A nadie escapa el
deterioro que ha ganado la ciudad capital en su conjunto y lo costoso que
implica vivir en ella, si medimos los impuestos que debemos abonar, con el
retorno que tenemos en la prestación de servicios (sólo a modo de ejemplo:
alumbrado público, iluminación de edificios, estado de veredas, poda y
conservación de árboles del ornato público, enjardinados, estado de plazas y
monumentos, seguridad, transporte, barrido y recolección de residuos, ruidos
molestos) que el gobierno y administración de las distintas zonas o municipios,
debiera brindarnos a quienes contribuimos a su sostén.
A estos fines
–imaginamos- se elabora el presupuesto que se ajustará año a año, incluyendo
por cierto un buen porcentaje del mismo a retribuciones salariales. El balance
es verdaderamente desalentador en nuestro perjuicio.
Sin embargo, nadie parece
advertir que, día a día y la mayor de las veces, -presionados por distintas
formas de violencia- quienes transitamos por las calles de Montevideo, ya sea
como peatones o como conductores de vehículos, nos vemos en la necesidad de
“contribuir” o “pagar” por servicios que no solicitamos. Sea porque una sombra
se nos adelante a abrirnos la puerta de un taxi, o porque se nos “cuide”
nuestro coche, o se nos “guíe” o “indique” cómo y dónde tenemos que estacionar
o se pretenda “limpiar” nuestros parabrisas. Sin olvidar a otros que –menos
agresivos- ofrecen sus destrezas malabares o circenses, a cambio de unas
monedas, en los cruces de semáforos.
Pero, como si nada, nos
sentimos en la necesidad de dejar, diariamente, en cada una de estas
circunstancias, pesos de nuestro bolsillo, que constituyen no otra cosa que una
limosna o “tributo encubierto”, ya que, por no pasar un mal momento, o por
temor a que se nos marque, u ocasione un daño a nuestros bienes, padecemos la
violencia de tener que contemplar muchas veces hasta la “tarifa” que estiman
“vale” su tarea. Y hemos vivido, visto y oído historias de este tipo,
cotidianamente. Y muchas, no son historias agradables.
El abuso es constante y
al parecer alguno de estos “trabajadores” informales (¿cuántos de ellos reciben
contribuciones económicas del Ministerio de Desarrollo Social?) y en su mayoría
sin registro alguno, se adueñan de cuadras, esquinas y paradas para hacer “la
diaria”, a costa de nuestros derechos y sin que las autoridades que debieran
encargarse del buen funcionamiento de las distintas zonas de la ciudad, pongan
límite a estas conductas. El tema de los “limpiavidrios” y “cuida coches” ha
sido objeto de tratamiento en la Junta Departamental y las autoridades públicas
competentes en la materia, aducen ausencia de normas y no tener un registro
completo de estas personas (las que en más de una ocasión, protagonizaron
hechos de violencia y ayudan a complicar aún más el tránsito capitalino) y por
su parte, la policía se escuda en la correcta formalidad de la ley: no puede
intervenir sin ser llamada…
Esta suerte de
contribuciones a presión, se parecen a peajes compulsivos que debieran evitarse,
ya que no sólo no contribuyen a la dignidad de quienes las requieren, sino
tampoco hacen a la superación de la informalidad en que desempeñan esta suerte
de supuesto “trabajo”, que los confirma en su condición de continuos e
insatisfechos demandantes.
Alejada la época de la
crisis, con el constante crecimiento económico y casi pleno empleo -que
felizmente se registra- no se alcanza a comprender que no puedan resolverse
este tipo de situaciones, para el bien de los involucrados y de la sociedad en su
conjunto.
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