Medio ambiente, controles y desarrollo



Los cambios de jerarcas ministeriales que se concretaron, nos confirman que este segundo gobierno de izquierda, es fuertemente presidencialista.
Tanto es así que, se han fortalecido en la órbita de Presidencia de la República, programas y oficinas que en su creación constitucional fueron pensadas originalmente como de planificación y presupuesto, transformándolas o pretendiendo mutarlas en dependencias de ejecución (reservadas a las diferentes áreas de los ministerios que integran el Poder Ejecutivo) como si no fuera nada el cambio institucional que se formula. Como si todo fuera lo mismo, y válido en la búsqueda de los objetivos políticos trazados.
Por ello, la propuesta de colocar en la órbita de la OPP (Oficina de Planeamiento y Presupuesto) a la DINAMA (Dirección Nacional de Medio Ambiente) dependiente del Ministerio de Vivienda, nos confirma en nuestra percepción, de advertir una mayor concentración de poder en el entorno del Primer Mandatario y esta circunstancia no es menor, a la hora de tener que ejercerse los debidos controles (más técnicos y especializados que, políticos) que debieran preservarse para una cristalina toma de decisiones.   
Muchas veces, se ha argumentado que esta muy especial Dirección Nacional, se ha visto superada por el estudio técnico académico de los asuntos puestos en su consideración (en los muy importantes proyectos de inversión que se  presentan) y que su calificado plantel de profesionales y consultores –que perciben retribuciones por debajo de la media que obtendrían en la actividad privada- no tienen la posibilidad de responder con agilidad, conciliando de ese modo, los tiempos de sus respectivas ciencias y análisis, con los acotados de una administración (que si bien es política, por sobre todo debe ser pública).
Por ello, se le considera como un freno al desarrollo, cuando debiera considerarse todo lo contrario, fortaleciendo su nivel profesional y técnico, destinándosele más recursos, para que desde la excelencia, se puedan pronunciar sobre los posibles impactos ambientales que los proyectos de inversión pueden llegar a causar en las más diversas cuestiones que podamos imaginar. Pues la defensa y protección del medio ambiente, excede por cierto el período de gobierno de una administración determinada, y debiera consistir en una verdadera cuestión de Estado, alejada a veces de los números que hacen al empleo, a la balanza de pagos internacionales o a las políticas netamente productivas. Alejadas de toda tentación que puedan padecer quienes concentran el poder público y enfocadas necesariamente al bienestar general. Bienestar y calidad de vida, del mayor número de habitantes de este suelo, fin último del sistema republicano de gobierno en un Estado de Derecho.
Se trata de la protección de recursos naturales que muchas veces no son renovables o de áreas, donde el impacto de la inversión a desarrollarse puede modificar para siempre el entorno geográfico o hidrográfico natural, su flora y su fauna (en algunos casos, definitivamente y sin que se tenga la posibilidad de recomponer la naturaleza afectada o sencillamente depredada). Aspectos que el afán de un lucro desmedido, desatiende, presentándose como impulsor de un desarrollo que a la postre puede llegar a causar perjuicios inestimables e irreversibles, que solo opera en beneficio de unos pocos.
Debieran estudiarse en profundidad los cambios que se están instrumentando, con el fin de ejercerse los debidos controles, en aras de preservar el necesario equilibrio entre los intereses en pugna.

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