Liberarse
de la violencia
(Siria
es sólo un ejemplo)
Víctor
CORCOBA HERRERO
Escritor
español. corcoba@telefoníca.net
Diplomado
Universitario por la Universidad de Oviedo. Licenciado en Derecho por la
Universidad de Granada. Reside desde 1984 en Granada (ESPAÑA).
Hay
que liberarse de la violencia con la no violencia. Deben ponerse de acuerdo y
pactar las divergencias sus responsables. La mano de los violentos ha de cesar
de inmediato. Esto debe quedar claro. No entiendo como el mundo, a través de
sus organismos internacionales, hace oídos sordos o no llega a pactos para
poner fin de inmediato a los hechos violentos, como viene sucediendo con el
pueblo de Siria y tantos otros. La violencia no conduce a ningún sitio, nada
más que a la barbarie, y hay que impedir que se produzca, ahora y siempre, para
que no se enraíce la tensión y se convierta en una atmósfera normal de la
existencia humana. Con la violencia no se resuelve conflicto alguno, lo que se
activa es el pánico y la desesperación de unos contra otros.
Siria
hay que liberarla de la violencia. Mejor hoy que mañana. Es de vital urgencia.
Hágase justicia, pues, o lo que sea preciso. Pero párese el calvario. Querer es
poder. Quien acaba de hablar claro y hondo ha sido el embajador de Siria ante
la ONU, Bashar Ja´afari, quien dijo que su país podría haber seguido el plan de
la Liga Árabe si las naciones occidentales y otros actores políticos no
hubieran destinado miles de millones de dólares a los grupos de oposición
armados, ni los hubieran acogido en sus capitales para facilitar los ataques
contra los civiles sirios. También el gobierno de Damasco atribuye la
responsabilidad de la violencia a grupos armados no especificados, de matriz
terrorista y que se han infiltrado desde el exterior. No olvidemos jamás que a
los sembradores del terror lo único que les importa es avivar la naturaleza
maligna en la ciudadanía, y alistarla entre sus filas para entablar una guerra
psicológica, que desprecie la vida y así poder matar ciegamente.
Los
violentos intentan comprarnos para modificar nuestro comportamiento, provocando
miedo, incertidumbre y división social. Es lo que ha pasado en el proyecto de
resolución para Siria, que apoyaba el plan de transición propuesto por la Liga
de Estados Árabes, y que fue vetado por el propio Consejo de Seguridad de la
ONU, a través de miembros permanentes de ese órgano, como son Rusia y China.
¿Cómo puede ponerse veto a quien condena y pide el fin inmediato de la
violencia contra la población civil?. Precisamente, lo que quieren los
violentos es tener más tiempo para seguir injertando dolor y dudas al pueblo
que sufre. Es cierto que no es aconsejable interferir en los asuntos internos
de países, pero el caso de Siria, es una cuestión tremenda que está golpeando
especialmente a los niños y mujeres.
Siria,
como tantos otros pueblos del planeta, han de construir caminos de paz,
redoblando el diálogo y aumentando el espíritu democrático, para poder huir de
sistemas violentos, que lo único que potencian es el lanzamiento de odios para
desestabilizar un país. Un mundo aterrorizado como el que se gesta actualmente
merece actuaciones directas y contundentes. La primera actuación, trabajar por
la justicia, sin la cual no puede haber sosiego. Y como segunda actuación, el
cese de toda violencia. La misma convivencia familiar está crecida de escenas
violentas que se han sociabilizado. El comportamiento violento no es algo
innato, se adquiere, se aprende y se desarrolla. Por eso, el contexto cultural
de violencia en el que crecen hoy en día muchas personas es un factor de riesgo
para el mundo.
De
ninguna manera se puede vetar a los que quieren poner orden y paz en
situaciones violentas. La omisión, la indiferencia, el mirar para otro lado,
resulta intolerable y no tiene justificación alguna. Vivimos una crisis de
legalidad, extensible a la legitimidad que han de fomentar las organizaciones
internacionales. Las leyes son importantes en el ordenamiento de la convivencia
mundial y estas instituciones han de tener mayor capacidad y mejores
actuaciones. Se vive un estado de corrupción permanente en el mundo, en parte
porque se han relajado las normas de convivencia, los mismos derechos humanos
que dignifican a las personas y a los pueblos. Ante un hecho violento, insisto,
la intervención tiene que ser inmediata.
Ciertamente,
también existen en la conciencia de cualquier colectividad reglas no escritas,
pero que son el fundamento para corregir la conductas desviadas. El ser
violento, desde luego, es una acción que contradice al propio ser humano. Por
tanto, no caben medidas templadas, o remedios de espera, cuando el mal que se
vierte es tan violento como matar vidas humanas. La pérdida del sentido humano,
ha llevado a mucha gente al desprecio de la vida, lo que favorece un ambiente
que influye negativamente en la formación de la conciencia y de los valores
humanos. Estamos, pues, ante un problema, el de la violencia en el mundo, que
se solucionará con la aplicación de la justicia y el derecho, adjudicado a una
organización mundializada, que tenga como fin supremo, un mundo reconciliado.
No olvidemos que frente al hambre de justicia que respira hoy el mundo, con
tintes de venganza muchas veces, en este tormento de violencia que lacera el
planeta, la reconciliación de pueblos y familias se realiza en plenitud cuando
se entretejen el perdón que se pide y el perdón que se otorga.
Perdonar
nos libera hondamente: nos redime del rencor y de nuestra fijación en el pasado
y nos capacita para asumir la responsabilidad de crear maneras nuevas de
entendernos y comprendernos. Por consiguiente, Siria, es tan solo un ejemplo de
tantos que no debe dejarnos impasibles. Una votación en un Consejo de Seguridad
no ha de desanimarnos, sino todo lo contrario, es un aliciente más para seguir
trabajando.
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