Mario Piriz
"El niño que no piensa en
lo que sucede a su alrededor, y se contenta con vivir, sin saber si vive
honradamente, es como un hombre que vive del trabajo de un bribón, y está en
camino de ser un bribón", José Martí
Escribir sobre el drama de la educación pública, por su
reiteración, suena a disco rayado, y comienza a saturar la capacidad de
atención ciudadana. El discurso tiene mucho de hipocresía, en particular cuando
se apunta hacia todos los lugares posibles, menos hacia donde están las raíces
del problema. La escuela, el liceo y la universidad, esencialmente instruyen,
capacitan y son instrumentos necesarios pero insuficientes en la educación de
todo ser humano.
Terminó el mes de
setiembre, y quedaron atrás las breves vacaciones de primavera, y con ello,
como es habitual para la infancia y adolescencia del país, un tiempo de receso
donde el esparcimiento fue el principal
protagonista. Sin embargo los padres están convencidos, más aún en estos
tiempos polémicos, de crisis y estrés
existencial, que la educación, esa que comienza en la cuna (y aún antes en el
vientre de la madre), depende de ellos en gran medida, y no entran en vacaciones
ni en recesos. Es que históricamente, para los padres, la vida sigue y no hay vacaciones
en esa noble labor de transmitir valores, sembrar honradez, construir buenas
personas, dignas y aptas para la lucha por la vida.
Los maestros tienen
la responsabilidad de encaminar a las nuevas generaciones por el camino de las
letras y los números, instruirlas durante el curso para que dominen los
instrumentos que les permitirán ser personas más útiles a la sociedad, más
cultas. A los padres y madres, en cambio, toca la dura tarea de educar en cada
momento para que no sean vanas las palabras que escuchan sus hijos en la
escuela.
Lamentablemente
esa dura tarea no es asumida, y cada vez más, se apunta el dedo acusador a
cualquier parte, menos hacia donde debe ser. Cuánta vigencia tienen aquellas
palabras del maestro Martí del ácapite. Cómo puede un niño, adolescente y joven
crecer honrado, si el ejemplo paterno le
desvía la mirada hacia otro lado, siendo testigo inocente desde las primeras
edades de procederes que lo desorientan en el hogar y lo lanzan a la paulatina
degradación como personas, como seres humanos. Los padres si bien deben estar a
tono con las exigencias del proceso docente educativo, sobre todo no deben
descuidar la parte que a ellos corresponde.
Estas exigencias
desde las primeras edades si bien redundarán en acciones habituales para las
próximas enseñanzas, se darán de cabeza y en la medida que el alumno crece
física e intelectualmente le resultará difícil trabajar para ser honrado
mientras conviven con quienes predican una cosa ante la sociedad y hacen otra.
En esa noble labor, los padres se deben obligar a transmitir principios, a no
cansarse de explicar al niño, al adolescente, al joven que lo primero es vivir
con honradez y actuar en consecuencia.
Obligar a que se aprecie
el valor de lo que se tiene, en primer lugar, la vida y la salud. Y que si bien tenemos una sociedad, un hogar,
una escuela que no es perfecta, se cuenta con ellos para hacer lo que falta, lo
que no se ha podido o ha salido todo lo bien que sea necesario. Que miren, con
ojos críticos a su alrededor, y piensen en todo lo que vean, teniendo presente
que esa es la obra que hasta allí ha llegado construir, a pesar de los que
claudican, los corruptos, los deshonestos, los delincuentes. Sin duda que toca a los mayores transmitir
con sus propias conductas cotidianas, a
los más jóvenes, que hay que preferir
siempre el camino de la honradez y el trabajo para alcanzar lo que no tienen.
La especulación, la viveza, la haraganería y el vivir a costillas de los otros,
incluso explotando a los más débiles, puede ser legal, pero es el camino del
delito. Y son ellos los únicos marginados de la verdadera comunidad humana,
aunque vistan y vivan como grandes señores.
La responsabilidad sustancial
de los padres, para con un hijo obliga primero al deber de convertirlo en mejor
ser humano y ello no se logrará si falta el ejemplo en nuestros actos, si hay
aprobación e indulgencia, o esa sonrisa cómplice cuando se está a tiempo aún de
corregir a un inocente que adoptó una conducta incorrecta. Conductas que aún
cuando las llamemos de “viveza criolla” o picardías, siempre están al filo de
la ilegalidad, sustancialmente antisocial.
La escuela, el liceo o la universidad no
corregirán la planta que viene torcida desde la casa, la familia. El curso
escolar ha vuelto a comenzar, pero el curso de la vida sigue y no hay recesos
para transmitir valores, para sembrar honradez. Asumamos como padres y mayores nuestras
responsabilidad existenciales y no echemos las culpas de la mala educación a
abstracciones genéricas como la sociedad, los políticos, los otros siempre
lejano de nuestro cotidiano vivir.
M.P.
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