Desde hace tiempo se
vienen registrando hechos de violencia que afectan a funcionarios municipales
en el ejercicio de las tareas que deben cumplir y que les son encomendadas
dentro de la Ley. Quizá ,
con mayor intensidad en los últimos dos años, en que se ha constatado una
preocupante reiteración de hechos de esta naturaleza, en desmedro no solo de la
integridad física de estos funcionarios públicos (circunstancia por cierto no
menor), pero a nuestro parecer, observamos que, no debe soslayarse, el claro
perjuicio al Principio de Autoridad que
ellos representan (cuando como en la mayoría de sus actuaciones actúan
respetando el orden jurídico) y de la institucionalidad que todos debemos
colaborar en conservar.
Se trata del respeto a
las instituciones democráticas y republicanas que, hacen nada menos que a la
existencia misma de nuestra República y que permiten el desarrollo de las
distintas actividades que se cumplen en sociedad.
Pues desde aquel aciago
hecho en el que un ciudadano cuyo coche iba a ser guinchado, dio muerte al
inspector actuante de dos tiros en el pecho, a la trifulca que protagonizaron
en Paysandú o la agresión sufrida por inspectores que actuaban en la ciudad de
Pando, (donde una agente resultó arrastrada por un conductor infractor) no han
cesado las conductas agresivas. ¿Hasta cuándo se habrán de soportar tales
inconductas? ¿Cuáles han sido las medidas adoptadas en los últimos años para
corregirlas? ¿Se ha profundizado la enseñanza en valores? ¿O sólo se justifican
como “conductas reactivas” a determinadas decisiones, o por el incremento en el
consumo de drogas, o tal vez, se pretende buscar su raíz en explicaciones sociales
y en la modificación o introducción de “nuevos paradigmas”?
Advertimos que estos
comportamientos puedan ser propios de inadaptados sociales, pero resulta
preocupante como integrantes de esta sociedad, el incremento de tales actitudes
y la creciente falta de respeto y de consideración hacia estos funcionarios,
con todo lo que ellos deben representar como integrantes visibles de las
instituciones públicas a las que sirven.
La organización social
debe moverse dentro de un orden normativo básico de convivencia, donde el
respeto por el otro, debiera ir más allá de las normas jurídicas que sancionan
tales desatinos. Los que, podrán calificarse técnicamente como faltas o como
delitos y luego aplicárseles multas o las sentencias penales que correspondan,
pero advertimos que, sin fortalecer la educación cívica de nuestros niños y
jóvenes, -que luego serán adultos- no lograremos restablecer una contención
racional y efectiva que frene este tipo de hechos que nos preocupan y ocupan.
Pues a la enseñanza en
valores, habrá de sumársele la de los valores cívicos, que todos debiéramos
respetar por formar parte de esta organización social que fundaran nuestros
mayores y que tenemos la obligación de conservarla, mejorarla y trasmitirla a
nuestros hijos.
De no adoptarse medidas,
o simplemente dejar pasar estas noticias como si lloviera, seguiríamos
adoptando una actitud alejada del compromiso social, una suerte de indiferencia
(propia del “no te metás” y del “hacé la tuya”) que lamentamos comprobar en
buena parte de la sociedad, pero que ha ido, silenciosa y persistentemente,
afectando nuestro estilo de vida y hasta nuestra particular idiosincrasia como
nación.
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