Julio EMBID. Subdirector de Estudios de Progreso.
Licenciado en Ciencias Políticas y en Periodismo por la UCM. DEA por la UCM.
El pasado domingo tuvieron lugar la primera ronda
de las elecciones francesas donde ganó el candidato socialista François
Hollande con un 28,6%, quedando segundo el actual presidente Nicolás Sarkozy
con un 27,1%. La gran sorpresa han sido los terceros y cuartos candidatos:
Marine Le Pen (con un 17,9%) y Jean-Luc Mélenchon (11,1%), obtniendo unos
resultados muy superiores a sus predecesores en 2007.
Marine Le Pen ha logrado superar a su padre que
logró ser el primer candidato de extrema derecha en pasar a segunda ronda de
las presidenciales francesas en 2002 con el 16,8%. Esos fueron otros comicios:
el voto de izquierda estaba atomizado en ocho candidaturas distintas por encima
del 2% y se produjo el mayor fracaso del socialismo francés, con Lionel Jospin.
Además, en aquellos comicios la extrema derecha se impuso en todas las regiones
del país (Lorena, Alsacia, Franco Condado, Ródano-Alpes o Provenza-Costa Azul).
El voto xenófobo y extremista se concentró en ciudades como Marsella, Lyon o
Estrasburgo, donde no ha retrocedido desde entonces.
En 2007 apareció el fenómeno del centrista UDF y su
candidato, François Bayrou, se convirtió durante la campaña en el político
mejor valorado de Francia con unas expectativas de victoria en los sondeos
claras... en la segunda ronda, si hubiera llegado. Si Bayrou hubiera quedado
segundo, por encima de Sarkozy o Royal, hubiera podido ganar la segunda vuelta
con los votos del otro. Sin embargo, Bayrou se quedó a las puertas de la
segunda ronda y Sarkozy terminó ganando holgadamente.
Pues bien, las preguntas que hoy nos hacemos todos
son: ¿Qué ocurre con los votantes en la segunda vuelta? ¿A quién votarán los
votantes de izquierda? A ¿un candidato de centro-izquierda? A ¿un candidato de
centro-derecha? O ¿más bien se abstendrán? Y... ¿a quién votarán los votantes
de derecha? A ¿un candidato de centro-derecha o, por el contrario, no acudirán
a las urnas? En Francia vamos a ver esta semana un proceso contrario al de las
elecciones americanas. En EE.UU, en las primarias, los candidatos ofrecen sus
propuestas más doctrinarias y agresivas para poder ganarse a sus votantes
inscritos y que participan en su elección, y después en la campaña presidencial
suelen ofrecer un perfil más moderado y conciliador para ganarse el voto
independiente o de centro. En Francia ocurre lo contrario, y en el sprint final
suele aumentar la tensión ideológica porque con los votos propios no se gana:
Sarkozy necesita a los votantes del Frente Nacional y Hollande a los del Frente
de izquierdas. Como en una partida de mus, debemos permanecer atentos a los
guiños que hagan a sus compañeros de viaje, porque en una sociedad plural y
democrática como la francesa, mal harían los socialistas por vender la piel del
oso antes de cazarlo y que los buenos resultados en la primera ronda les
cegasen completamente. En 1974, Mitterrand le barrió por once puntos y tres
millones de votos al segundo candidato, Giscard d'Estaing, en la primera
vuelta, y en la segunda terminó perdiendo por tan sólo cuatrocientos mil votos.
Siete años después con la lección aprendida, la izquierda y Mitterrand supieron
ganar la segunda vuelta.
El diario francés Le Monde advirtió este lunes que
al menos un 20% de los votantes de Marine Le Pen votarán por Hollande, pues es
un voto contestatario y de protesta contra la clase política que representa
Sarkozy, subyugada a la canciller alemana Angela Merkel, contra los recortes
sociales y contra la Eurozona ,
y no exclusivamente un voto xenófobo y ultranacionalista. Al resto, Sarkozy
sabrá estas dos semanas hacerles suficientes guiños anti-inmigración para
sumarlos a su proyecto conservador.
Hollande debe recordar todo esto y saber que más
allá del PS francés, hay casi seis millones de votantes izquierdistas y casi
cuatro millones de votantes centristas deseando ser seducidos por algo nuevo.
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