Martín GUEVARA
Periodista argentino, pero se crió en Cuba, donde
su familia se refugió huyendo de la dictadura (1976-1983). Desilusionado por el
castrismo, que dejó un país arrasado, hoy vive en España. Tiene un blog y está
escribiendo un libro sobre la situación en la isla y sobre su célebre tío,
Ernesto “che” Guevara. Fuente: http://martinguevara.over-blog.es
Parece ser que no han cambiado demasiado las cosas
cuando el asunto se pone tirante, y aquello sobre lo que el periodismo
investiga o informa se transforma en algo serio, comprometedor, entonces surgen
obstáculos diversos, que en algunos casos consiguen detener el objetivo
principal. Impiden destapar la verdad si está oculta, o darle lustre en caso de
que esté opaca.
La actividad se está viendo afectada por la
intrusión en el mejor de los casos de una pléyade de bienintencionados
sucedáneos, el abaratamiento o directamente la gratuidad de la prensa escrita y
con ello la precarización de la información y de sus voceros.
La profesión se está diluyendo en el magma de los
nuevos soportes, pero ayudada muy de cerca y concienzudamente por los
beneficiarios de que gobiernen en este terreno los monopolios informativos y
generadores de opinión, dadas las absorciones de medianos grupos mediáticos
casi siempre incómodos para el poder, por enormes monopolios que con
preocupante frecuencia despiden gran cantidad de trabajadores, o dejan
atemorizados por su futuro a la mayoría ubicándolos en situación de interinidad
consiguiendo parcializarlos, y luego conceden una uniformidad a la información
de manera que sólo existen los mismos temas de interés general en casi todos
los medios, censurada la diversidad de enfoques, como está ocurriendo en buena
parte de los conflictos más enconados y preocupantes a nivel mundial.
La autocensura y el conductismo en numerosos medios
informativos deja a buena parte de la población a merced de una información
sesgada y demasiado marcada por los intereses de los auspiciantes.
Aunque tampoco se espera la salvación de mano de
las hordas que juran llevar la verdad a los hogares, que surgen como hongos
dadas las facilidades de creación inmediata en medios como Internet, en su
mayoría compuestas por audaces y avezados émulos de periodistas cargados de voluntad,
pero igualmente desprovistos de profesionalidad. Sobre todo en el rubro de la
contrastación y la verificación de la noticia.
Nos invaden informaciones que confunden lo verídico
con lo veraz y hasta llega a ser placentera su lectura, aunque resulte de
escasa seriedad armarse una idea sobre algo a partir de una premisa falsa, y
nocivo para el conocimiento. Casi no existe buscador o empresa de peso en
Internet que no posea una sección de noticias en su página frontal, del más
variado tenor según el perfil de la página, pero con el común denominador de un
bajísimo nivel de exigencia en la calidad informativa. Millones de personas
leen sólo esas noticias, que en suma conforman la cantidad de tiempo medio que
destinamos por día para la lectura, conformando esa su particular idea de lo
que es "estar informados", constituyendo este un fenómeno novedoso a
partir de Internet.
Para encontrar a alguien tan despistado
antiguamente había que rastrearlos entre los lectores de las Selecciones del
Reader Digest o del Sputnik.
Pero los casos más preocupantes de pérdida del peso
y la presencia periodística son las prácticas que se llevan a cabo dentro del
enorme y variopinto mundo de la censura. Desde casos como el de Cuba donde a
partir de los años 60 el periodismo político dejó de existir, convirtiéndose en
una invitación permanente a la adulación, la obsecuencia, la complicidad y la
opacidad, el intento institucional desde la prensa oficial de desprestigio de
la oposición en países con gobiernos de prácticas difusamente totalitarias,
pasando por la dictadura del mercado en buena parte de Occidente, hasta la
terrible realidad que viven por ejemplo, los reporteros en México cuando
informan acerca de las mujeres asesinadas de Ciudad Juárez o acerca de los
carteles del narco, con casos que han llegado a la tortura y el asesinato de
periodistas. Se ha intervenido hasta para obstaculizar la información desde el
interior de los conflictos armados, con el fin poco oculto de no dar publicidad
a las atrocidades que pudiesen tener lugar.
¿Qué hacer? Incluso el corporativismo, que en una
situación de amenaza a la profesión puede tener su razón de ser y su utilidad,
sin embargo no resulta de gran auxilio en la oxigenación necesaria de la
profesión, más bien la puede condenar a la endogamia y la autofagia.
Mis padres eran estudiantes de periodismo, se
conocieron en la facultad de Buenos Aires y el primer fruto de aquello, antes
que cualquier producto de la deontología
pofesional, fue el nacimiento del firmante de esta nota. Quizás deba a ello la
sensación de sentirme un tanto cronista de mi tiempo. Al cabo de medio siglo de
vida siento la necesidad de expresarme más allá de las pinceladas a los
recuerdos e interpretaciones de los pasajes circunscritos a los contornos
exclusivos de mi vida, me embarga la pulsión de contar lo que sucede alrededor,
de participar en mi mundo opinando, tal vez con algunas imperdonables vetas
ideologizadas, residuo inevitable del enfrentamiento a los totalitarios años y
ambientes de los que me vi rodeado. Intentando dejar al desnudo el carozo y que
llegada la ocasión pueda reconvertirse en simiente.
Aunque
también considerando como un deber de todos los intrusos bienintencionados el
no confundir este deseo altruista de contribución en los aledaños de la opinión,
con el responsable ejercicio del periodismo.
Ni siquiera
los mejores chistes se obtienen mediante la improvisación.
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