Criminales desatan intranquilidad



Una denuncia anónima del propio Hospital Maciel, dependiente de Salud Pública, desencadenó un exitoso operativo policial (“Operación Angeles”) que dejó al descubierto a dos funcionarios enfermeros –hoy procesados por la Justicia Penal- que desde hace un buen tiempo, decidían la muerte de pacientes confiados a su cuidado en los CTI (Centros de Tratamiento Intensivo) donde trabajaban. Ambos criminales, también prestaban sus tareas en una institución privada de medicina colectiva. Aun no se sabe el número exacto de los pacientes cuya vida fue segada por estos individuos, utilizando inyecciones de morfina,  aire o quien sabe qué otras técnicas para inducir la muerte. Salteándose todos los protocolos de atención, los implicados y alguien más (otra persona fue procesada por encubrimiento) por motivos incalificables, ejercían su “poder” ante pacientes indefensos, cuyas vidas debían haber protegido.
Estos hechos han conmocionado grandemente a nuestra sociedad y han desatado no sólo angustia, sino una gran desconfianza e intranquilidad, tanto en los familiares de quienes fallecieron en esas instituciones, como en quienes tienen en estos momentos a alguien de su entorno, intentando superar un importante quebranto de salud en este tipo de centros. Centros en los que, hasta el momento se presumía se aplicaban todos los avances tecnológicos para la recuperación de los pacientes. Centros en los que, se pensaba, trabajaban personas dedicadas e idóneas para cumplir su difícil tarea. Sabemos que la mayoría de los funcionarios cumplen con profesionalidad, esmero y lealtad sus funciones. Sin embargo, la duda se ha instalado legítimamente.
¿Cómo recomponer la confianza? ¿Cómo devolver la tranquilidad a las familias? ¿Se tiene cabal conciencia de lo perdido? ¿Cuánto llevará recomponer todo esto? Tratándose de valores inmateriales, el panorama es poco alentador. Son muchos los temas conexos que se entrecruzan (desde la donación y trasplante de órganos, el tratamiento de los enfermos terminales, la eutanasia y el morir con dignidad) y que nos obligará a considerarlos con madurez para ver cómo resolverlos en una sociedad como la nuestra. Pero todo a su tiempo.
Pues por más que se diga que estamos ante un caso “inédito”, o que se trata de personas “insanas”, queda en el gran número de la población, la sensación de que los controles fallaron (desde el perfil psicológico que suponemos se habrá hecho para que los implicados realizaran sus tareas; el control diario de inventario de los fármacos que quedan disponibles en cada turno; el dictamen de los miembros del comité que debe expedirse sobre la muerte de los pacientes ingresados a esas dependencias; hasta las historias clínicas, las indicaciones de los médicos tratantes y el debido seguimiento de los protocolos de atención y registro) y por ello, la más inmediata investigación se impone se realice, con dedicación profesional, profundidad y celeridad.
Se intuyen responsabilidades. Sólo hemos visto la punta de un iceberg. La sucesión de acciones judiciales que ya se anuncian, afectarán a muchos, de distinta manera.
La transparencia en el manejo de la información se apreciará más que nunca en este asunto. Más allá de las conveniencias políticas de los responsables.
Por ello, llama la atención la inmediata politización del tema que realizó el gobierno. Desde altas esferas, salió a defender a su Ministro de Salud Pública, sin tener a la vista siquiera las conclusiones primarias de una investigación. Que no se diga entonces que la oposición pretende réditos con el tratamiento de este asunto.
Lo que se pretende es claridad en el manejo del tema y deslindar responsabilidades.
Por hechos de menor cuantía, en otras latitudes, se han truncado para siempre carreras políticas y aspiraciones de poder. Aún no sabemos cuál será el desenlace en nuestro país. Lo que surge como cierto es, la pérdida de credibilidad y confianza en esta materia de especial significación, como es la que atañe a la Salud. ¿Quién será capaz de devolver estos valores a quienes habitamos este país?  

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