(Aborigen: del latín ab, desde; origo, origen, y éste de oriri, nacer) Diccionario Espasa Calpe
Lic. Kimal Amir Pertzel
Escribo esta nota el mismo día que se cumplen exactamente 50 años que “La Capenamamvi” dio su concierto inaugural con el Cine Plaza desbordante de público. Mi intención lejos, muy lejos está de contar la historia de esas 5 décadas -que para ello hay, felizmente, quienes pueden hacerlo de manera más rigurosa y vivencial- sino tan sólo referenciar cómo y en qué contexto fueron sus orígenes.
Con ese fin, días atrás invité a Jorge Naddeo y mi hermano Carlos a una especie de “tertulia de veteranos” para traer al hoy algunos recuerdos de aquellos años de gestación y alumbramiento. Vale por ello la aclaración que los errores y desaciertos que pueda contener esta nota son de mi entera responsabilidad.
* * *
El barrio no tenía nombre. Tampoco tenía límites precisos, que ni siquiera la construcción del “hormigonado”, con su marcadísimas líneas rectas, pudo introducir. Tenía sí algunos puntos “propios”, o así considerados por su gente, que constituían otros tantos lugares de encuentro, diversión, socialización, compañerismo y amistad de “la gurisada” de la zona. La Plaza Flores, epicentro del ciclismo de aquella época, y el taller de zapatería de don Miguel Castromán, cuna del querido Club Ciclista Unión, donde compartíamos mate, tangos, asados, entrenamientos con nuestros ídolos Mesón, “el negro” Castromásn, “el mascarito” Jáuregui, “el canario” Cáceres acompañando con su legendaria Harley Davidson, su primo Jorge Naddeo con la motito “Cucciolo” y una inolvidable barra de amigos; la sede del novel Club Nacional en el ángulo noroeste de I. Durán y F. Fondar, donde se alojaban “el negro” Campero y el glorioso Atilio García, con quienes teníamos el placer de jugar al fútbol en la calle mientras “el barrio” dormía la siesta; el Chalet de Venancio. Flores de mediados del siglo XIX con sus enormes olivos seculares, por entonces sede del Club. A. Penarol y uno de los lugares preferidos para armar los “picaditos” donde los más veteranos (los hermanos Enrique y Ruben Barreto, el Tero Quinteros, los hermanos Benítez, Chulepin, “el gringo” Colombo, entre otros) “pisaban” para formar los equipos eligiendo cada uno a su turno... “La casa del muñeco” (llamada así por la escultura que tenía en el pretil de su fachada, sobreviviente hoy en la fachada de 2 aguas del galpón de I. Durán casi Herrera) donde vivía Doña Antonia Ambrosia Acchiardi de Güerriero (bisabuela de Hogue), bravía genovesa, fanática hincha de Nacional, amiga silenciosa de los animales. En su casona, casi sin puertas, anidaban cientos de palomas, convivían decenas de gatos, loros varios y hasta un casal de cuervos que llevaba sobre sus hombros y, sin proponérselo, oficiaban de “guardia pretoriana” de ella. Y allí, en el cuadrante suroeste del cruce de I. Durán y Rivera, había un baldío, terreno baldío para la Oficina de Catastro, para nosotros un “campito”, donde alternábamos el fútbol con las cometas y el carnaval. Baldío o campito que por muchos años fue conocido como “El Redondo”, pues en el medio varios “mayores” del barrio habían construido una pista de baile de forma circular que alcanzaba sus días (mejor dicho sus noches) de mayor esplendor en el carnaval, pues allí se levantaba un tablado (¡qué otro nombre iba a tener el mismo si no “Tablado El Redondo”!) y por las tardes pasábamos allí nuestras horas disfrutando desde las carreras de embolsados hasta subir al palo enjabonado o ligar algún caramelo en una piñata.
No existía el Baby Fútbol, pero nadie recuerda a qué edad pateó por primera vez la pelota, de modo que, así como al lado de la Escuela Industrial los muchachos habían formado el Club Oriental y allá por El Anglo habían formado “el Treinta y Tres”, pues nosotros también formamos el nuestro, “Los Olivos”, y hasta camiseta teníamos, regalada por don Juan Carlos Irazábal, presidente de Peñarol, que “por casualidad” era toda amarilla con vivos negros en su cuello en V y los bordes de sus mangas cortas...
