En Cuba no tenemos libertad de prensa ni de
expresión, le respondía Fidel Castro a Barbara Walters, en la primera
entrevista que mantuvieron durante la década de los 70. Más recientemente
Walters repitió la experiencia de entrevistarlo, pero ya con la URSS caída, el
comandante no fue tan altanero en su reivindicación de la intolerancia, intentó
explicarse mejor, aunque con similar resultado.
Durante los años en que viví en Cuba, Fidel
sólo concedía entrevistas a periodistas extranjeros. Es una característica que
mantiene tiempo ha: ya en la Sierra Maestra prefería desplegar sus encantos
histriónicos frente a los cronistas
foráneos, norteamericanos de ser posible, como cuando para sacar de
dudas a sus admiradores estadounidenses sobre su estado físico, concedió una
entrevista a Herbert L. Matthews, en vez de a un periodista cubano.
Errol Flynn, el famoso actor de películas de
Hollywood, llegó a sentirse atraído por la mística revolucionaria, y visitó a
los rebeldes en sus campamentos. Fidel trabó amistad con él y sostuvo charlas
con fines propagandísticos. Pero no profesaba ese nivel de simpatía por ningún
periodista ni artista de la escena nacional.
El propio Che Guevara, a través Radio
Rebelde, creada por él, atendió a periodistas cubanos que el jefe máximo no
deseaba atender.
En años recientes he podido apreciar que ha
sido entrevistado en más de una ocasión, en un
programa de televisión -al aire en la última década-, pero sin la más
mínima incomodidad para el mandatario: No creo que criatura alguna se atreva a
llamar periodismo a ese ejercicio de obsecuencia límite.
En una ocasión, pude ver a su conductor
entrevistándolo, agachado, esbozando la sonrisa que cualquiera pagaría por
esconder, una mueca de servilismo indescriptiblemente patética. No tengo nada contra
ese trabajador de la información, valoro en su justa medida su trabajo al
frente de aquel programa -La mesa
redonda-, que resulta dificil de ver completo desde la pluralidad de las
sociedades injustas pero de libre opinión.
Luego fue Frei Betto, un fraile dominico
brasileño, que escribió un libro, Fidel y la religión, en el cual a pesar de
haber fustigado de mil maneras a todos los religiosos en la isla, el comandante
se permitió hacer una loa de la educación que recibió de los Jesuitas. Yo, no
estando seguro de la evolución ni de la creación, pero siendo preferentemente ateo, no daba
pábulo a lo que oía.
Más tarde leí un libro de Tad Szulc,
periodista de origen polaco nacionalizado norteamericano: el mejor de los
documentos que he leído, sin trazos sentimentales, netamente descriptivo y
documental. Se trata de una serie de extensas entrevistas concedidas al
periodista en La Habana, mientras cualquier periodista cubano se relamía por la
milésima de lo que le había sido dado al bueno de Tad.
Incluso María Schriver, del clan Kennedy, le
hizo una melosa entrevista en 1988, donde él declaraba que el poder lo vivía no
sin pesadumbre, ya que su deseo oculto, eternamente postergado, era sentarse a
tomar un helado en una esquina, tal como lo comentó alguna vez Gabriel García
Márquez. Otro que carecía de carnet de identidad azul, al que Fidel dedicaba
horas de entrevistas y charlas. Aunque éste, extrañamente, no era
norteamericano como Oliver Stone, a quien concedió una larga entrevista
filmada, convertida en conocida pelicula comercial.
Parece haberle asistido una fascinación
inicial con Estados Unidos que en algún punto pudo haber sufrido una sensible
quiebra, tal como lo revelan sus reiteradas visitas a ese país cuando era
joven, en detrimento de cualquier país socialista o del tercer mundo, y su
inclinación a sentirse refrendado en el respeto de los profesionales,
gobernantes o artistas de aquel país,
pretendidamente enemigo.
Ernest Hemingway, tras su enfática
determinación, dejó claro que no fue mutua la admiración y devoción de Fidel
hacia su literatura y fama de aventurero, si bien tuvo una simpática respuesta
en los primeros días de la revolución.
Recientemente, se presentó un libro de
memorias, y se pudo ver a Fidel en una denodada lucha por terminar alguna de
las frases que a duras penas comenzaba, mediante titubeos, preguntas difusas,
peticiones de aclaraciones absurdas, y toda suerte de incoherencias; no hago
una chanza sobre un ser senil, les dejo a ellos las burlas sobre los defectos
de las personas, a las que quieren desautorizar. Opino que pudieron resultar
patéticas las seis horas que duró la ponencia, con la totalidad de los
asistentes asintiendo con la cabeza a cuanta incoherencia saliese de la
humanidad ya reducida del amortizado geronte.
Un periodista acreditado al acto, cubano,
debió soportar estoicamente una respuesta de diecisiete minutos, con una
sonrisa pétrea que con toda probabilidad le causó primero dolor en las
comisuras y luego adormecimiento, de modo que cuando Fidel la dio por terminada,
el hombre se sentó con una cara idéntica a la que había sostenido en el tramo
de balbuceos, durante el cual no voló una mosca. Y lo más probable es que con
ese rictus lo haya encontrado su familia al arribo a su hogar, para alejar toda
sospecha de la más mínima diferencia de criterio con el Comandante.
Desde afuera resulta fácil criticar, y sé que
es un universo de dificultades tan sólo percatarse de lo bajo que se llega a
caer con esa actitud. Cuando alguien crece en aquella sociedad, donde ese hombre-símbolo
lo significa todo, desde la virtud hasta la última palabra sobre el destino de
todos los que allí habitan, resulta
dificil discernir entre lo que es instinto de conservación y lo que es
adoración ritual. En cualquier caso, no
resulta una situación envidiable.
Hoy el país espera impaciente la visita del
Papa Benedicto XVI. La feligresía cubana en altísimo crecimiento, no sólo en
comparación con la época en que era más que recomendable ser marxista y ateo,
sino en comparación también con la era pre revolucionaria, se aviene a un halo
de esperanza, sobre la cual me permito mantener mis reservas.
¿Cuales serán las expectativas de Fidel?
¿Sentirá en los confines de su vida, cargada
de actos que confesar, la llamada del sentimiento religioso, tal como lo
asegura su hija Alina desde Miami? ¿Querrá limpiar el camino, atravesado de
cierta maleza, hacia una eventual entrada en el paraíso?.
¿O hará una vez más movimientos de agilidad
maquiavélica incomparable para situarse entre quienes hasta hace poco eran sus
enconados enemigos?.
Una incógnita inquietante.
De lo que sí estoy convencido es de que, para
cualquier cosa que termine decidiendo, no eligirá a un prelado compatriota.
Será transmitida a través de un interlocutor extranjero. Tanto como lo puede
ser un Papa alemán no demasiado familiarizado con el comunismo científico ni
con la dictadura del proletariado, aunque sí, como Fidel, conocedor de las
excelencias de la buena mesa, de los tronos duraderos y de los excelentes vinos
que ayudan a cerrar los tratos más ventajosos.
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