El ilusionismo sacralizado en quiniela, cinco de oro y loterías


Mario PIRIZ

Es frecuente escuchar que los uruguayos son jugadores o “timberos” natos, y quizás se tenga algo de razón, como ocurre frecuentemente con ese tipo de generalizaciones. Por algo el estado de derecho lo ha asumido institucionalizando varias de las innumerables formas de juego de azar. En principio ha ocurrido con nobles propósitos, entre ellos como forma de evitar que los ahorros populares vayan a las arcas particulares, derivándolos así, en a la financiación de servicios públicos como salud, educación, etc. La medida legal en cambio, no ha evitado que a lo largo de todo el territorio de la república, se sigan practicando todo tipo de juegos, casi siempre por plata, y en muchos caso mediante eufemismo, como las populares rifas vendidas como “bonos colaboración”.
Considerado como parte de la condición humana,  los juegos y las apuestas al adquirir legalidad y legitimidad, merecen ser observados con detención. No se puede mirar para otro lado o cerrar los ojos, cuando surgen, cada tanto   las “irregularidades”, estafas, coimas y otros delitos, en torno al manejo de los fondos, por ejemplo la difundida “metida de la mano en la lata”  de los casinos en Montevideo.
Si bien los fondos de los casinos provienen de sectores sociales medios y altos, no ocurre lo mismo con los provenientes  de la lotería, quiniela o cinco de oro, que mayoritariamente vienen de los grupos sociales de rentas más bajas. Allí se abriga la quimérica idea de que es posible ganar en un día más de lo que ganaría trabajando toda la vida y así  conseguir el anhelado ascenso en la escala social. Obviamente que son sectores sociales que ignoran que viviendo en una típica sociedad burguesa, se ratifica cotidianamente aquella definición dada por Unamuno, de que el burgués es aquel “que sube y cuando está arriba, recoge la escalera para que el que va detrás no suba”.
Considerados en forma individual, los fondos “invertidos” en la quiniela, parecen ser exiguos y que a nadie deja más pobre de lo que es. Pero cuando se los observa como fenómeno social, se ve que son millones y millones que diariamente nos damos el lujo de entregar a un pozo sin fondo, donde difícilmente irá a satisfacer alguna necesidad básica de los que más lo necesitan. De hacerse un estudio costo beneficio, como cualquier emprendimiento económico,  muchos considerarán un fenómeno legítimo y equitativo por las oportunidades que ofrece. Sin embargo, los cien pesos de un pobre o trabajador, no tiene la misma significación   - económica, social y política -  que el de los sectores medios y altos, para quienes cien pesos que son parte de lo que pueden ahorrar o directamente les sobra  sin saber qué hacer con los mismos.
Considerada así la cuestión, la quiniela, la lotería, el cinco de oro, y toda apuesta patrocinada o legalizada por el Estado, es un retroceso cultural y una injusticia, por más que se la juzgue antigua como el propio ser humano.  En primer lugar porque da como verdadero, sin ambages, el primitivo  pensamiento mágico, el mismo que ofreció respuestas satisfactorias a una humanidad que aún no había alcanzado el estadio del conocimiento y civilización actual. Es evidente que el sol, la luna, o la tormenta, ya no son deidades con poderes sobrenaturales, pero sin embargo se sigue proclamando y promoviendo esa mentira de los juegos de azar,  esa “ilusión” de ganar “un pedazo del paraíso” capitalista, cuando se sabe que las probabilidades son ínfimas, cuando no inexistentes. El “ilusionismo”, práctica de entretenimiento propia de los magos, no puede transformarse en política de estado sacralizando los populares juegos de azar.
Las voces oficiales u oficiosas están siempre diciendo a la conciencia colectiva, que de jugar  en forma sistemática, “lo raro es que no te toque”, haciéndolos culpables de alimentar su propia mala suerte. Y cuando el Estado,  que debería fomentar la racionalidad y la equidad, mediante las “timba” públicas lo que hace, y dicho un poco brutal, es engañar algo más a todos, sobre todo a los pobres, y extraerles así algo más del dinero que de otra forma sería imposible hacerlo. En este sentido, toda propaganda de apuestas como práctica pública, es por lo menos, publicidad engañosa, y por lo tanto factible de ser condenada por las leyes vigentes.
Pero nada ocurre, por que el destino de los ingresos netos generados por la quiniela, el cinco de oro, la lotería, etc. son como cualquiera otro, mayoritariamente volcados a rentas generales. Y allí, el dinero del ciudadano que, ilusionado, compra una migaja de paraíso, puede ir a parar a cualquier ladoo a manos de burócratas y “servidores públicos” inescrupulosos.  Y ello es así aún cuando parte del dinero de las apuestas, sin eufemismos, sea destinado específicamente a fines sociales.
Para avanzar hacia una sociedad por lo menos más equitativa y culta, el Estado debería comenzar a “jugar limpio”, en forma transparente, ordenando y moderando los juegos de apuestas; evaluando y fiscalizando con “todas las cartas sobre la mesa”, y no incentivándolo en beneficio propio o seguir sosteniendo un estado de cosas que están evidentemente contra el bienestar de todos.

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