Me
puede la tristeza. Observadores de Naciones Unidas cuentan decenas de cadáveres
de niños entre los fallecidos en la ciudad siria de Al Haula. Por desdicha,
este tipo de sucesos no son nuevos, y lo nefasto, es que nos estamos
acostumbrando a convivir con esta trágica realidad. El mundo, a través de sus
organizaciones e instituciones mundiales, tiene que ir a la raíz del problema y
pedir cuentas a los responsables de estos lamentables actos. La palabra
humanización no tienen ningún sentido mientras se produzcan este tipo de
crueldades, más propia de animales que de personas civilizadas. Los países
tienen que unirse para combatir estos escenarios vergonzosos, como puede ser el
reclutamiento infantil o la utilización de inocentes vidas como escudos. Este
brutal abuso, aparte de ser una violación flagrante de la ley internacional,
nos encamina a recapacitar sobre tantas injusticias sembradas y a volver los
ojos a tantos conflictos armados, alimentados por la proliferación y
adquisición de armas, cuyo tráfico comercial e impúdico evita cualquier
consideración ética.
El
auténtico sendero de paz es aquel por el que la comunidad avanza en un desarme
controlado bajo la organización de una seguridad común. La tierra está plagada
de violencias que debemos atajar cuanto antes. El caso de Siria, por ejemplo,
hace tiempo que la ONU viene denunciando graves violaciones de derechos
humanos. Así, un informe publicado este mismo mes, denuncia "los casos de
muerte y de tortura de niños y adolescentes detenidos por el ejército e
interrogados para que admitan que sus familiares son miembros de los grupos de
la oposición". Está claro que sin
fondos ni recursos, estos grupos de terror no podrían actuar. Desde luego,
todos tenemos una obligación moral de impedir más derramamientos de sangre, y
con las armas, está visto que no se solventan los conflictos. Tiene que ser una
contundente respuesta internacional, una acción y reacción común, que nos encamine
a todos a ser constructores de paz.
La
vida de tantos indefensos niños corre serio peligro en muchas partes del mundo.
Las circunstancias nos muestran que su utilización se ha convertido en el
método preferido de muchos grupos armados para librar una contienda. La
conciencia del mundo tiene que verse sacudida por estos brutales
acontecimientos. La infancia debe ser educada en un espíritu comprensivo, de
tolerancia y amistad entre los pueblos, y sus talentos deben dedicarse al
servicio de sus semejantes. ¡Ojalá se le diera esta oportunidad a todos los
niños del mundo! El recuerdo de millones de niños asesinados, los ojos tristes
de tantos de sus coetáneos que sufren cruelmente en silencio, nos insta a que
tengamos el deber de emplearnos a fondo para salvaguardarles, haciendo cesar
los conflictos y las guerras.
El
mundo tiene que concienciarse de que nada es más importante que un niño. ¡Hay
que poner fin a la barbarie!. Esta deshumanización, en parte propiciada por las
guerras que violan todos los derechos de la infancia, es intolerable y debe
cesar cueste lo que cueste. Cada día son más los niños que son violentados, que
trabajan en la calle, a una edad en la que deberían estudiar. Otros, han tenido
que cambiar los libros por las pistolas. Ciertamente, mucha gente viola la
Convención sobre los derechos del niño y no pasa nada. Desde luego, se debe
poner fin a la impunidad y asegurar la justicia a todo ser humano, y aún más a
los débiles. Sin duda, las estrategias creativas ideadas para alentar la
participación de la infancia han de formar parte de un activo que debe seguir
enriqueciéndonos en la práctica internacional.
Cuentan
jóvenes entre quince y diecinueve años, de Sierra Leona, que la "Comisión
de la Verdad y la Reconciliación sirvió de gran ayuda. La gente ha tenido la
oportunidad de disculparse por los crímenes cometidos y han recibido el perdón,
y esto ha sido una buena noticia para mantener la paz". De todos modos,
ante cualquier situación de conflicto armado que viva un país, es concluyente
que la vida de los niños vuelva a la rutina lo más pronto posible, como ha de
ser acudir a la escuela. Por desgracia, durante los conflictos armados las
escuelas y, demás centros educativos, suelen dejar de funcionar. Esto afecta
negativamente el ánimo de los niños, que ven pasar el tiempo y que su vida no
vuelve atrás.
De
todos modos, insisto, en que hemos de frenar esta matanza y este sufrimiento de
niños. Con nuestra pasividad internacional, o con nuestra actividad mal
orientada, le estamos dejando un mundo muy inseguro e inestable. La realidad es
la que es, y, la espiral de los horrores, es cada día más patente. Debemos
proteger a los niños de toda violencia en donde quiera que suceda. Tenemos la
responsabilidad de asegurar esa protección mediante normas que nos afectan a
todos y que, han de promulgarse, para ser cumplidas. El buen juicio no necesita
de violencias.
Para
maldición de la especie, la efusión de sangre es un juego en alza. De acuerdo
con datos de la ONU, desde marzo de 2011 más de 10.000 personas han muerto en
Siria por la violencia, unas 230.000 se han desplazado de forma interna y más
de 60.000 han buscado refugio en países limítrofes, como Turquía y Líbano. ¿Qué
está fallando? Ser personas de discernimiento. La libertad se preserva con
dejar volar y no con romper alas. La justicia se ampara con la razón y no con
las armas. Con la paz ganamos todos, con las guerras nadie gana. Por tanto,
urge establecer un final para las masacres, antes de que estas ejecuciones
establezcan un fin para la humanidad. No lo duden.
No hay comentarios:
Publicar un comentario