La OEA, el terrorismo, a extorsión y los crímenes de lesa humanidad


Tabaré VIERA


No es fácil rearmar la historia.
La suma de hechos contradictorios, consecuencia tan solo de los años transcurridos en el marco de un durísimo enfrentamiento social, a modo de guerra, agravado por más de un década de silencios democráticos y republicanos, como el impuesto por la dictadura, nos ponen ante un escenario de prudencia que no por ello supone la pérdida en la firmeza de las convicciones de un país que nació para desenvolverse sólo en un estado de derechos.
Pero los claroscuros de nuestro proceso institucional existieron.
A principios de los años sesenta los primeros indicios de agresión social se dieron y fueron creciendo, dejando en evidencia que el país transitaba lenta pero sostenidamente hacia el quiebre al menos del relacionamiento social más básico, más elemental, aquél que el sano juicio ubica en respetar la voluntad de las mayorías más allá de motivaciones o intereses secundarios.
Como popularmente se dice, con el diario el lunes es fácil debatir, interpretar y juzgar los hechos del pasado, pero es tarea de todos fijar posición sobre el presente y el pasado no es ajeno a él. Es difícil no entender las motivaciones de los familiares de detenidos desaparecidos o torturados en el marco de la dictadura: esa es una cuestión de sensibilidad que está más allá de la razón. Pero esto no obsta a comprender también que antes de 1973, cuando la democracia era plena, cuando los legisladores de la oposición votada por el pueblo libremente tenían derechos como minoría para interpelar a los ministros y hacerlos caer, también cohabitaba en el país la violencia desde sectores subversivos que funcionaban desde las sombras, desde la clandestinidad y el secreto.
Y en ese mismo país, la oposición durante años se negaba a defender el estado de derecho con  medidas prontas o urgentes de seguridad, ante las bombas molotov que arreciaban o los secuestros que ocurrían, o por el simple robo de bancos o financieras con el fin de hacerse de dineros para sostener sus emprendimientos de derrocamiento del poder institucional legítimo.
Y esto hay que reafirmarlo: en Uruguay hubo –sí- terrorismo de Estado cuando después de 1973 se sucedieron torturas y crímenes perpetrados por militares o policías que dependiendo del Estado –aunque sea mediante un mando de facto-, como también lo hubo antes de 1973 cuando un grupo de iluminados decidió cambiar el Gobierno del Uruguay mediante la acción guerrillera.
Téngase en cuenta que ese era el objetivo: derrocar al Presidente de la República y cambiar el modelo social del Uruguay. En ese emprendimiento ensayaron unos antes y otros después tupamaros y comunistas como si levantarse en armas contra el la ley y el orden fuese un mérito más que un demérito.

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Sin embargo hoy, a 38 años de caída la vieja democracia, las luchas internas lanzan al campo de lo jurídico el debate sobre el sano juicio que debería recaer sobre quienes siendo policías o militares mataron o torturaron, removieron tumbas para desaparecer la prueba de la muerte, o intentaron hacerlo para borrar de la memoria el crimen cometidos cualquiera haya sido su motivación.
Los demócratas y republicanos no entendemos de tumbas abiertas en soledad, ni de lápidas sin leyenda; quienes profesamos el batllismo como una forma de vida estamos obligados a mirar el pasado co n la misma rigurosidad que pretendemos para el futuro.
Quizá por eso hemos sido cautos al escuchar al Dr. Javier Miranda, ex abogado de Familiares de Desaparecidos y hoy titular de la Dirección Nacional de Derechos Humanos del MEC. En alusión a la aparición de restos como prueba de las muertes primero, y de la operación de desentierro después, la que si bien no aparece probada es un hecho que ocurrió, Miranda dijo sobre los militares que actuaron en esas operaciones que, “… esos no eran ni generales ni coroneles. El que manejó la máquina para desenterrar no era ni general ni coronel. Seguramente era un soldado de bajo rango en la jerarquía militar. ¿Por qué no brinda información? Una hipótesis plausible es que esté amenazado. Que le digan: “Usted no habla”, “acá no habla nadie”, “acá nadie se mueve”. Yo quiero ver si puedo aflojar esa presión. Y me parece que sería un buen gesto de la conducción militar de hoy que dijera: “Señores, exhortamos a que hablen”.
Interesante posición la de Miranda, plausible. Pero la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, que un momento actuó como regulador del sistema más allá de sus imperfecciones jurídicas, ahora fue derogada o anulada, desintegrada bajo el argumento de que la Corte Internacional la rechazaba y que por tanto Uruguay debía restituir su pleno Estado de Derecho.

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Si ese argumento fuese válido y si el país se merece cumplir con todo lo que disponen las organizaciones internacionales de la que es parte o socio, bien debería cumplirse, también y sin demoras, con la resolución aprobada por la Sexta Reunión Plenaria de la OEA del 30 de junio de 1970, coincidente con la época de la plena democracia en Uruguay.
Ni el Dr. Miranda ni el Gobierno, y mucho menos la Justicia del Uruguay han al menos citado de modo piedeletrista esta resolución, que no sólo es respetable en el texto, sino más aún por su contexto.
Y dice la resolución de la OEA:
“Que con frecuencia y gravedad crecientes están ocurriendo en este Continente actos de terrorismo y en especial secuestros de personas y extorsiones conexas con estos últimos.”
“Que tales actos han sido calificados por el Consejo Permanente de la Organización, en su resolución de 15 de mayo de 1970,  como crímenes de tal manera crueles e irracionales que atentan contra el espíritu mismo de clemencia de los pueblos americanos y constituyen delitos del orden común, cuya gravedad los hace de lesa humanidad.”
“Que los pretextos políticos o ideológicos utilizados como justificación de estos delitos, no atenúan de modo alguno, su crueldad e irracionalidad ni el carácter innoble de los medios empleados, como tampoco eliminan su calidad de de actos violatorios de los derechos humanos esenciales.”

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Siguiendo estos criterios la OEA determinó como crimines de lesa humanidad los perpetrados por los movimientos subversivos que operaron en Uruguay antes de 1973, cualquiera haya sido su denominación, motivación o fin.
Para el Dr. Miranda hoy desde un cargo de Gobierno su norte además del expuesto debería ser cumplir y hacer cumplir disposiciones como la citada, promoviendo ante el Gobierno la igual de delitos de lesa humanidad hayan sido cometidos por policías, militares como por quienes desde las sombras atentaron contra la vida, secuestrando y asesinando personas en la búsqueda del derrocamiento de un Gobierno tan legítimo como el instalado por la vía democrática en la década de los años 70.
Sólo en la igualdad de criterios podrá encontrarse la legitimidad suficiente que habilite una salida posible.
Todo lo demás se asemeja mucho a la venganza, no a la Justicia.
Por eso lo del principio, no es fácil rearmar la historia.

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