Jean François Revel, en su libro "Le Rejet de
l'Etat" (El rechazo del Estado), reune un conjunto de ensayos referidos en
su gran parte al Estado, en su conocida línea de pensamiento antisocialista y
pro liberal.
Puedo no compartir ciertas ideas, pero se prestan a
la discusión fructífera.
La sola lectura del prefacio permite al lector
llegar a precisas conclusiones:
"1) Hay que colocar al Estado en el sitio que
le corresponde. No es posible que el Estado, como Dios, esté por todas partes,
se ocupe de lo más grande y de lo más insignificante, se entrometa y decida
sobre cualquier cosa, hasta con el propósito deliberado o inconsciente de hacer
olvidar que en una democracia moderna debe haber múltiples centros intermedios
de decisión, como el ciudadano, la familia, las asociaciones de vecinos, las
empresas, los sindicatos, los gremios profesionales y los grupos de opinión;
aparte de los partidos políticos, por supuesto.
Por eso debemos proponer alternativas válidas,
originales y poco costosas para privatizar y/o desmonopolizar aunque sea parte
de lo que el Estado ha intervenido en el curso de los años. Desnacionalizar lo
que ha tomado de más, para atender a tiempo completo lo que descuida en el
menos.
2) Además, hay que separar el Estado político del
Estado administrativo.
Es indispensable clarificar, de una vez por todas,
la imprecisa frontera donde un nuevo ministro selecciona un grupo de
funcionarios, distinguiendo entre el equipo político que el ejercicio
democrático del voto autoriza a dirigir la administración y el equipo
administrativo en sitio que debe obedecer al poder político, pero manteniendo
su estabilidad, ascensos, prestaciones y jubilaciones, de conformidad con las
normas establecidas.
3) Hay que lograr que el Estado sea igual para
todos. Es un desiderátum de la democracia. El Estado ha ido transformando las
necesarias reglas de juego en forma arbitraria, quedando el capricho del
funcionario el permiso, la averiguación, la multa, etcétera. La
discrecionalidad administrativa se presta a los mayores abusos, salvo que cada
decisión esté convenientemente fundamentada y el administrado disponga de los
recursos de alzada.
El funcionario no puede hacer la ley, debe
limitarse a hacerle respetar. Estamos sosteniendo que si bien la sociedad
contemporánea no podría existir sin la estructura del Estado, deben corregirse
desviaciones en beneficio de los fines esenciales del Estado."
En Uruguay no se modifica nada cambiando algunos
funcionarios, cuando lo que hay que modificar a fondo es el Estado, que debe
orientar su capacidad de acción hacia la educación, la vivienda, la salud, la
seguridad, los servicios básicos, etcétera, dejando a un lado sus deficitarias
intervenciones en áreas que son ajenas a sus fines.
En este análisis no pretendo comparar la nación
francesa con la uruguaya, pero una parte significativa de las reflexiones de
Revel se podría aplicar a nuestro país sin mayor esfuerzo.
La opinión pública critica y rechaza al Estado que
quisiera desconocer los centros intermedios de decisión y sustituir a la
sociedad civil.
El uruguayo medio quiere, por encima de las
ideologías, de los enfrentamientos entre líderes (a veces incluso de un mismo
partido político), de la circunstancia orteguiana y de la banalidad, disponer
de un buen empleo y disfrutar de las comodidades de la época. Digámoslo con
franqueza, es una aspiración razonable.
Para Revel la meta no es rechazar el Estado sino el
estatismo, o sea la enfermedad que hace al Estado incapaz de cumplir sus
funciones por pretender asumir tareas que pertenecen a la sociedad civil y a
los individuos. Por eso dice que hay demasiado Estado y demasiado poco Estado,
porque éste se ha apropiado de una cantidad creciente de sectores de la vida
social, no con el deseo de hacerlo marchar mejor sino de acrecentar su poder y
en cambio descuida tareas estatizadas fundamentales.
Esta inclinación es una perversidad de todos los
gobiernos.
Ha llegado la hora en que el Estado uruguayo deberá
deslastrarse de lo superfluo, para dedicarse a tiempo completo a las áreas
prioritarias que le corresponden. A su vez, los gobiernos por encima de las
apetencias candidaturales, de los grupos internos, de las enemistades y de la
anécdota, deberán gobernar asegurando al ciudadano la protección de las leyes y
un buen manejo de la cosa pública.
Debemos liberar la inmensa energía contenida en
nuestra sociedad y canalizarla hacia nuevas realidades, con ideas originales,
adecuadas al rigor que la crisis general del país requiere. Debemos establecer
urgentemente una correspondencia entre la demanda social y la oferta política.
La alternabilidad de los partidos políticos en el gobierno ha demostrado que la
gran mayoría de los uruguayos es independiente y que por lo tanto los partidos
políticos necesitan estructuras de mediación para lograr un diálogo fructífero
con el ciudadano. De allí la importancia de las organizaciones intermedias para
el Estado, el Gobierno y los partidos. La hipertrofia del Estado es un problema
contemporáneo y solucionable, por lo que la reforma del Estado es una prioridad
absoluta de la democracia uruguaya.
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