Cuando la Dra. Bianchi denunció, a principios
del año pasado, el permisivismo instalado desde la autoridades de la educación,
el reclamo a los profesores de hacer valer el respeto a su jerarquía y la
necesidad de un profundo cambio de rumbo en los criterios de exigencia
académica y disciplinaria, recibió toda clase de críticas de las gremiales
docentes y de los sectores más radicales del Frente. Se le acusó de autoritaria
y elitista, porque sostenía que "la inclusión social no se hace
facilitando que no vayan al liceo, que no estudien, que no importa tener notas
bajas, promoviendo notas cada vez más bajas".
En medio de ese debate irrumpió un video en
que ella les reclamaba a unos alumnos desbordados que se comportaran, que
entendieran que como Directora era quien tenía la autoridad en el liceo y que
no la tutearan como lo estaban haciendo de modo grosero. Quien lo difundió fue
nada menos que el director del Ministerio de Educación, presumiblemente
pensando que de ese modo descalificaría a esa profesora tan crítica, que
invocaba la opinión de numerosos maestros y profesores que pensaban como ella,
pero que no hablaban en voz alta por temor a ser mal calificados por
Inspectores cuya directiva era la opuesta: facilitar el pasaje de grado, por
medio del "pase social", a fin de mejorar la estadística aunque el
rendimiento fuese pésimo.
El hecho es que, ante ese testimonio vívido,
la opinión pública de un modo abrumador se solidarizó con la Directora,
asumiendo que el buen orden de comportamiento, eso que antes se llamaba,
simplemente, "buena educación" era fundamental en un centro de
enseñanza, porque si ni aun en ese ámbito existían códigos de conducta, la
sociedad se desbarrancaba.
Han pasado los meses y felizmente aquellos
planteos ayudaron a que el reclamo opositor, de poner la educación en el primer
plano, fuera asumido por el Presidente de la República y abriera el diálogo que
aún transcurre. Los acuerdos que se vienen anunciando son interesantes, aunque
modestísimos, pero mientras se discute en el terreno jurídico, la sustancia de
la educación, su contenido en el día a día, sigue mostrando al desnudo esa
dramática realidad de desorden, bajo rendimiento, tolerancia ante las faltas de
profesores y alumnos y una generalizada desjerarquización de directores y profesores,
instalada en medio de una indisciplina generalizada y un lenguaje de
comunicación degradado por la prepotencia y la palabrota.
Justamente, la "escuela, laica, gratuita
y obligatoria", aquí con José Pedro Varela, como en Francia bajo la
conducción de Jules Ferry, nació con el propósito declarado de consolidar
"la República", no sólo mediante el conocimiento sino por la adopción
de las prácticas propias de una comunidad civilizada. El respeto a las
jerarquías legales, a los derechos de los demás, a los titulares del saber que
son los profesores, a los códigos de convivencia necesarios para vivir
armónicamente en sociedad, están en la base de la igualdad de oportunidades y
derechos propios de la organización republicana. Si no se acepta que el maestro
está para enseñar y, como es natural, por encima de quien debe ser enseñado,
difícilmente se respetará al compañero de clase y, a partir de allí, el
espíritu de fraternidad, de solidaridad, se irá perdiendo en la sociedad. Como
se aprecia, ese es un aspecto esencial de la educación, entendida no sólo como
un proceso de transmisión de conocimientos sino de valores ciudadanos.
Por supuesto, los cultores del populismo
cultural, que creen que degradar el idioma es una expresión democrática y que
borrar jerarquías y orden es republicano, pregonan desde hace años esa caída
cívica que hoy llega hasta la violencia. Como dijo la misma Dra. Bianchi,
"se barre bajo la alfombra que hay agresiones físicas de alumnos y
padres". Los profesores tienen miedo y así muchos lo han dicho sin
rubores. Impuesto el mundo de la patota, el permisivismo de arriba desampara a
quien lo necesita. Como decía un viejo liberal francés, "entre el fuerte y
el débil, es la libertad la que oprime y la ley la que libera".
Más allá del valor republicano en juego,
también el mercado laboral, hoy, es mucho más exigente en códigos de
relacionamiento de lo que nunca fue antes. El trabajo sin especialidad hoy
tiene poca demanda. La mayor la ofrece el mundo de los servicios (informáticos,
telecomunicacionales, hoteleros, logísticos, bancarios, de seguros, etcétera
etcétera), mundo donde se precisan ciudadanos civilizados.
Como dice Álvaro Ahunchain en reciente y
memorable artículo, "se ha impuesto la moda de que para que un comunicador
caiga simpático tiene que hablar comiéndose las eses, hacer bromas sexistas y
menoscabar al diferente. Hemos visto cómo a periodistas respetuosos, sobrios y
elocuentes, se les acusa de acartonados". Para terminar: "aquellos
que avalan la terrajada desde una supuesta amplitud de enfoque intelectual
terminan siendo funcionales a las industrias y los gobiernos que apuntan
conscientemente al embrutecimiento de la gente para limitar su libertad".
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