José Ignacio TORREBLANCA
Profesor de Ciencia Política en la
UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign
Relations
Desde Egipto a Marruecos, pasando
por Túnez, los islamistas están en auge. El Norte de África se tiñe
progresivamente de verde. ¿Nos debe sorprender o extrañar que los islamistas
ganen las elecciones? No. ¿Nos debe preocupar? Sólo a medias. Al fin y al cabo,
verde es el color de la primavera, ¿no?, así que una primavera teñida de verde
no es necesariamente una contradicción en términos. Por otra parte, en ese
verde hay muchos matices que deberemos ir aprendiendo a distinguir: el verde
claro de los islamistas turcos, el PJD marroquí o el Ennahda tunecino; el verde
oscuro de los hermanos musulmanes en Egipto; el verde chillón salafista de los
movimientos más rigoristas y punitivos financiados desde Arabia Saudí, como
Al-Nour (segunda fuerza política tras las elecciones de Egipto) o el verde
teocrático que emana de Teherán.
Cierto, muchos preferiríamos que las
elecciones en Túnez, Egipto, Marruecos y Libia las ganaran partidos
liberal-demócratas de corte laico más afines a nuestros valores. Desde luego
que la vida sería más fácil para Europa si, como ocurrió en Europa del Este
después de 1989, toda la ribera sur se tiñera de azul europeo. Sin embargo,
olvidamos un pequeño detalle: que los regímenes y los gobiernos que los
ciudadanos acaban de despachar al basurero de la historia en Túnez, Libia y
Egipto habían hecho de la bandera anti-islamista su principal razón de ser,
todo ello con la inestimable ayuda de nuestros gobiernos, que víctimas del
síndrome “argelino”, creyeron a pies juntillas que la única posibilidad de
estabilidad en la región pasaba por dejar a los islamistas fuera del juego
político. Pero curiosamente, a la vez que se postulaban ante Occidente como
bastiones ante el islamismo radical, promocionaban el islam de dos maneras
aparentemente contradictorias aunque convergentes: por un lado, manteniendo y
acentuando su papel como protectores y promotores del islam en el plano
cultural y religioso; por otro, reprimiendo políticamente a los partidos y
movimientos islamistas.
Esta combinación de palo y
zanahoria, seducción y represión, ha desembocado en un reforzamiento muy
notable de la legitimidad del islam como fuerza política: frente a una serie de
regímenes corruptos y pretendidamente laicos, la alternativa islamista ha
ganado en todos los frentes, políticos y sociales. Así las cosas, los
islamistas gozan en muchos de estos países de una legitimidad parecida a la que
disfrutaban los partidos comunistas en la Europa inmediatamente posterior a la
segunda guerra mundial: han estado en la resistencia, se han jugado la vida,
han estado cerca del pueblo compartiendo su sufrimiento y prestando servicios
que el Estado obviaba. Y, para colmo, una vez fenecido el panarabismo como
alternativa de movilización ideológica, han hecho suya la única bandera capaz
de aglutinar a los pueblos de la región: el islam.
Muy probablemente, los europeos no estamos
preparados para ver el Norte de África teñirse de verde: sin embargo, nuestro
margen de actuación es bastante limitado. Y tampoco hay que ser catastrofistas:
los islamistas van a tener que gobernar, y gobernar es elegir, beneficiar a
unos a costa de otros, tomar decisiones difíciles y rendir cuentas ante la
gente. Van a gobernar unas economías en un estado ruinoso (especialmente en
Túnez y Egipto) y tendrá que elegir entre un populismo fácil que les lleve a
subvencionar a los sectores que les apoyan, a costar de socavar la economía del
país y sus futuros apoyos, o actuar de forma responsable, crear un clima
favorable a la inversión, el turismo y las exportaciones. Estamos por tanto,
ante la emergencia y consolidación de un islam político que hasta ahora estaba
sumergido y reprimido: la pregunta es si la democracia que les ha permitido
ganar las elecciones ganará también sus corazones y mentes, como lo hizo con
los comunistas que en Europa Occidental entraron en el juego político de la
democracia en diversas oleadas en el siglo pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario