España no tiene cómo lograr que los argentinos
compensen adecuadamente a Repsol por la expropiación de la empresa. Es una
batalla perdida. Los argentinos pagarán lo que les dé la gana y cuando les dé
la gana. Hace una década, declararon la suspensión de pagos de la deuda
soberana, algo mucho más grave, y no pasó nada. Impunidad total. Borges opinaba
que los peronistas no eran ni buenos ni malos; eran incorregibles. Tenía razón.
Este episodio lo demuestra.
Al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner le es
políticamente rentable mostrarse duro "contra la arrogante empresa
extranjera que se llevaba los beneficios y dilapidaba los recursos
nacionales". Ese es un discurso que los argentinos vienen escuchando desde
hace setenta años y la mayor parte se lo cree. Trae votos y genera simpatías.
Incluso, tiene algunos partidarios en España. A los comunistas españoles les
parece muy bien que el Estado nacionalice y estatice las empresas. Es una
cuestión de principios.
Ya algunos políticos y funcionarios argentinos han
advertido en un tono amenazante, deliberadamente ambiguo, que en el país hay
otras grandes empresas españolas que pueden ser afectadas por la posición que
adopte España. Entre las compañías rehenes están Telefónica y los bancos
Santander y Bilbao Vizcaya. O Madrid se porta bien con Buenos Aires, o ellas
pagan la estatización de Repsol. Es muy fácil presionarlas. Basta una pinza
entre el acoso sindical y los inspectores fiscales para que cunda el pánico.
Pero hay más. Queda la posibilidad de solicitarle a
Repsol miles de millones de dólares por daños ecológicos. Si en Ecuador, a la
petrolera Chevron, pese a los acuerdos firmados hace veinte años para poner fin
a cualquier litigio, un juez local la condenó a pagar 6.300 millones de euros,
o 13.600 si no se disculpaba, es muy probable que a Repsol le impongan una
multa mucho más severa. En Ecuador, 30.000 firmas acompañaron la querella. En
Argentina, a doña Cristina le será muy fácil recoger un millón. El ambientalismo
antiempresarial tiene muchos adeptos en el país. Es muy popular.
Nadie debe sorprenderse de este episodio. En
Argentina, los derechos de propiedad son muy frágiles. Si el Gobierno es capaz
de robarse los ahorros de sus propios ciudadanos, como sucedió con el famoso
corralito, o de saquear las cajas de jubilación y continuar ganando elecciones,
¿cómo puede alguien extrañarse de que una empresa extranjera sea despojada de
sus activos ilegalmente si le conviene al mandatario de turno? Los clásicos lo decían
con un tonillo barroco: "El que con infante pernocta, escarmentado
alborea". O sea, lo orinan.
Cuando vino el período de privatizaciones en
Argentina, en torno al año 1990, algunas empresas extranjeras se beneficiaron
del clima de corrupción con que se llevaron a cabo esas transacciones. Así se
hicieron grandes fortunas por encima y por debajo de la mesa. Precedente que
convierte en hipocresía cualquier invocación actual del Estado de Derecho.
Argentina no es Suecia. Nunca lo fue. Eso se sabía.
Hay dos lecciones relacionadas al derecho que
pueden aprenderse de todo esto. La primera es que resulta enormemente riesgoso
invertir en donde no existe seguridad jurídica. La ganancia fácil de hoy se
convierte en una pérdida colosal cuando cambian las tornas. Tiene mucho más
sentido competir en el difícil primer mundo, con reglas claras y árbitros
imparciales, aunque la tasa de beneficios sea menor, que llevar los ahorros a
donde, de la noche a la mañana, todo el esfuerzo empresarial desaparece por la
venalidad o la conveniencia de los políticos.
La segunda lección es que si nos dan alguna ventaja
injusta para entrar en un mercado (y no me refiero a Repsol, pues le supongo
rectitud y transparencia), esa facilidad que hoy disfrutamos mañana la tendrá
otro que, gracias a sus conexiones, también nos desplazará injustamente.
Aquella frase de Groucho Marx en la que expresaba su decisión de no pertenecer
a ninguna asociación o club tan degradado que fuera capaz de aceptarlo puede
aplicarse al mundo empresarial: no vale la pena ganar hoy haciendo trampas de
la mano del Gobierno, mañana nos tocará perder del mismo modo. El que a trampa
mata, a trampa muere.
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