Se conmemoró el 1º de mayo de 2012, día de fiesta y
lucha, en un preciso momento de la vida social y laboral de los uruguayos, en
que se alcanzó el índice de desocupación más bajo de su historia. El dato no es
menor, si se tiene en cuenta que el mismo es similar, al indicador medio que en
el sistema capitalista se tiene como “normal” y característico de los países
más desarrollados del planeta.
Sin embargo, tan alentador índice de desocupación nada
dice sobre la calidad de vida de los ciudadanos en particular de aquellos que
con su trabajo crean la riqueza, y son el motor, no solo de la economía del
país, sino de la propia existencia de todos, incluso de sus instituciones
públicas. Datos de la Unesco
recientes revelan que Uruguay es el país más desigual del continente. Y para no
abrumar con cifras, basta que cada uno compare el valor del Salario Mínimo y el
de la Canasta Básica.
Con un salario mínimo que en realidad es el techo para casi 850 mil trabajadores,
la relación entre el mismo y la canasta básica familiar, es como una carrera
entre la tortuga y la liebre. La familia trabajadora vive gambeteando para
poder acceder al techo, el tratamiento médico, el calzado, la vestimenta, el
pan, la carne, la leche y demás alimentos básicos en la dieta de cualquier ser
humano. Solamente por razones de justicia y equidad, el salario mínimo debería
estar en los 40 mil pesos mensuales. Por debajo de ello, se ingresa en el
pantano de la pobreza y la indigencia infernal. Pero es una situación que no es
nueva ni reciente, ni la reflejan las estadísticas, que obviamente son
manejadas por quienes tienen el sartén por el mango. Tiene raíces profundas y
centenarias, no por ello se debe cruzar los brazos. Tanto ayer como hoy sigue
siendo necesario desbrozar y transformar la realidad poniéndolo al servicio de
los seres humanos y la vida.
El multiempleo (formal o informal) es la estrategia
habitual empleada para poder alcanzar a fin de mes la tan anhelada canasta
básica. Con sueldos indignos e insuficientes el sistema viola en los hechos
leyes laborales emblemáticas como la de las ocho horas, haciendo de la vida del
trabajador un manojo de angustias y dolor. Y al hablar de trabajo, hablamos de
ser humano. Y como dijo un filósofo alemán en el siglo XIX, y lamentablemente
por todos, vivimos un universo donde el mundo de las personas y del trabajo se
devalúa constantemente, mientras se sobrevalúa el mundo de las cosas y del
dinero. El Tener por encima del Ser.
Al observar la
situación existencial de miles de compatriota, no se puede dejar de recordar y
asombrarnos con aquella descripción realizada en 1789 (hace doscientos veinte y
tres años atrás) en el libro Del Hombre,
por el filósofo del Iluminismo Helvetius sobre una sociedad capitalista que pugnaba entonces por su instauración, y
cuyo primer eslabón lo alcanza, a sangre y fuego, con la Revolución Francesa.
“Existen en la mayoría de los países – escribió
Helvetius - dos clases de ciudadanos:
aquellos a los cuales les falta lo indispensables y los otros, a los cuales les
sobra lo superfluo. Los primeros consiguen minimizar sus privaciones solamente
con trabajo intenso. Éste es una fatiga para todos y para algunos un suplicio.
La segunda clase vive en la abundancia pero se angustian en el tedio... Qué
hacer para crear felicidad?”
En estos días del 2012, celebramos los 100 años de
aquel discurso de Domingo Arena, el compañero de sueños de don José Batlle de
Ordoñez, en el Senado de la
República , donde afirmó entre otros conceptos: “Nunca he
podido comprender cómo, gente que se conduele del sufrimiento de los gatos, del
hambre de los perros ¡puede quedar indiferente ante la angustia de las familias
proletarias! (...) Porque si hay un hecho que me parece evidente, de toda
evidencia, es el derecho a vivir que tiene en una sociedad medianamente
organizada el sujeto que da su fuerza, su inteligencia, su voluntad, - todo lo
que tiene – para ganarse la vida”.
En tiempo de globalización, de superproducción
alimenticia, de progresismo, de desarrollo y vertiginosa creación de riqueza,
la multitud ciudadana aguarda con expectativa y angustia, una repuesta
verosímil a esa gran pregunta que se hacía Helvetius: Qué hacer para crear
felicidad?
La respuesta, para ser verdadera, tendrá la cara, el
formato, el marco de tres de los
Derechos Humanos Esenciales: el Derecho Humano a la Vida , el Derecho Humano al
Trabajo, y el Derecho Humano a un Salario Digno. Por eso los trabajadores del
mundo entero, en todo primero de mayo, celebramos la vida y los triunfos
alcanzados, y renovamos los votos de seguir la lucha por un mañana hermanados
en el trabajo y en donde vivir sea un canto colectivo permanente a la razón, a la vida, a la libertad, la
justicia y la solidaridad.
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