De aquella bandada numerosa y acogedora, surgió un día la idea de formar una murga “de menores” para salir en carnaval. Y así, cuando promediaba la década del ’50, un grupo que andábamos en la adolescencia unos, en la preadolescencia los otros, le dimos forma a “Protectores del remiendo”. Cinco de los hermanos Cabanas, los 4 hermanos Bazán; los 2 hermanos Naddeo, “el Bebe” Mauvezin, José Lemos, mi hermano Carlos y yo –sumándose el 2º año Alfredo Layera- recorrimos durante 2 carnavales los tablados de la ciudad, obligatoriamente el del Parque Centenario -donde se concursaba- y, siguiendo la costumbre de la época, tarde tras tarde (el Consejo del Niño nos autorizaba a salir “hasta la caída del sol”) íbamos a cantar nuestro repertorio –couplé del policía Gastón González, presentación y retirada de mi hermano Osmet- a la casa de las familias que con varias semanas de anticipación habíamos ido visitando para ofrecerles nuestra actuación, anotando día y hora meticulosamente en un cuaderno. Nos pagaban con algunas monedas, en general nos convidaban con refresco y en la casa de un constructor hasta nos sirvieron torta...
Como la idea había surgido de Jorge Naddeo, acordamos que él fuera el Director. Jorge y su hermano Alberto tenían un “privilegio” desconocido para le resto de “la barra”; pues siendo los únicos hijos de don Humberto y doña Coca, tenían para ellos solos el cuarto del fondo de su casa. De modo que no había nada que discutir: ese sería ‘el’ cuarto de ensayos y en él guardaríamos todos los instrumentos... .
No sólo de circo vive el hombre...
Pero no sólo de carnaval, fútbol, ciclismo, diversiones, se componían nuestras vidas; había que ir al liceo y estudiar, algunos además trabajábamos. Así, sin mayor conciencia todavía, pero acorde al hermoso y sabio decir del poeta andaluz, cada uno “hacía camino al andar”. Y un buen día, en la entrega de carnets de fin de año en 4º ‘del’ liceo (había un solo liceo en todo el Departamento, desde su creación en febrero de 1912), Jorge Naddeo, nuestro amigo de todos los días y andanzas, supo oficialmente que debía rendir todos sus exámenes en febrero... Ante la exigencia de sus padres, Jorge se comprometió a salvar todos los exámenes. Y Jorge cumplió, con una pequeña aclaración pero cumplió: los salvó a todos sí, pero bastante tiempo después...
Mientras tanto, entre la falta de ganas de “chapar los libros” y darle a los instrumentos de la murga que estaban celosamente guardados en su casa, Jorge dedicó su tiempo, su creatividad y su destreza manual para hacer del bombo, el redoblante, los tamboriles, los platillos de los ya por entonces perimidos “Protectores del remiendo”, una artesanal batería, a la que fue dedicándole más y más horas de solitario ensayo día tras día (mientras don Humberto y doña Coca estaban en sus respectivos trabajos, obvio).
Hasta que un día quiso la vida -y su intrepidez, porque no era de achicarse así nomás- que Jorge recalara como batero en una orquesta que tenían el Maestro Fernández y “el Zurdo” Garateguy, entre otros, todos ellos doblándolo en edad. Su espíritu inquieto, que le permitía un día fabricarse un cuadro enano de bicicleta, de manillar hacia abajo, para ponerle un motor Cucciolo, y otro día entrar en Carlos Ma. Ramírez, en una bicicleta de una sola rueda pocos minutos antes de la llegada del pelotón de la Vuelta Ciclista, le decía que ese no era su lugar, que si no existía el suyo, debía crearlo. Y allá se fue Jorge a la búsqueda de “eso nuevo” ¿dónde si no a la vieja bandada del barrio? Habló con Luis Cabanas -el acordeonista de la murga, discípulo del Maestro Hugo Pelossi- y con mi hermano Carlos, que andaba dando los últimos exámenes de piano con su Profesora Marta Irazábal, en el coqueto Club 25 de Mayo.
Y ahí, como casi siempre nacen las cosas de los humanos, de los rescoldos de aquellos adolescentes “Protectores del remiendo” fue gestándose lo que alumbraría el 9 de octubre de 1960 como Orquesta CAPENAMAMVI. CA banas Luis (17 años), PE reira Nelson (20, ese mismo día), NA ddeo Jorge (21), MA rtino Francisco (20) y Daniel (17), AM ir Carlos ( 17), VI dela Mario (15). Acordeón, saxofón, clarinete y saxofón, percusión y contrabajo, piano y trompeta, respectivamente. Si bien no formó parte de “los 7 inaugurales”, cabe mencionar a Eduardo “Falito” Paolino, primer vocalista de la orquesta integrado a poco andar, quien con su simpatía, su voz y tocando con virtuosidad el pandeiro, acentuaba la dinámica juvenil, característica identificatoria del conjunto..
