Sus médicos cubanos ya le
comunicaron al presidente Hugo Chávez que muy probablemente no llegará vivo a
las elecciones de octubre. No se trata de certezas, sino de una aproximación
estadística. Las personas de su edad afectadas por el cáncer agresivo que
padece, complicado por la metástasis generalizada que se ha desatado, suelen
sobrevivir equis meses. A veces exceden el período o a veces no llegan. Sólo se
trata de un macabro promedio.
Una de las primeras reacciones de
Chávez fue llamar a un jefe de Estado amigo para contárselo. A partir de ahora
hará cosas cada vez más extrañas. Necesita, como cualquier persona moribunda,
ánimo, compasión, palmadas cariñosas.
Una vieja amiga tanatóloga,
especialista en ayudar a morir a los enfermos terminales, que ejerce su triste
y necesaria profesión en un gran hospital, siempre insistía en que las gentes
necesitan, por encima de todo, más que palabras de consuelo, que le aprieten la
mano cuando se despiden de este mundo. Ese contacto final de piel a piel es
misteriosamente reconfortante. Quita un poco el miedo que provoca asomarse a
ese abismo insondable.
En efecto, las personas moribundas
sufren de varios miedos diferentes. Le temen a la destrucción acelerada del cuerpo.
Han vivido pendientes de él. Lo han cuidado, lavado, protegido, lo han enseñado
con orgullo, y, de pronto, el deterioro, en lugar de ser paulatinamente
perceptible, se presenta de sopetón como una pesadilla.
Las personas, especialmente las
poderosas, además, le temen a la pérdida de autoridad sobre el propio yo. El
enfermo terminal está a merced de los médicos, de los enfermeros, de los
parientes. De una manera cruel, se invierten las relaciones de poder y el
enfermo terminal sufre la indignidad de ser sometido por cualquiera con una
bata blanca o por el familiar o amigo que le hace compañía. Vuelven a ser
tratados como niños.
Y está el miedo al dolor. Ése es
terrible y acarrea una consecuencia nefasta: el enfermo terminal subordina toda
su existencia, la poca que le queda, a tratar de evitar esa experiencia. Se
obsesiona con el dolor. Habla y piensa constantemente en eso. El resto de los
temas dejan de ser importantes. Ante un dolor agudo, ¿quién piensa en el amor,
en la responsabilidad o en lo que sea? ¿Qué hay más absorbente que el temor a
un dolor penetrante?
Chávez advierte que tiene poco
tiempo para la inmensa cantidad de asuntos que deja pendientes, pero
súbitamente han cambiado sus prioridades. ¿Le importa mucho el destino de su
revolución bolivariana a estas alturas de la vida o de la muerte? Tal vez no.
Se sabe rodeado de bandidos dedicados al desfalco de los fondos públicos y de
narcos generales que han echado las bases de un narcoestado. Con esa
impresentable tropa no puede comparecer ante la posteridad. La revolución
bolivariana fue un sueño trunco.
¿Le importa hoy, a las puertas de la
muerte, aquel loco proyecto del socialismo del siglo XXI que nunca llegó a
definir del todo, o que definió de tantas maneras que nadie tiene la menor idea
de lo que está hablando? ¿Quién va a derrotar ahora al imperialismo yanqui y
enterrar al capitalismo? ¿El limitado señor Nicolás Maduro? ¿El viejo pillín
José Vicente Rangel? ¿Se cree alguien que Diosdado Cabello es un revolucionario
idealista consagrado a la redención de la especie?
¿Puede Chávez dejarle a un albacea
el encargo post mortem de que continúe ejerciendo la filantropía revolucionaria
con Cuba, Nicaragua, Bolivia y otros Estados pedigüeños? Chávez es pródigo como
nadie con el dinero de los venezolanos. Se ha comprado la fama a punta de
bolívares. Le regala plata a candidatos extranjeros, a amigos, a cualquiera que
pasa por Caracas y le hace un cuento. ¿Quién va a reproducir ese comportamiento
dadivoso para cultivar su gloria tras su muerte?
¿Qué es, en suma, la revolución
bolivariana? Chávez lo sabe y se lo lleva a la tumba con pesar: es sólo una
nueva oligarquía política que saquea al país impunemente. Nada más. Si en algo
Chávez recuerda a Bolívar, es en que también ha arado en el mar. Todo ha sido
inútil. Su experimento revolucionario no será estudiado en las clases de
Ciencias Políticas, sino en las de Criminología. Se morirá con esa pena. Es muy
triste.
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