El portuñol en el eje central de la cultura regional
En los últimos tiempos, y a propósitos de las
festividades carnavalescas, se puso de modo, términos como el multiculturalismo
para expresar los trazos en las actividades del Rey Momo de la frontera de
culturas regionales tan distantes como las escolas de samba de Rio de Janeiro,
las murgas de España y los tambores de los pueblos originarios de Africa Negra,
y más recientemente, los tríos eléctricos de Bahía. El término no es original
de esta frontera. Reproduce un europeísmo propio de las élites intelectuales
del viejo continente buscando arrojar
luz sobre la denomina crisis o
confrontación de civilizaciones y culturas. La civilización capitalista,
occidental y cristiana, evidentemente en crisis, mira atemorizada, la presencia
vigorosa en su propia casa, de las culturas de otros continentes, especialmente
Asia y Africa, a los que intelectualmente siguen considerando el patio trasero
de sus ancestrales aspiraciones imperiales.
La cultura es el producto propio y específico del ser
humano. Se genera en la construcción cotidiana de la vida en confluencia
dinámica con la naturaleza y las necesidades socialmente sentidas por la
comunidad humana. Sin pretender una definición, la cultura es una creación
esencialmente dinámica, movimiento, permanente interacción. Adopta
características particulares según las circunstancias históricas, políticas y
geográficas, absorbe expresiones de otras culturas en las que se proyecta e
influye. En definitiva toda cultura es sincrética por definición; diversa y
múltiple; local, regional, y universal a la vez.
Y en esto de la cultura, el verbo, la comunicación, es el origen y
principio. Durante milenios de oralidad,
la criatura humana luchó por superarla. Largo camino hacia la redondez de la
palabra, superando los múltiples desafíos impuestos por la impericia y la rusticidad
física e intelectual. Así tenemos los primeros esbozos de grafía,
primitivos modos de expresión; el
lenguaje erigido en eje central de la historia humana. Sin duda, las ciencias
antropológicas lo ratifican, la pintura rupestre es la primera evidencia física
de una voluntad de diálogo y comunicación que se prolonga en el tiempo y hasta
nuestros días buscando las formas concretas que representen y atrapen la
fugacidad de los vocablos, esa indomable oralidad, exuberante y en permanente
renovación.
Paredes rocosas, madera, huesos, tablillas de arcilla,
papiros, telas, pieles, hasta cuerdas con nudos y colores fueron soporte y
expresiones culturales de las distintas civilizaciones en su afán por
trascender la oralidad. Extenso camino, al fin, hasta alcanzar el papel y el
lenguaje escrito actual, sin el cual es imposible imaginar la vida cotidiana. Y
el lenguaje fronterizo no es ajeno a esa dinámica histórica.
El portuñol, expresión lingüística de la frontera
norte recorre el sistema arterial de nuestra cultura regional. Oralidad
comunicacional fraguada en la intimidad de los hogares, barrios y “yuyales” del
desierto verde, tiene en su sincretismo
y plasticidad, los signos tangibles de la vida.
Reconoce sus raíces en el portugués y español, expresiones lingüísticas de las culturas
dominantes, hendidas en la argamasa del guaraní, lengua general de los pueblos
originarios de esta parte de América.
Y como se ha
reiterado, y pese a los acartonamientos cuadriculares de los académicos, el
portuñol sigue vigente y en continua renovación, incorporando nuevos términos y
giros. En los últimos tiempos, en el
mundo de las nuevas tecnologías y la globalización, la mayoría de las
incorporaciones son anglicismos previo pasaje por el horno de la sensibilidad
popular.
Sin dudas el portuñol es la lengua materna de miles y
miles de personas, brasileños y uruguayos, nacidos en este espacio regional
que, geográfica y políticamente fue construido sobre una línea divisoria que
delimitó, inicialmente los intereses
territoriales de los imperios coloniales del momento. En los últimos dos
siglos, de una expresión lingüística circunstancial y oral, el portuñol se
proyectó a lenguaje escrito de la mano de sus propios creadores. Alcanza expresión literaria y reconocimiento
estatal y académico con Brindis Agreste de Agustin Bisio. Con dicho libro, premiado por el
ministerio de Instrucción Pública, mereció Bisio ser considerado en 1936, `por
Carlos Zum Felde, intelectual y académico,
como el creador “de un género de poesía que será preciso hacer conocer y
difundir: la poesía fronteriza.”
La creación literaria sigue produciendo obras que
trascienden, cada vez más fuerte, la oralidad originaria del portuñol. Juana de
Ibarbourou, Salvador Porta, Agustin Bisio, Olytho María Simoes, el santanense Arlingo Coitinho y ahora el
artíguense Fabián Severo, ratifican el lenguaje fronterizo y sus creaciones
como referencias culturales
capitales.
Si es el lenguaje la expresión del pensamiento, la
escritura ofrece la textura de ellos, y es un ejercicio muy grato, al leer esa
obras literarias en lenguaje fronterizo, caminar entre sueños colectivos,
reinventándolos y llevarlos en un viaje espiritual, emotivo e intelectual
por los rincones de una cotidianidad amenazada de aridez y superficialidad. Es
una forma, quizás rudimentaria de reivindicar una expresión lingüística,
ignorada y menospreciada por la academia, la educación oficial y obviamente,
por una clase burguesa que atribuye al portuñol, olor y color de pobre, de
atraso , de “esta por fora” de la civilización y la modernidad.
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