Ya en Setiembre de 2010, la
relatora especial del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, luego
de su visita a nuestro país, alertó sobre el incremento de casos de trata de
personas para explotación sexual.
En especial, de niñas y
adolescentes.
Aconsejó la funcionaria
diplomática que el gobierno uruguayo debía aplicar las leyes que rigen en la
materia (muchas de ellas, internacionales, ratificadas por Uruguay) y enfrentar
este tipo de situaciones, corrigiendo problemas que, -advirtió- vulneran la
eficacia de las políticas de protección de las víctimas y de prevención de las
consecuencias de dichas prácticas, así como hacen inconsistente la lucha contra
este tipo de delitos.
Han pasado más de 18 meses. ¿Cómo
se ha enfrentado este flagelo? ¿Cuáles han sido las decisiones adoptadas para
aplicar la ley? ¿Se han venido subsanando los problemas detectados?
Sabemos que esta problemática no
es nueva y que no debe ser posible una solución de un día para otro, pero la
noticia de que redes de delincuentes, operan en este rubro y que se han
detectado no sólo casos de trata de personas, sino de tráfico de las mismas nos
deja entrever al parecer, una muy pequeña parte de este problema. Problema
social que, en su complejidad, nos remite a otras áreas del entramado
jurídico-normativo y nos demuestra la fragilidad de las políticas aplicadas, en
lo que hace a la contención y verdadera inclusión social de personas que por su
vulnerabilidad emocional o económica, son a la postre, objeto de este cruel,
inhumano y degradante comercio.
Nos debiera conmover como
sociedad este tipo de noticias, donde el género ni siquiera importa. Se trata
de personas. Niños, niñas, adolescentes, mujeres (incluso algunas de ellas que
ya habían ejercido la prostitución y que fueron traficadas al exterior) que,
sin otras esperanzas, -en algunos casos- consienten, o son forzados, a ser
parte de una relación de “protección y afecto” o de una actividad (que aún
contra su voluntad) les prometen,
“cambiará su vida”.
Por cierto, que los costos personales
(físicos y psicológicos) de las víctimas que consiguen sobrevivir o ser
rescatadas, serán muy altos y su inclusión social, a la postre, incierta.
¿Tiene el Ministerio de Desarrollo Social datos sobre los resultados efectivos
de las políticas que viene aplicando en la materia?
Pues los fondos que se destinan a
su presupuesto son muy importantes y si bien toda ayuda es bienvenida, nos
enteramos de una donación que vino de la Unión Europea, para un proyecto de
aplicación de medidas para combatir la trata de personas. ¿Alguien conoce cómo
se aplicaron estos fondos? ¿Quién controló su aplicación? ¿Cuáles fueron los
resultados?
¡Cuántos sueños rotos! ¡Cuánta
ausencia de familia como contención! ¡Cuánta falta de referentes morales! En
suma, cuántos valores que fallaron y que, por ser inmateriales, tal vez no se
puedan medir ni cuantificar para las estadísticas de los organismos
internacionales o los de nuestro país. Y sin embargo, es en ellos en los que
debiera insistirse, si en verdad se quiere por un lado prevenir y por otro,
disminuir esta suma afrentosa de conductas delictivas deleznables.
Se impone el fortalecimiento de
la familia, y la recomposición de valores morales, que insistan en la
superación por el esfuerzo con un trabajo digno, que apunten a la verdadera
inclusión social, donde la educación familiar y formal será la responsable
desde el nacimiento y en etapas posteriores de obtener buenos hombres y mejores
ciudadanos.
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