Hugo Ferrari
Periodista. Escritor
El 3 de setiembre de 1791 nacieron en San Felipe y Santiago de Montevideo, dos niños que posteriormente tuvieron destacada actuación en la Patria Vieja. Uno de ellos, el varón, fue un excelente poeta, autor de la letra de los himnos de Uruguay y Paraguay, y lo bautizaron como Francisco Esteban Acuña de Figueroa. La otra criatura, mujer, fue llamada Ana Micaela Benita Estefanía. Sobre ella versará esta pequeña disertación.
Según consta a fojas 38 del Libro Sexto de Bautismo de la Iglesia Matriz de Montevideo, esa niña era hija legítima de don Marcos Monterroso, natural de la Villa de Fefiñanes en el Arzobispado de Santiago de Galicia y doña Juana Paula Bermúdez natural de esta ciudad, siendo sus abuelos paternos don Manuel Francisco Bermúdez y doña María Ignacia Artigas. Fueron sus padrinos don Miguel Rian y doña Joaquina de los Santos, y testigos don Gerónimo Vianqui y Joaquín Pelegrin. Todos estos datos están consignados en el citado libro de bautismo, por el Teniente Cura don Pedro de Pagola.
Como dato destacable debo decir que la abuela de Ana Monterroso, Ignacia Artigas, era hermana de Martín José, y en consecuencia tía de nuestro prócer. Siendo tan reducido el número de habitantes, no más de 10.000 en el Montevideo de aquel entonces, no es raro que existieran esos lazos familiares entre distintas familias.
El pasar de los años nos hace avanzar hasta 1812. El sitio de Montevideo provoca que Marcos Monterroso y su familia se trasladen a Buenos Aires, regresando a Montevideo recién en junio de 1814. Al fallecer el padre, tanto Anita como su madre se trasladan a Florida en el año 1817. Para entonces la joven ya había establecido un cálido romance con Juan Antonio Lavalleja, romance que culminará con una boda que tiene un ribete inesperado. Pero dejemos que sea el cura Francisco Oubiña quien lo relate según acta que dice lo siguiente en su peculiar lenguaje eclesiástico: “En veintiuno de octubre de mil ochocientos diez y siete habiéndose publicado las conciliares proclamas en tres días festivos al Ofertorio de la Misa Popular, y no resultando impedimento alguno para contraer matrimonio don Juan Antonio Lavalleja, Comandante de la División del señor don Fructuoso Rivera, e hijo legítimo de don Manuel Lavalleja y doña Ramona de la Torre, natural de esta Banda Oriental, con doña Ana Monterroso, hija legítima de don Marcos Monterroso y doña Juana Paula Bermúdez, vecina de Montevideo, yo don Francisco Rafael Oubiña Cura Vicario interino de esta Villa de la Florida, desposé por palabra de presente a los referidos Juan Antonio y doña Ana, asistiendo a la ceremonia por éste el dicho don Fructuoso en virtud de poder jurado que tenía de él, cerciorado yo antes de sus mutuos consentimientos de que por mí fueron preguntados y siendo de ello testigos el Mayor don Felipe Duarte y el Capitán don Ramón Mansilla, de la dicha División: y para que conste lo firmo. Francisco Oubiña.”
Ustedes pensarán que me he equivocado ya que debía hablar sobre Rivera y Lavalleja, y en cambio me he pasado relatando la vida de Ana Monterroso de Lavalleja.
Pero ese documento al que le he dado lectura, me lleva al hecho que intento dar a conocer, como primer episodio de lo que fue la relación entre Frutos y Juan Antonio: como Lavalleja no pudo asistir a su propio casamiento, al tener que cumplir con deberes militares, no dudó en delegar para tan trascendental acontecimiento a su amigo Fructuoso Rivera. Y esa delegación no se le da a cualquiera, sino a aquél con el que mantiene un cálido afecto y amistad.
Pero el mismo documento nos da otro dato interesante. En él se especifica que Lavalleja era “Comandante de la División del señor don Fructuoso Rivera”. Es decir que éste era superior jerárquicamente a Juan Antonio.
Ambos eran los oficiales de mayor rango en las fuerzas artiguistas. Pero ya entonces es posible advertir que, presumiblemente, existiera un cierto sentimiento de envidia de parte de Lavalleja, sin perjuicio de que ese sentimiento empañara la amistad entre ambos. No olvidemos que en plena Batalla de Las Piedras, en 1811, Artigas le otorgó el grado de Capitán a Rivera. Y es más: el 9 de julio de 1815 Artigas lo designó como Comandante Militar de Montevideo, lo que lógicamente debe haber agravado los sentimientos profesionales de Juan Antonio.