Y llegó el día del debut
A Cine Plaza desbordante (más de 1.200 personas) en la noche del 9 de octubre de 1960 tocaron por primera vez en público aquellos 7 muchachos trinitarios. Era la primera vez que en Flores existía una orquesta compuesta totalmente por jóvenes. Su repertorio mezclaba música melódica, tropical, brasileña, algunos tangos y la locura de la época: el rock and roll. Fue tal el entusiasmo que despertaron en aquel debut que al día siguiente, por primera vez en los 5 años que funcionaba el Cine, hubo que suspender la función pues se hizo necesario ajustar una por una todas las butacas que habían sido aflojadas por el público asistente.
La Capenamamvi rompió códigos también en su vestimenta. Con la invalorable colaboración de Juan Suárez Caorsi, que se hizo cargo de su costo, hicieron aparición en el moderno escenario del Cine todos con pantalón negro, confeccionados por el sastre Archento, camisa blanca, corbata negra, mocasines blancos (estilo“negro” Santiago Luz) y chaqueta corta a la cintura, de pana roja terminada en pico, ribete blanco en cuello y solapa, pasamanería con 6 botones dorados y el escudo con el águila de CASE en fondo blanco en costado superior izquierdo, confeccionadas por Amina Amir Ríos.
Los ensayos se realizaron primero en un salón del ex Colegio Sagrado Corazón (hoy Casa de la Cultura) y más tarde en el Club Deportivo América, con el apoyo de su C. Directiva y el cantinero Oscar Morúa (que de paso hacía buena caja esos días...)
Medio siglo después
50 años después, quienes nos sentimos profundamente expresados por ella, quizás quienes no la conocieron y conocen la Capenamamvi de hoy, nos preguntamos por qué la inmensa popularidad que adquirió, al punto que hoy, medio siglo después, más allá de los músicos que la integren, mantiene su vigencia.
Referido a sus orígenes, podrían señalarse por lo menos los siguientes elementos singularizantes, en el ámbito de nuestro Departamento.:
Fue, como dijimos, la primera orquesta integrada totalmente por jóvenes; como queda dicho líneas arriba, entre 15 y 21 años;
Fue también la primera que irrumpió con una vestimenta radicalmente heterodoxa, plenamente juvenil;
Fue la que más claramente encarnó la música ascendente y fulgurante del rock, típica de los jóvenes de la época;
Fue la primera que tocó -por lo menos en nuestro Departamento- lo que hoy denominamos “música enganchada”, que ellos hacían comenzar con el ritmo lento y sensual del bolero, luego la tropical, cha cha cha, mambo, el rock, finalizando con música brasileña y una interminable batucada, a menudo en la calle y con el sol alto;
Fue intensamente solicitada desde ciudades de otros departamentos: Young, Durazno, Paso de los Toros (en ésta eran contratados por toda la semana de Carnaval, que sólo interrumpían para venir una noche al baile del Independiente);
Se hizo común que los padres ofrecieran como “regalo de 15” a sus hijas un baile con la Capenamamvi; por lo general en sus propias casas.
Del mismo modo que eran contratados por la Iglesia de los Mormones (Herrera entre 18 de Julio y Artigas) y para grandes fiestas en estancias, también mucha gente de escasos recursos económicos solicitaba su actuación y ellos tenían como norma cobrar el cachet fijado a aquéllas y hacerlo gratuitamente en éstas;
Y algo que no sé si hacía a su popularidad, sí sin dudas a su creatividad, ingenio y frescura. Por lo menos 10 años antes que Les Luthiers, y más o menos simultáneamente que los hermanos Fattoruso, creaban instrumentos. Por ejemplo, hicieron (mano de obra preponderante de Jorge) su propio contrabajo con un cajón cúbico de madera, un cuero o parche en su cara superior, un palo de escoba clavado por debajo del parche, y una chaura (la vieja y querida piola de pescar), que pusieron en manos de Daniel Martino para que con sus dedos (haciendo ‘pizzacato’) y moviendo el palo de escoba hacia un lado y otro, fuera sacando los correspondientes sonidos de ritmo y acompañamiento..
Y algo más...
