a ser considerado en primera instancia por
el Poder Ejecutivo, antes de remitirlo al Poder Legislativo para su discusión y
aprobación.
Será
por confirmar aquello de que “lo más constante es el cambio” o quizás, por reiterar
la muletilla presidencial que ha demostrado su aparente inestable estilo: “como
te digo una cosa, te digo la otra”, el proyecto en cuestión, a todas luces,
goza de buena salud.
Y
en verdad, genera suspicacias de todo tipo en quienes aún tenemos capacidad de
reflexionar sobre cuestiones que hacen nada menos que al fortalecimiento de las
instituciones y principios democráticos y republicanos. ¿Es que acaso, un
proyecto de ley de esta naturaleza, no debiera generarlas?
¿Qué
garantías puede tener la oposición y la ciudadanía en su conjunto, cuando nos
encontramos con un gobierno que cuenta con automáticas mayorías parlamentarias?
¿Podrá darse un verdadero ámbito de discusión y análisis? ¿Se advierte el
riesgo que corren las libertades públicas con una ley de este tenor? ¿A quién
se responsabilizará en caso de excesos?
En
la fracturada sociedad en que nos ha tocado vivir y ver crecer a nuestros
hijos, donde la distancia entre los estamentos sociales se ahonda cada vez más,
pese al manido sonsonete de la “inclusión social” y la “aplicación de políticas
de equidad social” (que con carácter cuasi fundacional, han esgrimido los
seguidores de este segundo gobierno “progresista”, olvidando que las
inversiones mayores para reducir la pobreza se realizaron en la década del
noventa) hablar de “regulación de los medios de comunicación” imponiendo
obligaciones y responsabilidades, para que “no todo sea clin caja” no debiera
pasar desapercibido.
¿Es
que no se advierte el riesgo que tales regulaciones pueden significar? ¿Bastará
con mostrar un proyecto de normas bajo un ropaje de “compromiso social”, para
que se acepte pacíficamente una limitación a la libertad? Debemos permanecer
alertas.
¿No
se lograrán minar principios básicos de nuestra república? ¿Dónde queda el derecho
a la libertad de expresión? ¿Dónde se ubicará a la libre empresa? ¿Y la
libertad de asociación?
Pues
las normas jurídicas que ya existen en nuestro ordenamiento jurídico, en todos
los niveles, si se aplicaran, comprenderían prácticamente todo el espectro de
esta materia tan sensible, que ahora pretende regularse. ¿Pero?
¿Cuáles
son los verdaderos intereses que se esconden tras este nuevo “cambio” que se
intenta concretar? ¿No se advierte que las “regulaciones” que se anuncian, no
hacen más que limitar las libertades civiles a las que no debiéramos renunciar?
Poco a poco, y paulatinamente se agiganta la figura de los “entes reguladores”,
en desmedro y claro perjuicio de los derechos de los ciudadanos, quienes deben
cargar además, con el costo de su funcionamiento.
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