No obstante debo advertir, desde ya, que esa relación tuvo un curso pendular, así como era pendular el orden de jerarquía de ambos, lo que ocasionaba inevitables roces dados el profundo orgullo y la fuerte personalidad de los dos protagonistas, en una época en que el caudillismo era el sistema que imperaba más allá de disposiciones legales y constitucionales que pretendían abolirlo en teoría.
Un año más tarde se producía la invasión de nuestro territorio por un poderoso ejército portugués, con la complicidad del gobierno porteño que en ningún momento defendió a la Provincia Oriental, sino que además impidió que las otras provincias de la Liga Federal colaboraran con las disminuidas fuerzas artiguistas.
No obstante el Gral. Artigas se empeñó en darle combate a los portugueses, y entre otras disposiciones designó a Rivera como jefe de todas las fuerzas situadas al sur del Río Negro. Pero la superioridad lusitana era más que evidente, y así fue que los principales jefes artiguistas fueron muriendo o cayendo prisioneros, situación esta última que debió sufrir Lavalleja cumpliendo su prisión en la Isla das Cobras, acompañado de su esposa Ana.
En el mes de octubre de 1819 encontramos a Rivera y su pequeño ejército siendo atacados por Bentos Manuel Ribeiro, enfrentamiento que dio origen a la célebre “retirada del Rabón”, la que finalmente no pudo impedir que en Arroyo Grande se produjera la derrota de Frutos y su gente.
Entre tanto el Gral. Artigas continuaba su desigual lucha contra los portugueses, lucha que culminaría con el desastre final de la batalla de Tacuarembó en enero de 1820. Nuestro prócer pasó a Entre Ríos para luego exiliarse en Paraguay, y sólo quedó Rivera en nuestro territorio al frente de una menguada tropa por él organizada.
Fue entonces que Lecor, quien gobernaba la provincia desde Montevideo, le hizo llegar a Rivera el ofrecimiento de perdón y empleo a los militares orientales que abandonasen la resistencia. Frutos decidió aceptar la oferta, pero siempre y cuando se cumplieran dos condiciones irrenunciables: la conservación de la fuerza armada que comandaba, y el no desalojo masivo de paisanos de sus tierras, firmándose un acuerdo en tal sentido el 2 de marzo de 1820. Se advierten los fuertes sentidos de protección que guiaban los pasos de Rivera en relación a su coterráneos orientales.
Esa situación no varió a pesar de que el 7 de setiembre de 1822 se decretó la autonomía de Brasil con respecto a Portugal, y por ende pasaron a ser brasileros quienes ocuparan la provincia que ellos denominaban Cisplatina.
Si hemos insertado estos acontecimientos en medio del relato sobre las relaciones entre Rivera y Lavalleja, es porque algunos historiadores han escrito una leyenda negra sobre el primero en ese período de tiempo, leyenda que los hechos posteriores desmentirían
En efecto: Lavalleja, liberado y residiendo en Buenos Aires, comanda la Cruzada de los Treinta y Tres, y el 19 de abril de 1825 desembarca en la Agraciada. Rivera tenía el cometido de defender la línea del Uruguay, pero conociendo los preparativos de su compadre, le informó a Lecor el 12 de abril “que por ahora queda aquello más tranquilo”, con lo cual desbarató la posible resistencia que a Lavalleja le podrían haber opuesto las fuerzas brasileras.
El día 29 de ese mes de abril, se produce el episodio del Monzón. Allí, a orillas del arroyo que lleva ese nombre, se produce el encuentro entre Lavalleja y Rivera y la efectiva incorporación de éste y su gente a las filas libertadoras. Con el refuerzo que implicaba esa efectiva adhesión, no fue de extrañar que los patriotas llegaran a las propias murallas de Montevideo sin disparar ni un solo tiro.
El 14 de junio de 1825 se reunió en Florida un gobierno provisorio, adoptando -entre otras- las resoluciones de convocar a una Sala de Representantes para decidir su destino político, y nombrar a Lavalleja como general en jefe de las tropas orientales. La mencionada Sala de Representantes o Asamblea fue la que aprobó las Leyes Fundamentales de la Florida el 25 de agosto de ese año.
