Alberto MEDINA MÉNDEZ
Periodista y escritor argetino. Corrientes. amedinamendez@gmail.com
Sin lugar a dudas, el populismo ha crecido geométricamente en estas
últimas décadas. No solo se ha multiplicado sino que se ha diseminado por todo
el planeta sin disimulo. En el presente existen desde
versiones folklóricas con personajes pintorescos hasta otras de las más
refinadas, lideradas por eruditos o sujetos cultos con notable formación
académica.
Como fenómeno político mundial, habrá que decir que hace tiempo que
dejaron de ser un patrimonio exclusivo de los países subdesarrollados. Su onda
expansiva ha alcanzado a penetrar en las democracias más modernas, en los
países más desarrollados, con mucha contundencia, al punto que sus discursos
actuales están plagados de citas que solo muestran como ha crecido esa visión
de la actividad política sin
importar demasiado la orientación ideológica coyuntural.
Es que en la esencia del populismo, está presente una de las claves que
apalanca la perpetuidad tan ansiada por tantos líderes actuales. El populismo demagógico
de este tiempo encontró en esa mirada
pragmática, casi mágicamente, los medios para distribuir lo ajeno
quitando sistemáticamente a unos y dando a otros, para hacer regalos a cambio
de favores entregando dádivas, subsidiando a los ineficientes
de siempre con argumentos aparentemente simpáticos y razonables, para
someter a las corporaciones, amedrentar a los díscolos, acallar a la prensa.
Pero lo más importante, le permite seducir a los más,
mecanismo imprescindible para que en la próxima compulsa electoral
puedan contar nuevamente con la aprobación mayoritaria de la sociedad, esa
que les renueva los mandatos y les
permite seguir su derrotero sin escollos. De ese modo, se explota, con una
astucia inmoral, una de las tantas grietas que ofrece el sistema democrático.
Pero la pregunta del millón, es ¿ Cómo termina esta historieta ?. O si
lo queremos ver de otra manera, tal vez la inquietud sería ¿ Culmina alguna vez
o se trata de un fenómeno eterno?
Algunos creen que el sistema se puede retroalimentar hasta el infinito,
que es probable repartir lo de los demás y que esto no se acabará jamás como si
fuera una fuente inagotable de recursos, que los
saqueados seguirán trabajando para todos y que algún extraño mecanismo
hará que sigan haciéndolo sin saber porqué, aunque se sientan esquilmados de
por vida.
Pero no hace falta ser demasiado inteligente para darse cuenta que si el
populismo se entusiasma y sigue apretando el acelerador como hasta ahora, para
seguir con la fiesta, haciendo trabajar a algunos para
otros, humillándolos públicamente, atacándolos para colocarlos como los
máximos enemigos de la sociedad, el desenlace resulta esperable, evidente, y de
ninguna manera podrá ser una sorpresa.
Habrá que entender que es muy difícil creer que siempre habrá algo para
repartir, que los vientos favorables soplaran indefinidamente, que los
expropiados aceptarán sumisamente su condición, y que pese al permanente
desaliento al trabajo, a la inversión, a la producción, al desarrollo económico
y la acumulación de riquezas, seguirá habiendo gente dispuesta a servirle
incondicionalmente al mandamás de turno, para que siga haciendo de las suyas.
Es posible que esto pueda sostenerse durante algún tiempo, pero no
resiste mucho análisis creer que los perjudicados de este juego, seguirán
siendo “contribuyentes mansos” de esta parodia que pretende
mostrar al saqueador como el héroe y al generador de riqueza como el
villano. Como en casi todos los procesos históricos, algunos creen haber
encontrado la fórmula del éxito, aquella con la que sueñan muchos, la que
dispone de inagotables recursos sin esfuerzo alguno. Hay que decir que se trata
de una fantasía, de una construcción intelectual falaz, que solo puede
encontrar explicaciones verdaderas en fenómenos
complejos, lejos del entendimiento de estos improvisados, donde muchos
de los ingredientes son ignorados solo porque no coinciden con la percepción
ideológica de los pseudo intelectuales que rodean al circunstancial demagogo.
Los adversarios del populismo demagógico tienen en realidad dos caminos
para derrotar legítimamente a la inexorable inviabilidad de su oponente. Una
posibilidad es intentar ponerle freno de la mano de
atenuantes que aminoren el impacto, proponiendo medidas que pongan paños
fríos a tanto descalabro, como muestra la historia reciente de cada país,
invitando a la reflexión ciudadana y a recapacitar sobre el
rumbo que estamos transitando. Es probable que estas acciones brinden
cierta satisfacción de corto plazo, pero también es altamente posible que la
agonía resulte demasiado prolongada y que el sufrimiento de la sociedad sea
tremendo, o bien que el daño moral sea irreparable con
secuelas que demandarán generaciones para revertir la historia.
La otra variante es, en una versión cuasi trotskista, permitir que el sistema
evolucione, que se perfeccione, que sus contradicciones se presenten
naturalmente, acelerando incluso su proceso para que, al
tocar fondo, y crisis mediante, esa que de todas maneras será
inevitable, podamos dar vuelta la página
de una vez, al encontrarse el sistema con su propio limite porque no pueda
sostener sus propias
falencias.
Es difícil saber cuál es el punto de inflexión, cuando hará contacto con
su punto más bajo para buscar el camino hacia la racionalidad. Elegir el
momento adecuado, quedará en manos de aquellos que disfrutan
del arte de la táctica política.
La fiesta no durará eternamente, tendrá costos, habrá que pagarlos y
lamentablemente los que hoy defienden esas banderas saben que ellos no las
pagarán, en todo caso lo harán sus hijos, las generaciones que vienen, lo que
demuestra la profunda perversidad que los describe. Pero de algo podemos estar
seguros, de lo inevitable del desenlace del populismo.
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