Mario
PIRIZ
Salvar
al ser humano y su envoltura, la naturaleza
“¡Compren tierra, pues no se fabrica más!”.
Mark Twain
A lo
largo de la historia, los seres humanos han hecho cosas increíblemente bellas y
cosas increíblemente terribles. Los ejemplos de uno y otro están ahí, abrumadores. Unos trayendo vida, otros
trayendo muerte. Se descubren nuevos medicamentos y también nuevas armas.
Mientras la vida se renueva, mientras la angustia humana parece no tener fin.
Nos llenamos de discursos sabiendo de antemano que las palabras son el prólogo
de la gran mentira. El ser humano no ve más allá de sus ojos, y los que ven,
nadie los escucha.
A esta
altura del nuevo siglo XXI, para nadie es un secreto como nuestra naturaleza
día a día es bombardeada. El medio ambiente, desde el Cuñapirú hasta la
Antártida, está enfermo. La naturaleza que nos da la vida está muriendo por el
egoísmo del hombre. La tierra que nos prestaron nuestros abuelos está siendo
mal administrada por una generación de ciegos que no ven las consecuencias que
algunos decorosos advierten en sus pequeñas tribunas. Cuando hace quinientos
años los colonizadores usurparon con caballos y lanzas los suelos americanos,
pretendieron legitimar el robo de la tierra, hablando de civilización. Hoy nos
colonizan con sólidos talonarios de cheques en los bolsillos, pretendiendo
legitimarse con el discurso del desarrollo, la creación de fuentes de trabajo,
el mercado, etc.
Desde
el inicio de la crisis financiera –huérfanos de burbujas que inflar– la
búsqueda de rendimientos económicos del capital ha puesto sus ojos de diablo en
las mejores tierras de países como Uruguay.
La hectárea de tierra en el litoral del río Uruguay o en la rinconada
con el río Negro, de 700 dólares que valía hace menos de diez años atrás, ha
llegado a pagarse hasta 4.500 dólares. Se han tomado en serio el exhorto sobre
la tierra de Mark Twain y miran para el costado cuando el propio escritor
estadounidense advertía con relación a los bancos, que nos prestan un paraguas
cuando hay sol.
La
naturaleza y la vida clama: “¡ Ay de aquellas personas que dirigen pueblos y no
se levantan con fuerza titánica contra la devastación de nuestra praderas !,
¡ay de aquellos hombres que los pueblos eligen como líderes y duermen a pierna
suelta cuando sabemos que la madre tierra, con todas sus consecuencias, muere
en cada segundo!, ¡ay de aquellos que presiden laberintos de acuerdos
incumplidos con relación a la naturaleza!”.
No
podemos olvidar que el desierto del Sahara era tierra fértil. Que civilizaciones
americanas como la de los aztecas, los maya, los incas y los guaraníes, se han
prácticamente extinguido junto con la naturaleza y la tierra fértil que les dio
la vida.
No
podemos olvidar que la naturaleza y el medio ambiente, no son solo la capa de
ozono, los montes, el aire, los ríos, los arroyos, los mares, la tierra, las
aguas. La naturaleza nos envuelve, está en nosotros mismos. Y la naturaleza
real está en el alma humana, la que también es destrozada cada día por la
ambición humana. Ahí están las más sofisticadas armas matando, cada segundo en
alguna parte del planeta, al ser humano y su entorno, la naturaleza. Ahí están
muertos por la ambición y el egoísmo los niños del presente y del futuro.
Siempre
que muere un ser humano, víctima de la violencia, la falta de alimentos, de
enfermedades curables, todos los seres humanos nos alejamos de nuestra esencia,
perdemos el rumbo. El ser humano va muriendo en su esencia y con él muere la
naturaleza que lo envuelve.
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e l `� �� ogrará si falta el ejemplo en nuestros actos, si hay
aprobación e indulgencia, o esa sonrisa cómplice cuando se está a tiempo aún de
corregir a un inocente que adoptó una conducta incorrecta. Conductas que aún
cuando las llamemos de “viveza criolla” o picardías, siempre están al filo de
la ilegalidad, sustancialmente antisocial.
La escuela, el liceo o la universidad no
corregirán la planta que viene torcida desde la casa, la familia. El curso
escolar ha vuelto a comenzar, pero el curso de la vida sigue y no hay recesos
para transmitir valores, para sembrar honradez. Asumamos como padres y mayores nuestras
responsabilidad existenciales y no echemos las culpas de la mala educación a
abstracciones genéricas como la sociedad, los políticos, los otros siempre
lejano de nuestro cotidiano vivir.
M.P.
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