Comienza entonces la lucha armada, con las conocidas batallas de Rincón, bajo la dirección de Rivera, y Sarandí con el comando de Lavalleja.
Sin embargo cuando se produce la batalla de Ituzaingó, el 20 de febrero de 1827, Rivera no participa en ella. Es que se ha consumado uno de los entredichos que tuvo con Lavalleja, por entonces Gobernador de la Banda Oriental, , al ver que éste desconfiaba de su fidelidad por la amistad que Frutos le profesaba al caudillo riograndense Bentos Manuel Ribeiro. Rivera se va a Santa Fe y recién reaparecerá al año siguiente, cuando en forma personal realiza la campaña y toma de las Misiones Orientales, campaña que fue obstaculizada por Lavalleja, quien mandó a Oribe al frente de 400 hombres con la misión de capturar a Frutos, lo que no habría de ocurrir, para bien de nuestra independencia, ya que al temer que Rivera siguiera su osada campaña en territorio de Rio Grande do Sul, Brasil aceptó participar en la Convención Preliminar de Paz que se firmó el 27 de agosto de 1828, siendo ratificada en Montevideo el 4 de octubre de ese año.
A partir de allí comienzan las negociaciones para conformar un gobierno provisorio. En noviembre de 1828 la Asamblea de San José designó a Rondeau como gobernador provisorio, quien a su vez nombró a Rivera como Comandante General de la Campaña. Pero sucesivos choques con la Asamblea, cuya mayoría era lavallejista, llevaron a que Rondeau renunciara en abril de 1830, y en su lugar, como era previsible, se designara a Lavalleja. Todo ese proceso culminaría con la Jura de la Constitución el 18 de julio de 1830, y las primeras elecciones legislativas realizadas de donde surgieron los primeros senadores y diputados constitucionales. Éstos, a su vez, reunidos en Asamblea General el 24 de octubre de 1830, eligieron como Presidente de la República a Fructuoso Rivera por 27 votos contra cinco de Lavalleja, dos de Gabriel Antonio Pereira y uno de Joaquín Suárez.
Entre junio de 1832 y setiembre de 1834, Lavalleja intenta reiteradamente desalojar a Rivera de la presidencia, pero fracasa en todos sus intentos.
Electo Oribe, por influencia de Frutos, para ejercer la segunda presidencia constitucional, pronto se producirían tensos choques entre ambos, que culminan el 9 de enero de 1836 cuando Oribe suprimió la Comandancia General del Ejército. Como ésta era la gota que desbordaba el vaso, Rivera inició la guerra civil el 18 de julio de 1836. Dos meses más tarde se producía la Batalla de Carpintería, donde nacieron los “blancos” de Oribe y los “colorados” de Rivera, batalla ganada por los oribistas.
No obstante Frutos volvió a invadir al Uruguay, y tras algunas batallas se llegó a la decisiva de Palmar el 15 de junio de 1838 con el triunfo de los colorados. Obviamente la permanencia de Oribe en la presidencia era cuestión de semanas. Y fue así que el 14 de octubre se produce su renuncia. Entretanto Rivera se hizo del poder político desplazando al presidente de la Asamblea General, Gabriel Antonio Pereira, y luego fue electo por segunda vez como Presidente constitucional.
Mientras tanto Lavalleja, en territorio argentino, no consigue pasar a los primeros planos, resignándose a secundar los planes de Rosas para derrocar a Rivera.
Para no seguir aburriendo con citas de fechas, nos adelantaremos al 24 de setiembre de 1853, día en que el presidente Giró se asiló en el consulado de Francia renunciando a su cargo. Dos días después culminó un acuerdo político por el cual el gobierno provisorio estaría integrado por Venancio Flores, Juan Antonio Lavalleja y Fructuoso Rivera.
En el reverso de lo ocurrido en 1820, ahora Juan Antonio era el que estaba en territorio oriental mientras Frutos estaba extraditado en Río de Janeiro.
Pero este triunvirato no llegó a nacer. Lavalleja falleció el 22 de octubre de 1853, y Rivera dejaba de existir el 13 de enero de 1854, 63 días después.
Con la muerte de ambos caudillos, parecería que la relación entre ambos esta concluida. No fue así. Los restos de ambos, reposan en la Iglesia Matriz, en sepulcros vecinos.
¿Éste es el fin de la historia? ¿Quién se anima a afirmarlo?
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