De visita en Montevideo, Jorge Luis Borges fue
agasajado por los escritores uruguayos. En esta vereda del río los locales
designaron a Juana de Ibarbourou para que hable en su representación.
Estaba previsto que el autor de El Aleph
respondiera.
Sentados uno al lado del otro charlaban
animadamente cuando Juana de América le dijo al argentino: “Tenemos que dar un
discurso pero no tengo muchas ganas de leerlo”. Este, que tampoco tenía ánimo,
le contestó “¿Sabe una cosa? Yo tampoco. Hagamos un intercambio. Usted me da su
discurso, yo le doy el mío, y después cada uno lo lee en su casa”.
Si bien Borges y Juana tenían todo el derecho de
hacer esto, los asistentes al banquete se deben haber quedado con las ganas de
escuchar las palabras de los dos grandes de la literatura.
Eso es lo que parece haber sucedido la pasada
semana en el Parlamento Nacional.
Y, no es bueno.
El Senador José Amorin planteó la necesidad de
debatir declaraciones realizadas en el extranjero por una integrante del
Cuerpo, la Sra. Lucía
Topolansky.
Afirmaciones que, a juicio del legislador y de
muchos de los que integramos el Senado, son contrarias a nuestra Constitución y
la forma Republicana representativa de gobierno.
Entramos en ese momento en un largo debate acerca
de si correspondía debatir ese punto o no.
La legítima mayoría que posee el oficialismo vedo
la posibilidad de discutir el tema. También se rechazó una declaración que
expresaba que las Fuerzas Armadas están al servicio de la Nación y no de un Partido
Político, dentro de la
Constitución y la ley.
En el debate acerca del debate se hicieron varias
alusiones al uso de redes sociales en tono de crítica.
Soy uno de los que las utiliza.
Las utilizo para informar a los miles de seguidores
en Twitter y amigos en Facebook con los que me relaciono a través de las redes.
Creo que es una forma maravillosa de personalizar
la comunicación con miles de persona. Un ejercicio de la representación
democrática y una forma de rendir cuentas.
Eso no me impide participar en el debate
parlamentario pero si me enriquece con la opinión y sugerencias, en tiempo
real, de los seguidores.
Al mismo tiempo que esto sucedía en Parlamento, el
Presidente de la República
mandó, dos veces, callar a la oposición. “¡Qué se callen! ¡Silencio!” fueron
sus palabras.
En un sistema democrático como el nuestro la
decisión de una mayoría de no discutir un tema en el Parlamento, es mala.
Que el titular del Poder Ejecutivo mande callar a
la oposición, es todavía peor.
Esto se da en el medio de un clima enrarecido
porque la primera Senadora del oficialismo (y segunda suplente del Presidente)
expresó que quería que una parte de las Fuerzas Armadas fueran fieles a su
proyecto político. También dijo que le gustaría tener Fuerzas Armadas “revolucionarias”.
A los que creemos que las Fuerzas Armadas no deben
estar al servicio de Partido alguno sino al servicio de la Nación toda, y actuar
siempre dentro de la
Constitución y la ley nos preocupó este sinceramiento de la Senadora.
Por ello pedimos que el Senado emita una
declaración en el sentido contrario.
Pero no se hizo.
A los que pensamos que en un sistema democrático el
Poder Ejecutivo no debe mandar callar a nadie y menos a la oposición nos
preocuparon las declaraciones del Presidente.
Quizás quieran hacer como Borges y Juana: que nos
limitemos a intercambiar los discursos sin leerlos.
El problema es que el que no se entera en ese caso
es el Pueblo. Que tiene derecho a saber y estar informado.
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