Ope PASQUET
Ayer quedó instalada, en el Salón de
los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, la urna que contiene los restos
mortales de José Artigas. Como es sabido, la urna estaba en el Mausoleo de
Plaza Independencia. Debido a que dicho edificio necesita reparaciones se
dispuso que, provisoriamente, los restos del Jefe de los Orientales queden
depositados en el Palacio de las Leyes.
La ceremonia de traslado de la urna
funeraria al lugar de su emplazamiento interino fue ocasión para la celebración
de una suerte de fiesta patria “ad hoc”, no prevista en el calendario oficial.
A las puertas del Palacio, el Presidente de la
Asamblea General y una comisión de legisladores especialmente constituida para
la ocasión aguardaban a los ilustres despojos. Doblemente custodiada por el
Cuerpo de Blandengues y el Batallón Florida, la urna fue solemnemente
depositada en el centro del Salón de los Pasos Perdidos. Con la presencia del
Presidente de la República, el gabinete ministerial y otras autoridades, se
cantó el himno nacional. Luego sesionó la Asamblea General, en la que hablaron
legisladores pertenecientes a los cuatro partidos políticos representados en al
Parlamento. El Presidente de la Asamblea, Cr. Astori, señaló con aire de reproche,
al comienzo del acto, que era la primera vez que los restos de Artigas llegaban
a la sede del órgano legislativo. Luego, los oradores volvieron a mencionar el
punto y alguno le dio la bienvenida al Gral. Artigas. Me estremecí, pensando
que si se va a hacer cuestión del lugar donde se depositan los despojos del
héroe, a alguien se le va a ocurrir que no es justo que sólo Montevideo tenga
ese honor, y que quizás se organice, a
modo de peregrinación patriótica, una recorrida de la urna por los otros
dieciocho departamentos...
Como legislador participé,
obviamente, de la ceremonia de ayer. Como uruguayo, profeso la veneración laica
que debemos profesar todos por la figura del héroe nacional. Pero para ser
sincero debo confesar que me resulta algo extraña, y hasta chocante, toda esta
liturgia funeraria cumplida en torno a lo que pueda quedar del cuerpo de una
persona fallecida hace más de 160 años. La exaltación patriótica en torno a los
restos mortales de los héroes, últimamente tan cultivada en América Latina
(léase Basta de historias, de Andrés Oppenheimer) me hace pensar en los irracionales estallidos
de fervor religioso del Medioevo, en torno a las reliquias de los santos...¡Ay,
Uruguay!
La vida de Artigas es más que pródiga en actos dignos de recordación.
No nos alcanzarían los días del año para celebrar todas las manifestaciones de
su grandeza, ni para reflexionar acerca
de todas las frases –muchas, de soplo épico- en las que troqueló su
pensamiento. No necesitamos, realmente, improvisar solemnidades fúnebres al
vaivén de las reparaciones edilicias que reclame el Mausoleo.
Los cuerpos vuelven al polvo y con
él se confunden; las que permanecen son las ideas.
Celebremos el fuego, no las cenizas.
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