Rivera y sus Divisas

Hugo Ferrari
El 16 de setiembre se debió conmemorar el 174º aniversario de la Batalla de Carpintería, donde nació la divisa colorada.

Cuenta la historia que antes de comenzar esa histórica batalla del 16 de setiembre de 1836, los gauchos que componían las fuerzas revolucionarias del general Rivera comenzaron a cortar a punta de cuchillo y lanza los forros de bayeta colorada que tenían sus ponchos, para hacer con esos girones la divisa que desde entonces los distinguiría de sus adversarios.

Pero es preciso que la misma historia nos dé cuenta de cómo se llegó a esa situación.

El 17 de mayo de 1828 el general Fructuoso Rivera, con inconsulta intrepidez y astucia, había invadido y reconquistado por sí solo, las Misiones orientales que los portugueses nos habían quitado en 1801. Este hecho precipitó y fue factor preponderante para que, a su vez, el 27 de agosto de 1828, a tan sólo tres meses y diez días del histórico triunfo de Rivera, se firmara en Río de Janeiro la Convención Preliminar de Paz entre Brasil y Argentina que reconocía la absoluta independencia de nuestra patria, reconociéndosele libre e independiente de toda nación, bajo la forma de gobierno que juzgare conveniente a sus necesidades, intereses y recursos.

Podría haberse dado el caso de que la Provincia Oriental volviera al destino que a sí misma se había fijado en la Declaratoria de la Independencia del 25 de Agosto de 1825, o sea integrarse a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero el general Rivera, con su Ejército del Norte acampado en las Misiones, seguía mandando en persona y haciendo respetar su autoridad independiente de Buenos Aires y también del gobierno de la Provincia. Sólo una vez que estuvo asegurada la emancipación, provocada -insistimos- por su presencia amenazante en las Misiones, Rivera se sometió a las autoridades patrias.

“El triunfo de Rivera en Misiones obtenido por el esfuerzo exclusivo de los orientales, contra la voluntad de los omnipotentes de la época y sin el concurso reiteradamente ofrecido de fuerzas argentinas, fue sin duda lo que precipitó la independencia y constitución del Uruguay”, decía el ex Presidente de la República, Ing. José Serrato, en una conferencia dictada en el Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay el 22 de abril de 1954.

Pero es más: refiriéndose al general Rivera y a su hazaña, uno de sus más ardorosos detractores -el Dr. Lorenzo Carnelli en su obra “Oribe y su época”- reconoce que “por la decisión, la osadía y la rapidez que puso en el acometimiento y en la ejecución de la empresa, su nombre resultó, entonces, de lucidos esmaltes”.

Precisamente esa acción, unida a sus anteriores intervenciones durante la gesta artiguista y posteriormente en Guayabo y Rincón, entre otras, es la razón de que al amparo de las normas fijadas en la Constitución de 1830, la Asamblea General designara como primer Presidente de la República al general Fructuoso Rivera, por 27 votos contra 5 que obtuvo el también general Juan Antonio Lavalleja.

No fue fácil el desempeño de esa primera presidencia. Además de lo que podría llamarse falta de entrenamiento en la práctica de las funciones cívicas, y quizás por ello, puede afirmarse que el concepto de la autoridad estuviera subvertido. Como dijera el ex Presidente Serrato en la conferencia ya citada, “el sentimiento de orden y de respeto a la autoridad y a las instituciones era difuso e impreciso. En nuestra patria en embrión, dominaban la violencia y las actitudes irregulares y revolucionarias”.

No es de extrañar, pues, que durante esa primera presidencia Rivera tuviese que resistir y derrotar las invasiones lavallejistas de los años 1832, 1833 y 1834, armadas por Buenos Aires y amparadas y protegidas por Brasil. Pero así y todo, el general Rivera supo imponer el respeto por la Constitución y el orden creado por el derecho, culminando honrosamente con la resignación de su cargo en la persona del Presidente del Senado, al cumplirse los cuatro años precisos de su elección, el 24 de octubre de 1834.

Podía, simplemente, haber continuado ejerciendo el poder que estaba en sus manos. Sin embargo, habiendo sido nombrado Comandante General de la Campaña, con su iniciativa propició la elección como nuevo Presidente de la República del brigadier general Manuel Oribe, quien había sido su Ministro de la Guerra.

Abreviando, resta decir que Oribe se alejó paulatinamente de Rivera, llegando a la destitución del mismo como Comandante General de la Campaña, lo que provocó que en julio de 1836 este último se levantara en armas contra el gobierno de Oribe, acción revolucionaria que culminó en la Batalla de Carpintería que hemos mencionado, con la derrota de las fuerzas riveristas. No obstante esa derrota, Rivera insistió en sus acciones armadas, derrotando al Presidente Oribe en Yucutujá, y destrozando las tropas gubernistas comandadas por Lavalleja e Ignacio Oribe en junio de 1838, en la Batalla del Palmar.

Rivera fue electo por segunda vez Presidente de la República, por la Asamblea General, el 1º de marzo de 1839. Diez días después le declaró la guerra al Gobierno de Buenos Aires que ejercía dictatorialmente Juan Manuel de Rosas, quien permanentemente agredía y mortificaba a la naciente República Oriental, derrotándolo el 29 de diciembre de 1839 en la Batalla de Cagancha.

Y el que sigue, es el detalle que hemos querido resaltar en este breve relato histórico. Rivera, que desde Carpintería siempre había hecho lucir en sus tropas la divisa colorada cuyo color dio nombre al Partido que con él naciera, ordenó que la divisa del ejército que él comandaba, en esa ocasión luciera los colores de la bandera nacional, porque era nacional la causa que se estaba defendiendo.

En estos tiempos es bueno recordar ese ejemplo.

Debemos seguir yendo civilizadamente a las urnas portando las divisas partidarias tradicionales que hemos admirado, querido y respetado. Pero si fuera necesario, no dudemos en ceñir la divisa de nuestra enseña patria en defensa de la soberanía de nuestra República y sus instituciones democráticas. Sabiendo que debajo de ella seguirán latiendo las divisas de quienes forjaron esta nación. ¡Como en Cagancha! ¡Como lo debe ser siempre!

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