La semana Santa para el
cristianismo, de Turismo para la tradición batllista, nos ha dejado este año
hechos y actitudes que aunque procedentes de nuestros antepasados, pesaron de
modo singular. Es como que lo accesorio sobrepasó a lo esencial, dejando otras
problemáticas paradojalmente de lado, como el alza de la delincuencia por
menores, la superpoblación carcelaria, los enfermeros asesinos, la droga, los
violadores de Paysandú y toda una lógica agresiva que desprestigia a la
sociedad que pertenecemos.
El tema planteado como “leit motiv”
parece ser el aborto, cómo debe ser visto Jesucristo más allá de las distintas
perspectivas culturales, o si Batlle y Ordóñez se movió con encono frente a la
Iglesia al promover su separación del Estado allá por 1918.
Es como si el tiempo no hubiese
pasado, como si el ferrocarril fuese un fin y no un medio de transporte, como
si la ONDA siguiera existiendo, o si buquebús todavía usa el Vapor de la
Carrera para sus travesías por el río de la Plata.
Cierto es que no se puede
responsabilizar al mensajero por el contenido del mensaje, pero la evidencia
marca un rumbo y la controversia que tres curas mantuvieron en plena “semana
Santa”, a nivel social, no me ha parecido enaltecedora de sus prédicas, sino
por el contrario, un error estratégico que en vez de rescatar la “semana Santa”
para el cristianismo, realzó al turismo creciente, recreativo y de
esparcimiento.
Estos tres curas a los que me
refiero son los monseñores Nicolás Cotugno, Daniel Sturla y Jaime Fuentes.
Mientras Cotugno comparó de modo
desproporcionado al aborto con la acción criminal de los enfermeros asesinos,
Sturla editó un libro resaltando un presunto encono de José Batlle y Ordóñez
con la Iglesia, mientras Fuentes emprendió una cruzada perdida de antemano
contra Eleuterio Fernández Huidobro a quien acusó de agraviar a Jesús por
haberlo llamado “aquél flaco que murió por gil”. Claro está que, más allá del
lunfa del “tupa”, gil, como bien lo explica, para la visón tanguera tan propia de
este rincón del sur, era toda una definición de honestidad, por eso aquello de
Discépolo en el tango Cambalache que decía que “… el que no afana es un gil”.
Los tres obispos, en mi opinión, se
desmarcaron de la realidad uruguaya que es ni más ni menos que su contexto,
debatieron sin ideas y con pasión y cayeron en un cúmulo de disparates sin
fundamento que sólo abonaron a un desprestigio que agravió, no sólo a los
batllistas y colorados al escuchar sus opiniones antibatllistas, sino como en
mi caso, también, a católicos pertenecientes a una comunidad que está más allá
de sus autoridades transitorias.
Sería bueno analizar porqué Sturla
de blanquísima trayectoria, más que criticar a Batlle por promover en 1918 la
separación de la Iglesia del Estado, mejor nos explica porqué la Iglesia
debería imponer crucifijos en los sanatorios, estar a cargo de sus
administraciones, o del Instituto del Menor, de las Cárceles, etc, etc, etc. O
porqué Sturla ignora que durante un siglo antes de Batlle esta sociedad ya
había intentado sacarse de encima el peso de la Iglesia de sus obligaciones
estatales. Es un agravio el sentimiento de Sturla de pensar que la igualdad de
mujeres y hombres profesada por Batlle haya nacido de su concubinato y no de su
visión progresista.
En el caso de Cotugno y su
calificación de similar nivel del aborto con la eutanasia de manos de los
enfermeros, minimiza el contexto crítico del embarazo no esperado y lo que
implican estas circunstancias en franjas sociales carenciadas, desposeídas y
desarraigadas de todo apoyo social, no configurando un hecho comparable capaz
del reproche penal. Que una mujer quede embarazada supone algo más que la
concepción, supone nacer, crecer, desarrollarse y ser alguien con posibilidades
de futuro. Decía Ortega y Gasset “yo soy yo y mi circunstancias, y si no la
salvo a ella, no me salvo yo”.
Y ni qué hablar del episodio entre
el obispo Fuentes y Fernández Huidobro. Este capítulo de la “semana Santa” para
mí fue ejemplar: los dos fueron compañeros en los “Maristas”; los dos profesaron
(o profesan) la misma religión; los dos tenían la misma inclinación seudo
nacionalista en su visión país, aunque uno pecaba de ortodoxia, mientras el
otro, armas en mano, se levantaba contra el Estado de Derecho y la democracia
para cambiar una forma de vivir y administrar al Estado que no era en la que él
creía.
Por eso lo de Fuentes fue
impresentable, a excepción de haberle servido de “letra” a Luis Alberto Lacalle
para aparecer en escena pidiendo respeto para una religión que no es solo suya,
como tampoco lo es Jesucristo, el “flaco” del Ñato o el hijo de Dios del Ququi.
Por suerte lejos de pertenecerle Jesús a ellos, todos reconocemos tiene la
cara, el sentimiento y la razón que cada creyente busca y no lo que ellos
quieren. Sólo la anticuada visión de Lacalle, obnubilada por la búsqueda del
protagonismo que le otorgó su correligionario obispo, pudo habilitar un pedido
de disculpas de Huidobro por haber dicho lo que no dijo. Seguramente el
lunfardo del ministro de Defensa, el mismo que una vez atacó a las
instituciones democráticas del país con su lucha armada, para cambiar lo que
decidió el voto por lo que él pensaba, no fue el mejor calificativo, pero lejos
estuvo el “gil” del lunfardo de ser alguien despreciable, sino honesto y
decente aunque perdedor para la visión discepoliana esgrimida por el ex senador
frenteamplistas.
Tres casos distintos; tres obispos;
tres representantes de muchos que iban rumbo a las Pascuas, optaron por la
controversia en lugar de la paz.
Todo esto da para pensar y llamar a
la reflexión de quienes quieren recuperar la semana “Santa” del poder
socialmente asignado a la recreación colectiva.
Seguramente los obispos deberán
ensayar en su nuevo tiempo de ocio, otra estrategia.
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