Los feriados, son días no laborables que rigen en
cualquier nación que selecciona determinadas fechas para celebrar, o recordar
algún evento trascendente para su sociedad.
En Argentina, venimos incrementando paulatinamente
el número de este tipo de días. Lo hacemos de tal modo que ya no solo se
agregaron fechas que recuerdan efemérides especiales, o conmemoraciones
relevantes, sino que se han implementado los novedosos feriados puente, que
instauran flamantes días no laborables adicionales, sin significación alguna
pero que permiten extender la secuencia de días sin actividad laboral dando
nacimiento a incontables fines de semana más prolongados.
La pretendida justificación de esta decisión es
fomentar el turismo. Al menos, eso es lo que nos quieren hacer creer. En
realidad solo se trata de otra intromisión estatal, que intenta demostrar la
inteligencia superior de los iluminados que gobiernan, pero que terminan
favoreciendo arbitrariamente a unos y perjudicando a otros.
Nadie desconoce, a estas alturas, lo que la
sociedad toda, el país, deja de producir por cada día que no se trabaja. La
ecuación no es demasiado complicada. Solo se debe dividir el valor económico
del Producto Bruto Interno ( PBI ) por la cantidad de días laborales, para
saber lo que estamos dejando de crear por cada día feriado.
El turismo doméstico moviliza la economía, pero
claramente en mucha menor proporción, que lo que la sociedad en su conjunto
deja de producir con esta modalidad, aunque claro está, descansa físicamente
una mayor cantidad de tiempo. Ni hablemos del perjuicio emotivo con el que
termina impactando a muchas conmemoraciones importantes, ya que dichas celebraciones
concluyen siendo solo jornadas de descanso más que de evocación y respeto.
Lo disparatado de este juego es que nos quieran
convencer de lo inexacto y que muchos, demasiados tal vez, mansamente, terminan
creyendo esta falacia.
No es cierto que se generen más recursos, y no solo
porque en días laborables se produce más de lo que el turismo procura hacer
relucir, sino porque solo se da lugar a una perversa transferencia de recursos
entre comunidades.
Lo que realmente haría que una nación ingrese
divisas, serían los feriados en el extranjero, no en el país propio. Es más,
los feriados locales, hacen que los más pudientes, o bien simplemente los que
residen en zonas de frontera, elijan como destino las naciones linderas,
llevando parte de lo ahorrado de lo obtenido con su esfuerzo en su localidad, a
otros países. Ni siquiera se trata de un juego de suma cero, en el que el
resultado final es neutro. Se trata de una intromisión claramente perdidosa
para economías cerradas como la nuestra. Al menos, es así, bajo la visión
xenófoba y pseudo patriótica que les fascina repetir a los dirigentes políticos
locales.
Resulta paradójico, por otra parte, que quienes
recitan el retorcido discurso de la redistribución, terminen haciéndolo en el
sentido inverso a lo que declaman en su permanente alegato.
Cuando un ciudadano de una localidad decide
vacacionar en otra, lo que hace es llevarse el fruto de su sacrificio, lo que
ha producido localmente a otra población. Pero las ciudades mejor dotadas
logísticamente para recepcionar turistas son las menos, ya sea aquellas que
hayan sido premiadas con maravillas naturales, o bien las más urbanizadas,
grandes capitales, populosas urbes, esas que disponen de múltiples servicios
para ofrecer a sus residentes a diario.
Así las cosas, estadísticamente y en términos
generales, lo que indica esta dinámica es un deterioro económico de las
ciudades más pobres a favor de las más privilegiadas.
No solo no se ayuda a las localidades más
necesitadas, sino que se las menoscaba aun mas, para terminar favoreciendo con
un nuevo privilegio, en este caso artificial, a las que ya tienen ventajas.
Lo extraordinario de esto no es que se nos intente
engañar sistemáticamente, inclusive en cuestiones aparentemente menores como
estas, sino que los defensores del intervencionismo estatal ocasionan una
evidente distorsión. Esta alteración no solo se traduce en resultados
negativos, sino que además perjudica discrecionalmente a ciudadanos de
localidades con menos chances, que ya bastante empeño cotidiano ponen para
cambiar esta histórica tendencia.
Esta es solo otra prueba más, contundente por
cierto, de cómo el Estado jugando al patético rol de dinamizador de la
economía, culmina interfiriendo en ella de modo negativo, empobreciendo a la
sociedad a la que intenta beneficiar. Los defensores de estas ideas deberían
ser más honestos con la sociedad y reconocer que sus elucubraciones son solo
mediocres ingenierías que no consiguen reemplazar la capacidad imaginativa de
los individuos para crear riqueza, única fuente genuina que permite combatir la
pobreza con razonabilidad.
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