En aquella época, quedó dicho, había un solo liceo y hasta 4º año, en nuestro “pueblo” había tan sólo 6 escuelas, eran contados los autos existentes (quien más quien menos recordaba de memoria la matrícula de ellos), lo mismo que los teléfonos; allí donde había uno, oficiaba de “teléfono del barrio”; raramente recordábamos el número de los mismos, de 2 o a lo sumo, de 3 cifras, porque llamábamos a “la central” y le pedíamos a la operadora (sí, porque “operaba” las clavijas de conexión) que nos comunicara con el comercio tal o con fulano o mengana; ni qué decir si la comunicación que se deseaba obtener era con Montevideo u otro departamento, ¡¡ era tan común escuchar la voz de la operadora, allí donde estuvo “El caldero”, respondiendo ‘espera indefinida’, y si había tormenta, mejor ni intentarlo ¡!
En aquella misma época habían aparecido en Uruguay unos aparatos rarísimos que, además de voz, tenían una pantalla con imágenes: los televisores. Y en Trinidad, en 1960, había 4, sí sólo 4, ni uno más. Uno en el bazar de Pincho Rusiñol, otro en el taller de electricidad de Eriberto Yiansens, en Batlle y Sma. Trinidad, creo que había otro en la Trinity House, donde está hoy Tiendas Montevideo.
Mi madre, para calcular la edad de cada uno de nosotros, fiel a los hábitos de las sociedades rurales, tomaba en cuenta algunos hechos extrafamiliares de fácil memoria. Así, el Mundial de 1930 marcaba un momento muy especial, pues ese año ocurrieron dos cosas en mi casa: nació una de mis hermanas y ¡¡¡mis padres compraron una radio!!! .Formaban parte del acervo familiar las anécdotas de cuando todo el barrio se juntaba en la tienda de mis padres a escuchar los partidos de ese mundial. Me cuentan quienes estaban en el país, historias similares de cuando llegaron los primeros televisores color a propósito del Mundialito del ’80.
En aquel contexto, a través de contactos iniciados una vez más por Jorge, el siempre temerario director de la orquesta, un día llegó la invitación a la orquesta para ¡¡actuar en vivo en Canal 4 !! Yiansens, con más espacio que los dueños de los otros 3 televisores, inspirándose tal vez en los hermanos Cherif y Omar Beyruti, cuando en el partido Uruguay – Hungría del Mundial de 1954 en Suiza, colocaron una red de altavoces en la cornisa del viejo Café en la esquina de Fondar y F.Ubeda para que la gente escuchara el relato de don Carlos Solé reunida en la Plaza, armó una gradería en su taller para que los vecinos del barrio pudieran ver en vivo y disfrutar la actuación de “los muchachos de la Capenamamvi”, en el Canal de Montevideo....
Poco tiempo después el éxito y la popularidad de “los muchachos” seguía in crescendo, de modo que Canal 4 volvió a llevarlos, provocando una movida similar en Flores. Me contaban Jorge y mi hermano que ese mismo día actuaban también en vivo en el Canal, dos de los artistas más en boga del momento, con un tema que marcó una época: “La novia”. Esos artistas eran el chileno Antonio Prieto y la argentina Elsa Daniels. Presentaciones, felicitaciones, deseos de mucho éxito, etc., y “los muchachos” se volvieron a Trinidad con la partitura de “La novia” autografiada por Antonio y Elsa (ah, esa partitura vive aún)
* * *
He aquí algunos elementos de los orígenes y los gestores de esta espléndida iniciativa cultural que constituyó de alguna manera una juvenil y potente expresión de un tiempo nuevo, de quiebres culturales y sociales, un tiempo preñado de profundísimas transformaciones en todo el planeta, que muchas veces nos coloca en la duda de si se trata de un cambio de cultura o si estamos asistiendo al parto de una nueva civilización.
Cuatro años después de su concierto inaugural, ninguno de aquellos “7 muchachos” permanecía en el terruño; algunos para seguir sus estudios, otros en busca de un trabajo digno, todos habían emigrado, al igual que tantos y tantos nos vimos obligados a ello.
Otros jóvenes músicos, también coterráneos, tomaron la posta y también “hicieron camino al andar” con la orquesta. Ojalá esta nota pueda constituir un estímulo para que otros lleven al papel, o al dvd, esa historia. Y qué bueno ha de ser que la hermosa celebración de hoy obre de palanca de proyección de una nueva etapa jalonada por nuevos éxitos de esta banda constitutiva también de la identidad del Departamento.
Y un aviso final. Para quienes no pudieron disfrutar del concierto del domingo, tienen su revancha, lo mismo que aquellos ‘fans’ que deseen volver a disfrutar de su música, el próximo domingo 24 de octubre, en el gran almuerzo criollo que organizamos en los amplios parrilleros de Cambadu, Montevideo, festejando los 30 años de la Casa de Residentes de Flores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario